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sábado, 7 de diciembre de 2019
Le comedien
Le comedien (1947), de Sacha Guitry es tanto un hermoso canto homenajeador a la figura de su padre, actor, Lucien Guitry, como al teatro y la dedicación de actor. Y, además, es una exquisita comedia, casi diría que musical por su liviano fluir narrativo, que reflexiona con afinado ingenio sobre los difusos límites, o hasta se podría decir vasos comunicantes, entre la vida y el teatro, como los hay, espacialmente, entre el escenario y los bastidores y los camerinos. Es una comedia que pone sobre la pantalla, o escenario, la consideración, trazada con sutilidad, de la vida como comedia y escenario de representación. Si en la misma película se cuestiona la sobreactuación en un actor, Guitry, con su estilo cinematográfico destila la densidad de su reflexión con su apariencia ligera. Lucien (Sacha Guitry), en cierto momento afirma que él es el actor, y aquel que se supone su identidad cotidiana es el 'otro', del mismo modo que aplica, en sus relaciones personales, estrategias de dramaturgo, porque actuamos, o fingimos, en gran parte de nuestra vida como actores y dramaturgos a un mismo tiempo, con nuestras tácticas y representaciones, o puestas en escena. Con ese enfoque analiza, en ocasiones, las puestas en escena que, en ciertas circunstancias, plantean otros personajes, como Maillard (Jacques Baumer), antiguo amigo de la juventud, cuando le va a presentar a su sobrina, Catherine (Lana Marconi), esperando que la fascinación de ésta mengue ante el hombre real, sin maquillar, frente a lo que Lucien reacciona con otra puesta en escena, para seducirla.
La misma construcción narrativa de Le comedien es singular. El primer tramo, delicioso, está narrado con una brillante construcción elíptica, acompañado de la voz en off del propio Guitry. Relata con breves pinceladas cómo su abuelo empezó a dedicarse a un negocio a partir del invento del anterior dueño para mejorar el modo de afilar navajas de afeitar, cómo se gestó el amor de su padre por el teatro ( y cómo éste se amplió a toda la familia, que ensayaba con él) y, de modo aún más fulgurante, cómo fueron sus primeros años como actor en Francia ( con un singular uso del zoom sobre el teatro, primero de acercamiento y luego de alejamiento, cuando la voz nos dice que rechazó trabajar en el mismo) y después en Rusia. La parte central es una larga secuencia que transcurre en los camerinos, tras terminar una representación, con la entrada y salida de diversos personajes, al modo de pequeñas representaciones consecutivas: su tensa relación, que llega a su fin, con la que era la actriz protgonista; cómo otro actor, tendente a la sobreactuación, le pide consejo para mejorar, o el citado encuentro con su antiguo amigo y su sobrina (hermoso cómo construye esa secuencia, intercalando entre el diálogo de ambos, las miradas de ella, sin que diga una sola palabra, detalle que sugiere cómo la fascinación más bien se ha incrementado).
El tercer tramo nos narra la relación con Catherine, con punzantes apuntes sobre las relaciones sentimentales como escenario que es intercambio de complacencias (o que el sentimiento en ocasiones se funda sobre la representación, sobre el ego, antes que por la sincera complicidad).
Y, por último, las representaciones en las que encarna a Louis Pasteur son tanto una celebración de la transformación del actor (la hija de Pasteur que no puede contener decir 'padre' al verle en el escenario) como ratifican que su experiencia como acto de amor: el bello momento en que improvisa, para sorpresa de su compañero de escenario, y escribe de verdad una carta que le ordena entregar (entre bastidores), y que no es sino una carta, a una actriz italiana que está de espectadora en un palco, en la que le dice que le dedica su actuación). El final, el cierre de telón ( o salida del escenario de la vida), de admirable construcción elíptica, es tan emotivo como hermoso, pues contiene un último homenaje, sereno y sin sobreactuación, a su amor, el teatro.
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