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viernes, 6 de julio de 2018
No te preocupes, no llegará lejos a pie
La aceptación de toda caída. No te preocupes, no llegará lejos a pie (2018), de Gus Van Sant es una obra sobra la aceptación. La aceptación de que la realidad, la vida, es ingobernable, y toda obcecada compulsión de control resulta inconsecuente. Por eso, también, la aceptación de que el mundo no gira alrededor de uno mismo, que la reacción ante las adversidades o contrariedades no puede ser la del lamento, la amargura, el resentimiento, la culpabilización a los otros. Esa aceptación conlleva el discernimiento del otro ángulo, el efecto de nuestros actos en los demás. Por lo tanto, antes que demandar que los demás, la misma vida, te pida perdón, te compense, de un modo u otro, quizá sea necesario enfocar desde el ángulo que es capaz de pedir perdón a los demás, y por supuesto a uno mismo, porque si algo cuesta sobremanera es confrontarnos con nuestra responsabilidad primera, o última (en cuanto capa de discernimiento), en la sucesión de los acontecimientos, por mucho que el azar o la accidentalidad, y la voluntad de los otros, influya o interfiera.
John Callahan (Joaquin Phoenix) está fracturado interiormente desde que sufriera un accidente automovílístico que le dejó paralizado, y confinado a una silla de ruedas de por vida, mientras que el conductor, tan ebrio como él, Dexter (Jack Black), sólo sufrió unos rasguños. La narrativa fragmentada, con sucesivos saltos en el tiempo, adelante y atrás, responde a esa fractura interior, a esa falta de nexos, a la dificultad de aceptar su circunstancia, y por lo tanto conciliarse no sólo con su presente impedido sino con un pretérito de frustraciones y amarguras (con respecto a su condición de hijo abandonado por una madre que nunca ha conocido, no sentirse lo suficientemente querido, y no sentirse reconocido en los demás, es decir, no sentir nexos con los otros...), que determinaron que buscara el refugio entumecedor de la embriaguez, como quien se deleita en el acto de lamerse las heridas en una permanente caída, o lamento, deriva que se constituyó en factor que incrementó la posibilidades para que un accidente como el que sufrió aconteciera en su vida.
John Callahan (1951-2010) encontró en un grupo de apoyo de ex alcoholicos, dirigido por Donnie (excelente Jonah Hill), el umbral de acceso, o superación de una serie de niveles, a la raíz emocional de su fractura interior, que no fue el accidente en sí, sino la falta de conexión con la realidad, con la vida, con los otros, ya desde tiempo atrás (desde siempre). Un trayecto alquímico de exploración que implica desasirse de la autoindulgencia, y la autocomplacencia del lamento victimista que tan fácil puede tornarse en actitud dictatorial. Y ese logro de mirada consecuente que afina el enfoque de distancia justa sobre la vida y sobre sí mismo, desprendido de toda dramatización, lo materializa en su talento como caricaturista. El mismo título de la película ( y de una de sus caricaturas) ya define esa actitud de desapego irónico con respecto a sí mismo: no te preocupes, no llegará a lejos a pie, dicho por quien está impedido en una silla de ruedas. En sus ingeniosas caricaturas, de mordaz sentido del humor, John Callahan evidencia cómo la mirada implacable y aguda, desnuda y frontal, sobre los desatinos y absurdos de la realidad están en relación con la contemplación, desnuda y frontal, sin dramatismo, de la propia condición. Se sufran los impedimentos que se sufran, el obstáculo o lastre principal es la mirada impedida.
En su trayecto de recuperación, de rehabilitación interior, emocional, Callahan acepta que es alguien que, por su impedimento físico, ya controla la vida aún menos de lo que la controlaba antes. Acepta que resulta factible que, en cualquier momento, pueda caerse, y acepta que, en cierta medida, depende de los otros, pero el ángulo de vida no es ya el de la desesperación e impotencia (el berrinche del hombre bebé que se acoge al chupete del alcohol y cuestiona a su cuidador que no esté pendiente de él cada minuto del día). Ya vive su caída potencial como el niño que disfruta deslizándose con sus patines pero sabe que puede acabar magullado en el suelo. Si Restless (2011), la notable obra previa de Van Sant, se vertebraba sobre la aceptación de la finitud y la pérdida, de nuestra condición vulnerable y la de aquellos a los que amamos, así como de la impredecibilidad de la vida, de la que fue complemento fallido, pero no carente de interés en sus dos primeros tercios, la posterior Sea of trees (2015), No te preocupes, no llegará lejos a pie, plantea una sugerente variante sobre nuestra condición de cuerpos en permanente condición potencial de desaparición. Es la actitud la que marca la diferencia, cómo se decide vivir, o asumir, la ingobernabilidad e impredecibilidad de la vida, y aún más, las adversidades que nos pueden golpear, dejándonos dañados, aún más limitados, sea con el indiferente tajo de la aleatoriedad, sea con la fatal interferencia de los otros, o sea con las propias ofuscaciones, torpezas e inconsecuencias. La mirada se alza en la oscuridad porque no teme la caída.
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