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sábado, 8 de abril de 2017
El hijo de Jean
El peso de las ausencias, el alivio de los relatos. Dos notables obras de Philippe Lioret. Ausencias que duelen cuando alguien desaparece, relatos que inyectan vida, como respiración asistida, con las incógnitas del Continuará. Ausencias que suministran relato, y por tanto vida, quizá la dirección extraviada, cuando reaparecen, y como buen relato proporciona requiebros inesperados, derivaciones insospechadas a otros relatos colaterales, aperturas a otros escenarios y posibilidades de generar otros relatos en su intersección. En 'Estoy bien, no te preocupes (Je vais bien, en t'en fais pas, 2006), de Philippe Loriet, Lili (MelanieLaurent), una chica de 19 años, siente que ha perdido a su gemelo, tras que haya abandonado el hogar paterno, o ese es el relato que le han proporcionado, debido a un enfrentamiento con el padre. Lili pierde el deseo de vivir, se consume, se abandona, parece querer desaparecer, como su hermano ha desaparecido sin dar señal alguna de vida. Esa falta de comunicación para ella es un indicativo de que ha muerto, y sobre todo porque así lo 'siente', como si le hubieran extirpado parte de sus entrañas. Cuando, ingresada en el hospital, recibe al fin una misiva de su hermano, recupera el incentivo de vivir. Su vida, durante un año, girará alrededor de la búsqueda de su hermano, ayudada por el novio de una amiga. Esa búsqueda, ese seguimiento de indicios, que dota a la vida de un Continuará, y no de la desolación de la interrupción, propiciará a la larga una alumbradora derivación, la gestación de una historia insospechada, no imaginada, la relación sentimental que establecerá Lili con ese amigo.
Matthieu (Pierre Deladonchamps), en 'El hijo de Jean' (Le fils de Jean, 2016), es un hombre de 33 años, que trabaja en una empresa de nutrientes de animales. Pero su vida parece un poco desnutrida, en un estado de tránsito desconcertado, como si hubiera perdido el paso, recién divorciado, con un hijo. Una familia desintegrada. Y desde la lejanía, Canada, le llega la noticia de la muerte del padre que nunca conoció, ese enigma que ha pervivido desde siempre a través del difuso relato de su madre sobre un fugaz encuentro pasajero. Matthieu decide ir a conocer a esa familia paralela, esa otra vida que no vivió, esa vida con padre, como si con esa incursión, o irrupción, en el escenario de otras vidas dotara a la propia de historia, de dirección o propósito, de nutriente vital. El cuerpo del padre desapareció en un río mientras pescaba, y Matthieu parece partir para pescar su propia presencia en la vida, la sensación de que se relaciona de un modo consistente y definido con ella. Irrumpirá en otros escenarios, en otros conflictos, en los que él es una figura insospechada, un cuerpo extraño, un intruso, pero también un alivio, un estímulo, como las páginas de un libro que amplían el propio. Se preguntaba cómo podrían ser unos hermanos, y se confronta con dos seres con los que quizá no tendría demasiado interés en que fueran parte de su vida dado lo poco que siente que comparten. Irrumpirá en la vida de su tío, con quien sí establecerá una sí sustanciosa compenetración. Sí se sentirá parte de su familia, como creará un vínculo más cercano con la hija, también separada.
Como en 'Estoy bien, no te preocupes', los relatos también se revelarán que no se corresponden con la realidad. Pero no serán traumáticas esas revelaciones. Llegan cuando ya se ha conseguido cauterizar las heridas, y dotar de firmeza los cimientos sobre los que ya ha logrado definir su vida, como le ocurre a Lili. Transformarán la percepción de las figuras en el escenario, y a la vez perfilará lo que las acciones, las conexiones de las relaciones, ya indicaban, como es el caso de Matthieu. Lili y su ya novio, cada uno, por su lado, descubrirá al final que ese hilo de Ariadna que seguía Lili en busca de su hermano no eran sino las migas, en formas de misivas inventadas, dejadas por su padre para que recuperara de nuevo el impulso de vivir. Una pintura, heredada por Matthieu, se convierte en el objeto que insinúa veladamente que los trazos de la vida pueden ser otros diferentes. Pero sobre todo, más allá de qué vínculo de sangre tenga o no con cada personaje, de lo definitorio de las ausencias, lo fundamental son las conexiones que se logran crear, genuinas, enriquecedoras, y cómo alguien que parecía sentirse ausente de la vida recupera el sentido de la dirección, la sensación de que vuelve a crear vínculos con las realidad, con los otros.
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