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sábado, 15 de abril de 2017

El último testigo

Las sombras de una realidad difusa, inextricable. Las sombras de una realidad acechante, amenazadora. Una espesura de sombras, de oscuridad que amenaza con absorber como un agujero negro, domina la dirección de fotografía de Gordon Willis para 'El 'último testigo' (The Parallax view, 1974), de Alan J Pakula. Una obra que conecta el atentado contra el presidente John F Kennedy con la primera dimisión de un presidente estadounidense, Richard Nixon, tras revelarse la corrupción en la que estaba implicado el gobierno, las vigilancias y acosos que se habían realizado a representantes políticos y activistas en la oposición o aquellos considerados sospechosos. La novela adaptada, escrita por Loren Singer, había sido publicada en 1970. Comienza con un atentado mortal a un candidato presidencial y finaliza con otro. Ecos de las teorías conspiratorias sobre la muerte de Kennedy. ¿Cuál es la perspectiva de la corporación Parallax, a la que alude el título original, The Parallax view, enigmática organización que instruye y prepara a los asesinos? En 1972 se realizó el allanamiento, y robo de documentos, efectuado por cinco hombres, en las oficinas Watergate en Washington del Partido Demócrata, que sería encubierto por la Administración Nixon. Fue el inicio de su fin, que culminó con la dimisión de Nixon en agosto de 1974, dos meses después de que se estrenara 'El último testigo'.
Su protagonista es un periodista, Joseph Frady (Warren Beatty). Dos periodistas, Bernstein y Woodward fueron piezas fundamentales en la labor investigadora que destaparía en Escándalo Watergate, y serían protagonistas de la siguiente película de Pakula, 'Todos los hombres del presidente' (1976), sobre sus investigaciones periodísticas. Ambas obras podría decirse que conformar el punto álgido de la carrera de Pakula. Ambas reflejan ese sentido de la catástrofe, o atmósfera de catástrofe inminente, que surca el cine estadounidense de los setenta. Que el cine de catástrofes se pusiera de moda era la punta del iceberg, la evidencia manifiesta, de habitar una realidad de sombras acechantes y amenazantes que podían derrumbar cualquier ambición o presunción. Podía arder el rascacielos más alto, un terremoto derribar la ciudad más opulenta, cualquier avión estrellarse, un tiburón amenazar el remanso recreativo de las playas, un camión intentar arrollar tu coche o el vagón de metro en el que viajas ser secuestrado por unos ladrones. Aunque otras obras, sobre todo dentro del thriller, evidenciaban esa desorientación e indefensión extendida como un tumor intangible ('La noche se mueve', de Arthur Penn, 'La conversación', de Francis Coppola, 'El hombre clave', de Robert Mulligan, Harry el sucio, de Don Siegel...).
En un espacio elevado tiene lugar el atentado inicial, en la aguja espacial de Seattle. Pero la realidad no dejará de evidenciarse escurridiza, o la trama que la configura y determina. Frady se esfuerza en encontrar los nexos entre las diferentes piezas que comienzan con las interrogantes que se adhieren como turbia materia pegajosa entre las intrigantes muertes, años después. de varios de los testigos de aquel asesinato años. ¿Casualidad? ¿Paranoia? De hecho,en principio duda de esa posibilidad, o no le presta atención, porque quien se lo plantea es alguien con quien mantuvo una relación sentimental, Lee Carter (Paula Prentiss). Su primera reacción es pensar que la raíz del pánico que dice sentir refleja más bien una falta o sombra emocional, lo interpreta como un chantaje emocional que recurre a la indefensión. Pero su pronta muerte introducirá en su mente una primera sombra que comienza a germinar dudas e interrogantes que se irán corroborando con una serie de sucesos que amenazan su vida cuando intenta esclarecer esas sombras. Frente a un dique intentarán asesinarle, para impedir que prosiga su investigación, ya que parece implicar preguntas demasiado incómodas. Frady busca la manera de lograr encontrar una fisura en aquel dique de callejones sin salida, sustracción de información, negaciones y reacciones no sólo susceptibles sino violentas, como nuevos atentados mortales contra algunos de los testigos supervivientes.
La aguja espacial parece conectar con otra dimensión. Un escenario de simulacros, falsas apariencias, escenificaciones y engaños. Resulta coherente, por tanto, que adopte una falsa identidad para introducirse (confundirse en el entorno) en una organización, la corporación Parallax. En el proceso de instrucción le proyectan una sucesión de imágenes, unas incitan su afiliación, otras su rechazo. David Fincher establecería con respecto a esta secuencia una variación perversa en la fantasmagórica, e incomprendida, 'The game'(1997), en la que un manipulador, un poderoso (el tirano financiero representante de esta dictadura económica corporativa que padecemos definido por la suficiencia) sufría un proceso de sancionadora manipulación (su reflejo distorsionado). La perspectiva Parallax refleja el poder en la sombra, esa realidad paralela oculta que manipula, como titiriteros, la superficie de la realidad que el ciudadano medio contempla sin pensar que es teledirigida ni que efectúen sobre sus mentes un velado proceso de sugestión y conducción de sus reacciones de afiliación y rechazo. Un escenario que más bien contempla en plano general, como una figura minimizada entre múltiples reflejos, como las ventanas de un edificio cuyo interior no logra discernir, o una multiplicidad de piezas, que parecen semejantes, como las mesas circulares en un evento, simetría quebrada sólo para la irrupción violenta de lo imprevisto (una asesinato desde un fuera de campo que es incógnita)
La narración de 'El último testigo' se irá enrareciendo, ralentizando y ensombreciendo, como si ya fluyéramos en otra dimensión donde los contornos cada vez se difuminan más. A medida que se penetra en el núcleo de las sombras las evidencias se hacen más escurridizas a la vez que dejan manifiesta su entidad venenosa, como si no pudiera dotarse de rostro, como si no pudiera precisarse, como si fuera la materia ignota de un universo paralelo que infecta y afecta el mundo visible que percibimos sin preguntarnos cuál es la consistencia y la certeza de lo percibido, en qué medida sólo apreciamos un mínúscula porción del conjunto y en qué medida está distorsionada y manipulada de modo conveniente. Que carezca de un rostro, o rostros concretos, ese poder en las sombras, lo dota de una condición aún más siniestra, como un agujero negro. Por eso, puede resultar tan fácil que quien realiza las incómodas interrogantes pueda ser reconvertido en el escenario de las convenientes apariencias como el instrumento de sus letales manipulaciones en las sombras. Michael Small compuso una extraordinaria banda sonora que marca atmósfera enrarecida e inquietante, como si estuviéramos en otra dimensión (o espacio interestelar) ya con su magníifico tema inicial.

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