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miércoles, 11 de mayo de 2016

Driver

Un hombre que habla poco, pero expresa lo justo y preciso, un hombre que habla mucho, por eso, habla demasiado. Dos hombres que intentan conducir su realidad, o la realidad. Dos hombres a los que le gusta apostar: la realidad es un tablero de juego, un escenario que dominar. El primero, el conductor (Ryan O' Neal), es un hombre que conduce para otros, para quienes infringen la ley mediante atracos, pero es un conductor que nadie logra superar ni por lo tanto detener. El domina el escenario de las calles y callejones de la ciudad. El segundo, el detective (Bruce Dern), pretende detener a ese conductor. Y usa retorcidas estrategias para tejer una red con la que capturar al infractor que no deja de encontrar resquicios a través de los que fugarse de la vigilancia, persecución y control de la ley. El conductor sólo comparte su vida con un cassette con el que escucha música country. No parece destacar ningún otro objeto en su despojado hogar. El asesino a sueldo que encarnaba Alain Delon, en 'El silencio de un hombre' (Le samurai,1967), inspiración fundamental de 'Driver' (The driver, 1978), de Walter Hill, tenía otra música como acompañante en su despojado espacio íntimo, el canto de un pájaro enjaulado. Este era el samurai urbano al que aludía el título original. Al conductor, por la música que escucha, le llaman 'el cowboy'.
El detective no parece tener un hogar, sino que parece desplazarse con su furgoneta por las calles y callejones de la ciudad, cual casa ambulante, al acecho, cual vigilante insomne, cual servicio de limpieza que espera eliminar las impurezas y las perturbaciones en el tráfico del orden. Nos es presentado jugando al billar. Cada bola debe acabar en su correspondiente agujero. Cada pieza debe ajustarse al destino que él la aboque. No puede haber elemento que altere el diseño que intenta configurar. Y el conductor es la perturbación que se rebela a su taco. Utiliza la estrategia del desafío. Su acecho y acoso son un incentivo para el conductor. La presunción del detective impulsa al conductor a proseguir con su actitud de desafío al tráfico instituido. Su voluntad puede transgredir el sistema impuesto. Aunque implique colaborar con cómplices que desprecie. Esa vanidad ofusca su criterio, como ofusca el del detective. Se arriesgan a que las otras piezas, las otras voluntades, también realicen sus fugas o desafíos, o no tienen en consideración que sus intentos de golpes de mano que pueden contrariar sus previsiones y planificaciones. El conductor no suele portar pistola, pero prevé que aquellos de los que no se fía realicen un intento de salto a la banca, a su trato con la ley, con lo que la suficiencia del detective no cuenta.
Hay quien, como 'La conexión' (Ronee Blakely), apunta que hablará y traicionará al amigo, si le amenazan, para salvar su vida, y aunque en principio se resiste a delatar al amigo, acaba confesando, pero no le evita liberarse de la muerte. Hay quien, como 'La jugadora' (Isabelle Adjani), parece que no quiere hablar por alguna especie gesto de generosa complicidad con un desconocido, pero es realmente un silencio pagado, una artera estrategia para utilizar un testigo conveniente. Las conexiones son intercambios de egoísmos simulados, como se decía en 'Digamos que se llama Gantenbein', de Max Frisch. Un mero juego, apuestas, contrincantes. Los espacios, además de lugares que se recorren, son abstracciones y a la vez concreciones, escenario de representación, representación, compartimentos de una partida, representación de un vacío extenso, como la amortiguada vida, que parece latir en otra parte, en un cuadro de Edward Hopper, inspiración para Hill, así como cosa, objeto, figura, suma de objetos y figuras que se cruzan o con los que se colisiona, como un coche se despoja de sus componentes, a golpe de colisión, para demostrar quién domina el escenario, o las plumas de un almohada se adhieren, indiferentes, a la ropa del que acaba de segar una vida. Las plumas parecen encarnar ese aliento que ha sido sustraído, la constatación de la inconsistencia de las palabras, la inconsistencia de las presunciones. La realidad nunca logra dominarse ni controlarse del todo. Aunque a veces el azar sí juegue a favor de uno. El conductor no anticipa que el que va a cambiarle el dinero 'sucio', del atraco, por una suma menor de dinero 'limpio', haga trampa, y deje un maletín vacío. Ese vacío será su salvación pues impedirá que sea detenido por el detective, que se confronta, de nuevo, con la contrariedad de un nuevo agujero en la red, otro trastorna de su previsión y planificación. El vacío no deja de abrir boquetes en el compulsivo afán de controlar el escenario de la realidad.

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