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domingo, 22 de mayo de 2016
Geronimo, una leyenda
Este es el relato de la desaparición de un modo de vida. El relato de cómo fue reducida y expoliada una tribu, reducida por que fue alejada de su entorno, desprovista del entorno que definía su vida, recluida en un espacio cercado, en una reserva. Es el relato de su último resistente, Gerónimo (Wes Studi), el hombre que se rebeló contra una imposición y se alzó como los dioses antiguos, se alzó desde la tierra, desde aquella tierra que ya no era la propia, de esa tierra de la que les habían desprovisto. Es el relato de cómo fue reducido, y cómo fue enviado a tierras lejanas, un entorno distante de la frontera en la que luchó contra mejicanos y estadounidenses durante años. Pero esta hermosa y excelente obra, 'Gerónimo: una leyenda' (Geronimo, an american legend, 1993), una de las grandes obras de Walter Hill, es también la obra de los que le persiguieron, de los que combatieron contra él, de los que estaban en el otro bando, le comprendieran o no, le respetaran o no. Es también la historia del teniente Gatewood (Jason Patric), el rival que era cómplice, el antagonista que mejor le comprendía y que más le respetaba, el hombre no temió ir solo acompañado sólo de dos hombres la primera vez que Geronimo anunció que se entregaba, el hombre que probablemente hubiera evitado que se alzara de nuevo contra los que impusieron su voluntad cuando decidieron matar a quien representaba su ilusión en el cautiverio, el relato de una esperanza, el hechicero. Gatewood fue el hombre que definitivamente consiguió lo que no lograron 5000 soldados que patrullaban por la frontera para apresar a Geronimo, conseguir que se entregara junto a los escasos 35 hombres que le acompañaban en su desesperado intento de no ceder y desaparecer. Eran hombres que se alzaron como los antiguos dioses, desde la tierra, como refleja ese plano de uno de los indios que se levanta literalmente de la tierra en uno de los enfrentamientos victoriosos contra el ejercito estadounidense, un plano que sucede a otro de Geronimo observando con determinación el baile de su tribu, la música de su resistencia, el hechizo de su sublevación, ese que pretendían extirparles además de sus tierras.
Esta es también la historia del joven teniente segundo Davis (Matt Damon), cuya voz en off modula la narración, la construcción musical y episódica. Es el hombre que se sentirá avergonzado por las decisiones del ejercito, cuando aboque al ostracismo en una remota guarnición al hombre que podía poner en evidencia su incompetencia, el teniente Gatewood, o cuando decida también convertir en prisioneros, conducidos también a Florida con Geronimo y el resto de la tribu, a quienes les habían servido como explorador, como es el caso de Chato (Steve Reevis). Este también es el relato del general Crook (Gene Hackman), un militar respetado por otros de la tribu, pero al que no quiso plegarse Geronimo, un hombre que porta, en los intentos de negociación, un salacot, lo que le equipara con otros imperios colonialistas en Africa que impusieron su dominio y relegaron otras culturas a la suya, cuando no la exterminaron. Es el relato de Sieber (Robert Duvall), explorador que ha perseguido a Geronimo durante veinte años, alguien que lo considera un rival, pero alguien que reconoce que todo depende del bando en el que te encuentres, y él sólo se ajusta a la posición y al bando en el que le ha tocado. Alguien que no comparte la crueldad depredadora de quienes matan cualquier indio, de cualquier tribu, sea hombre, mujer y niño, para vender sus cabelleras haciéndolas pasar por cabelleras de apaches, como los que realizan una matanza en un poblado yaqui. Un hombre que, irónicamente, morirá en un enfrentamiento armado por defender a un indio, el explorador Chato.
'Gerónimo' es una obra que sabe exponer con precisión, sin ambages ni complacencias, todas las posiciones. A una secuencia que expone la matanza que Geronimo y sus hombres realizan sobre unos mineros, dejando vivo sólo a quien se enfrenta a ellos, porque eliminan a quienes han usurpado su entorno, sigue una secuencia que narra el ahorcamiento de tres indios, uno de ellos explorador, en la que claman a los otros componentes de la tribu que se rebelen contra la opresión del ejercito estadounidense, y posteriormente una secuencia en la que Gatewood y Davis encuentran varios cadáveres en una diligencia, y comentan que no era necesaria la matanza cuando sólo buscaban caballos. Pero como dice Geronimo en otro momento, es una guerra. Sufren la crueldad, y reaccionan con crueldad, les sustraen lo propio, y luchan sin contemplaciones ni concesiones, aunque otros de la tribu no crean en la rebelión armada. Hay bellas maneras de definir un personaje: ese magnífico instante en el que Gatewood se enfrenta al indio que le reta armado a caballo. Gatewood, sin que se altere su semblante, tumba al caballo, y dispara contra el indio que carga contra él, y tras abatirlo se levanta con firmeza sobre el caballo. El paisaje árido es otro personaje, como si fuera la correspondencia con el conflicto de despojamientos, de vidas y territorios. De un hermoso pictorialismo terroso, hay planos que parecen las ilustraciones de una leyenda, la leyenda de unas desapariciones, de dos hombres, Gatewood, alejándose en plano general, como si sus acciones no hubieran tenido transcendencia, como si no fuera nada ni nadie, y de Gerónimo, alejándose el tren en el que es trasladado, ya definitivamente recluido, con el resto de su tribu superviviente, uno más entre otros que son distanciados de su entorno y del modo de vida que era propio.
Es bella hasta decir basta la composición de Ry Cooder que cierra la película, en la que intervienen Tuvan throat singers, cantantes de Siberia. Recuerdo quedarme clavado la primera vez que la vi, cuando se estrenó, mientras corrían los títulos de créditos, cautivado por esta sobrecogedora música. Un auténtico rapto de belleza convulsa. Un sublime trance.
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