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jueves, 21 de agosto de 2014

El joven Torless

Torless (Matthieu Carriere) comienza a nombrar la realidad. Toma distancia, se desprende de lo que fue, y se sumerge en ese espacio incierto en el que se forja y afina una mirada propia. Ya no mirará ni nombrará ni juzgará el mundo a través de sus padres, de juicios y denominaciones preestablecidas. Al final del trayecto de conocimiento que se narra en 'El joven Torless' (Der junge Torless,1966), adaptación de la extraordinaria novela de Robert Musil, 'Las tribulaciones del joven Torless', será, incluso, capaz de comprender a sus padres. Ya no sólo serán una representación, ya no serán ante todo, o sólo, sus padres, sino será ya capaz de empezar a comprender quiénes son antes del nombre, como ya será capaz de empezar a comprender la realidad, de empezar a definirla y dotarla de nombre, aunque sean aproximaciones. Pero no dejará que le dicten su forma de relacionarse con ella, ni tampoco de imponer un rígido modelo de representación de lo que es, de cómo juzgarla. El trayecto se inicia con la llegada al colegio acompañado con sus padres. Hace un gesto incómodo cuando su madre pretende realizar un gesto de intimidad. Esa forma de relacionarse pertenece a una realidad de la que se ha desvinculado, ahora serán otros los vínculos y otros los gestos con los que conducirse. Cruza un umbral, un espacio que es llanura, un espacio vacío, el espacio que comenzará a amueblar y habitar con su propia forma de nombrar y calificar y definir y juzgar la realidad y los actos. Y a sí mismo, porque buscará su propio reflejo en el proceso de perfilar la relación con la realidad y los otros.
En las siguientes secuencias Schlondorff remarca afinadamente con su planificación esa mirada que descubre, que explora y escruta el alrededor, sea las actividades del pueblo, cuando recorren su calle principal, o el cuello de la camarera que le sirve. Ahora, tras salir del protector útero del hogar, ese que establecía las pautas y contornos y cartografía de la realidad, está en el afuera, y es incertidumbre. Su mirada pierde centro de gravedad, referencia, se emborrona, como una interrogante en el vacío que se desprende de pauta sensibles, la que pierde vínculo con la singularidad de la otra, difusas representaciones, una mirada expuesta a los instintos e impulsos, a la colisión con otras pautas y representaciones, las que recibe del mismo colegio o de sus compañeros. Una mirada expuesta a la sugestión, a adoptar otras conductas para integrarse en un entorno. Un entrecruzamiento de pautas y de exploraciones, modelados y cuestionamientos. Toma distancia y observa. Una mirada vaciada que contempla cómo se ejerce la crueldad sobre otros seres vivos: un compañero que aplasta un mosca con su pluma, unos compañeros que torturan a una ratón, ceremonia de la indiferencia y la crueldad a la que él se une lanzando el ratón contra una pared como quien se deja llevar por un resorte.
Torless se interroga y asombra de ciertas inclinaciones humanas, sobre cómo se dejan avasallar, y aceptan una posición servil que implica encajar y aceptar la humillación, incluso las imposiciones más aberrantes y caprichosas, o sobre la tendencia humana a la crueldad, al placer que reporta el dejarse llevar por la pulsión de poder o dominio. Los otros o la realidad sirven a la propia voluntad, a la inversa de los que dejan que les modelen y dicten la realidad. Torless no disfruta, como si parecen sus amigos Beineberg (Bernd Tischer) y Reitinger (Fred Dietz) en la ritualización de la crueldad con la que someten a un compañero al que han sorprendido robando, Basini (Marian Seidowsky). En esa circunstancia ritualizada ambos buscan una complacencia. Torless una interrogante, como el científico que prueba con sus probetas, hasta que pierde incentivo en la observación. Torless se interroga sobre los números irracionales, como sobre la irracionalidad que rige los actos humanos. Hasta que toma consciencia de su turbia y ponzoñosa inconsistencia. Como no hay claras separaciones con las que se puedan establecer los juicios. No hay maximalismos que sirvan de eficaces instrumentos para conocer la entraña o trama de la realidad. Los opuestos en ocasiones se solapan e incluso se confunden. Las fronteras pueden difuminarse, y desafiar el discernimiento. Los preceptos y modelos se ven desestabilizados por lo circunstancial y la diversidad y contradicciones que habitan lo específico. La irracionalidad es un agujero negro, el espejo oscuro de una inconsistencia. Y entre los frágiles nexos, a veces ilusorios, abundan los espacios en blanco.
La realidad también está hecho de números imaginarios. También está constituida de la huella de ausencias, de lo posible, de lo imaginado. No sólo condicionan las presencias. Hay fisuras donde las palabras no crean siquiera un puerto. Lo real es escurridizo, y muchas pantallas que intentan domesticarlo evidencian su vana impostura. Te desprendes de modelos, cotejas otros, pruebas, y ese pálpito en tus entrañas, más allá de los nombres y de lo nombrable, forja tu relación con la realidad, los pasos que establecerán las distinciones y propiciarán las decisiones. Torless se aleja de ese espacio de representación, el colegio, en el que otros modelos han enmarañado, y abierto referentes en el espejo, su tránsito hacia la consecución de su propia mirada. Ha explorado de cerca las aguas cenagosas de la naturaleza humana, su tosquedad, y su presunción, el desprecio de la bestia y la arrogancia de la razón angostada en las cuadriculas, las tendencias que empañan el discernimiento y convierten al ser humano en una criatura ensimismada y ajena. Ahora la mirada interrogante comenzará a enfocar el rostro de los otros, los rasgos de la realidad. Y extraordinaria la banda sonora compuesta por Hans Werner Henze

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