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viernes, 9 de noviembre de 2012

Kansas city

Photobucket Mientras admiraba esta extraordinaria obra, me preguntaba si la música diegética de los conciertos de jazz en el ‘Hey hey club’, que puntúa la narración de ‘Kansas city’ (1996), de Robert Altman, acompaña, o complementa, las imágenes de la narración, o son estas las que la ilustran, tan afinada es la conjugación de narración y música, o la manera tan orgánica en que esta vertebra a la anterior. Quizá con la excepción de ‘Gosford park’ (2001), no me parece que Altman alcanzara tal depuración con las narraciones descentradas, fueran más o menos corales, que solía orquestar. La narración es pura música, es pura narración jazz, con sus melodías, variaciones, improvisaciones, solos…, que culmina con una coda sublime en los títulos de crédito, el dúo de contrabajos. Es un conjunto, firmemente cohesionado en el que cada parte del drama representa o actúa como un instrumento. Quizá es que haya que amar o degustar el jazz para apreciarla, o admirarla. Photobucket Sí me costó mucho tiempo admirar el cine de Altman. No me habían cautivado las obras que asentaron su prestigio en los 70 ; de hecho, he revisado hace poco revisé ‘El largo adiós’ (1973), y lo único positivo que puedo decir de ella es que me han entrado muchas ganas de revisar la novela de Raymond Chandler, una de mis predilectas. Su ‘relectura’ o variación me resulta escasamente sugerente; aún menos que la primera vez que la vi, ya que deserté sin llegar a mitad película. No recuerdo la impresión que me causó, entonces adolescente, su ‘Quinteto’ (1979), pero sí cómo mis padres juraron y perjuraron de la tortura que sufrieron con aquella ciencia ficción sesuda, que les pareció tediosa a más no poder, por mucho que transitaran por sus imágenes Paul newman, Fernando Rey, Vittorio Gassman o Bibi Andersson; durante años no dejaron de recordarme la nefasta experiencia. Tampoco caló mucho en mí lo que ví su filmografía en los ochenta, en la que su obra perdió predicamento, tanto entre los productores como entre el público y la crítica, ‘marginado’ en producciones de escaso presupuesto y escasos escenarios, como la interesante ‘Streamers’ (1983). Su renacer tuvo lugar con ‘El juego de Hollywood’ (1992), cuyas estimulantes aristas se diluían en un estilo que me parecía demasiado luminoso, y un tanto desmañado ( como cierta querencia por el zoom). ‘Vidas cruzadas’ (1993), me pareció más convincente, una singular variación sobre los relatos de Raymond Carver; la visceralidad áspera, de disparo con silenciador de éste, se había convertido en una ironía que dejaba caer lentamente gotas de ácido. Photobucket En ‘Kansas city’ logró combinar ambas miradas. La amargura se arrastra entre imágenes, adherida como un cuerpo enfermo que no sabe que se está desangrando, y que le queda poco para el tiro de gracia, porque está distraído escuchando la música que llega por la ventana. Y es que la versión femenina de Orfeo, Blondie (Jennifer Jason Leigh) está empecinada en lograr lo que es imposible, rescatar a su Euridice en versión masculina, su esposo Johnny (Delmot Mulroney), de las fauces de los sótanos del podrido sueño americano, en la que reina el Seldom (Harry Belafonte), un locuaz encantador de serpientes, que parece actuara en un escenario, cuyo verbo, cuyas elegancia, cuya sonrisa, salpica ácido. Seldom es un gangster que tiene su sede en entre bastidores en el Hey hey club, donde afuera suena la música inagotable cual canto de sirenas para atraer al vacío. Johnny ha tenido la peregrina idea de atracar a uno de los apostadores en las partidas que organiza Seldom. Lo ha hecho haciéndose pasar por negro, tizándose el rostro, lo que evidencia su desesperación, o su precaria situación; en la escala social es más pobre aún que los negros. En 1934 muchos aún siguen en lo más hondo de la ‘Depresión’ pugnando por salir del hoyo del modo que sea. Photobucket Blondie también es una pobre ingenua, pese a sus modos desabridos, que piensa que está en una pantalla, y que actúa como si fuera Jean Harlow, cuya estética remeda, y hasta sus maneras de ‘chica dura’ de extracción social baja (que además era también de Kansas, como Joan Crawford). Sin duda es ingenua porque intenta conseguir que liberen a su príncipe secuestrando a Carolyn (Miranda Richardson) la esposa de un político, que es consejero de Roosvelt, Stilton (Michael Murphy). Si este, con sus contactos, logra que liberen a su príncipe, él liberará a quien desde luego no parece que sea princesa de nadie, ya entumecida por el láudano. Parece que Carolyn conecta con Blondie durante su secuestro, pero no se puede estar seguro de en qué medida actúa, es sincera, o está bajo los efectos de la droga. Y no se esclarecerá ni al final cuando, tras disparar en la cabeza a Blondie (desolada tras ver cómo han destripado a su príncipe), en un gesto que no se sabe en principio si es compasivo, dice a su marido que se acuerda de algo que no ha hecho hoy, votar. Photobucket Porque sí, en paralelo, es día de elecciones, día de representaciones, las de los políticos elegidos pero también la de la farsa y las simulaciones: véase cómo se amañan con estrategias como pagar a una retahíla de para que voten por un candidato (y golpear al que proteste). Cuando esa es la entraña de una sociedad, sea de blancos o negros, en donde las relaciones son meros intercambios o alianzas de intereses ¿dónde puede encajar una ingenua pareja con sueños románticos de pantalla o ardides de latrocinio de music hall para arañar su trozo de sueño americano? El cenit de esta prodigiosa narración musical tiene lugar en esa secuencia central en la que asistimos al intenso duelo de dos saxofonistas. A continuación, una secuencia en la que acuchillan brutalmente al cómplice negro de Johnny en un callejón, mientras Seldom cuenta un chiste que pone en evidencia el racismo de los blancos. La ironía que corta como una cuchilla. Photobucket Photobucket

3 comentarios:

  1. Pues yo ví este año "Los vividores" (McCabe and Mrs. Miller) y me pareció fascinante, un western magnético y anómalo a más no poder, totalmente adelantado a su época, 1971.

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  2. Estoy de acuerdo contigo, Ismael. En cierto modo me recuerda a la extraña atmósfera con la que William A. Wellman impregnaba sus westerns Cielo Amarillo o El rastro de la pantera. ¿Qué opinas al respecto, Solaris...?

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  3. No puedo decir que conserve entusiasta recuerdo de 'Los vividores', aunque ya hace muchos años que la ví. Con lo cual no puedo argumentar con el necesario rigor, o simplemente exponer por qué no me convención. Ahora que citas las dos de Wellman, que sí tengo más recientes, una me parece extraordinaria, 'Cielo amarillo', la otra, me supuso una gran decepción al revisarla hace unos meses. Me resultó de lo más impostada, agarrotada tanto atmosférica como dramaticamente, por imponente que fuera su trabajo de composición.

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