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martes, 21 de octubre de 2025

Reseña en Dirigido por de John Sturges. La mirada ecuánime o depende de a qué se llame mirar

La reseña escrita por Israel Paredes Badía, en el número de septiembre de Dirigido por, sobre John Sturges. La mirada ecuánime o depende de a qué se llame mirar (Providence).
 

miércoles, 8 de octubre de 2025

The man who dared, la primera figura ecuánime en el cine de John Sturges

 

En su filmografía se puede apreciar, más allá de que le asignaran obras con ciertas características con las que le asociaban por sus capacidades y cualidades, o fueran controladas y producidas por él, que la integridad es su epicentro, y la mirada o actitud ecuánime la dinamo o perspectiva. Su primer protagonista, en su ópera prima The man who dared (1946), el periodista Donald Wayne (George Mcready) es calificado como el cruzado. Su motivación: la integridad ética. No considera justo que se juzgue, condene, con pruebas circunstanciales, e inicia una cruzada para dejar en evidencia esa falta del sistema judicial. En una de las primeras secuencias, un personaje secundario lee un libro de Kant, La crítica de la razón práctica, en la que el filósofo escribió: Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal. La motivación de Wayne es tanto la empatía, el desafortunado destino de los juzgados apresuradamente (no por inapelables hechos), como la consecución de que su perspectiva ecuánime sea considerada como concepción inspiradora (por el beneficio que puede reportar a otros). Su ecuanimidad es desinteresada. No acepta resignado y sumiso el imperativo de una ley instituida sino que prioriza la ética propia que se manifiesta discrepante y cuestionadora ya que considera que la ley, por sus preceptos y métodos imperativos, no es adecuadamente sensible ni justa con respecto a los juzgados.

 Se dedica un apartado en John Sturges. La mirada ecuánime o depende de a qué se llame mirar (Providence) a la ecuanimidad, a las figuras que la representan en su cine como Tamiko (Una muchacha llamada Tamiko), Linda (El último tren de Gun Hill), Chris y Vin (Los siete magníficos), como dejan patente ya en la secuencia introductoria, John André (Duelo de espías), Mallory (El signo de Aries), Carey (Mares de arena), Garvey (Cruce de derecha), Chino (Caballos salvajes), Farraday (Estación Polar Cebra), Keith (Atrapados en el espacio), Steiner (Ha llegado el águila) o Oliver Wendell Holmes (The magnificent yankee), conocido como El Gran Disidente en el Tribunal Supremo del que formó parte, y que escribió que "Si hay algún principio de la Constitución que más imperativamente requiera el apego que cualquier otro es el principio del pensamiento libre, no el pensamiento libre para los que están de acuerdo con nosotros, sino la libertad para el pensamiento que odiamos". La ecuanimidad se define por la flexibilidad, y por lo tanto, la capacidad de rectificación de las convicciones o percepciones. Sturges buscaba el autocuestionamiento, en términos individuales o colectivos, la perspectiva que evitara la justificación, o autoindulgencia, en una pertenencia o posición. Por eso, la modificación de actitudes, o percepción y concepción (de los hechos, de la realidad, de ellos mismos, o de los otros), es una constante fundamental en su obra.

sábado, 4 de octubre de 2025

Mis textos en Dirigido por nº Octubre 2025

En Dirigido por de Octubre 2025 se publican mis textos sobre Un gran viaje atrevido y maravilloso, de Kogonada, Honey don't, de Ethan Coen, Weapons, de Zach Cregger, Los últimos románticos, de David Pérez Sañudo y las series Smoke y Poker face. 
 

miércoles, 1 de octubre de 2025

Alien: Planeta Tierra

 

Noah Hawley, director de la minusvalorada Lucy in the sky (2016), vuelve a demostrar con Alien: Planeta Tierra (2025), como hizo con la excelente serie Fargo (2014-2024), cómo puede partir de material ajeno para desarrollar una singular mirada que se conjugue, como un inspirado híbrido, con el modelo, como una hibrida es la singular protagonista de esta excelente serie. Alien: Planeta Tierra literalmente comienza en el principio del principio, con una secuencia que emula la inicial de Alien (1979), con el despertar de los tripulantes de una nave, Maginot, equiparable al Nostromo de la película de Ridley Scott, ya que, además de situarnos en el mismo periodo de tiempo, nos indica que su función es la misma, reunir (cual reclutamiento) una serie de criaturas depredadoras, como el xenomorfo, por orden de una corporación (Weyland), para lo cual todo tripulante es prescindible, como para cada empresa el empleado es un mero peón funcional intercambiable. Porque, al fin y al cabo, en aquel periodo de afianzamiento del capitalismo salvaje, el xenomorfo, esa criatura a la que no le afectan los escrúpulos, los remordimientos ni las fantasías de la moralidad, cuya sangre es ácido, era su más afinado emblema. Por ello, en atinada ocurrencia de Hawley, la Tierra está ya regida por cinco corporaciones, acorde a esta dictadura corporativista en la que vivimos pese a que se disimule bajo el camuflaje de una democracia representativa. En este caso, a diferencia del Nostromo, la nave sí llega a tierra, o más bien se estrella, haciendo honor a su nombre. Maginot fue la mayor línea de defensa militar construida; Francia la construyó en la frontera con Alemania e Italia, entre 1922 y 1936, pero tras la segunda guerra mundial representaría un descalabro defensivo: la metáfora con respecto a lo que representa es patente: la brecha por la que unas criaturas depredadoras, recolectadas por una corporación como peones utilitarios, o posibles más efectivos empleados (sin necesidad de salario) que incrementen el dominio competitivo o mayor control del escenario de la realidad, pueden expandirse por la Tierra. El hecho de que caiga en los dominios de Prodigy, corporación rival regida por Boy Kavalier (Samuel Blenkin), posibilita un enfrentamiento que, en primera instancia, parece financiero.

La singular aportación de Hawley es la creación de unos híbridos, mentes humanas, de cuerpos de niños terminales, injertadas en cuerpos sintéticos, entre los que destaca la primera creada, Marcy/Wendy (magnífica Sidney Chandler). Kavalier los bautiza con los nombres de los niños perdidos de Peter Pan, ya que son niños que, efectivamente, no podrán envejecer. Pero él no es un transgresor Peter Pan, nada que ver con ese nombre de Niño caballero/Boy Kavalier, ya que no es sino un pequeño hombre mezquino que disfruta haciendo daño, como bien apuntará Wendy, por mucho que se diga a sí mismo que solo aspira a conversar con quienes dispongan de mentes superiores (como si él también lo fuera): la secuencia en la que dialoga con esa criatura alienígena en forma de ojo con mini tentáculos incrustada en la órbita de una oveja, mientras expresa cómo le gustaría saber qué es lo que piensa, es de lo más elocuente. A diferencia de Alien: Romulus (2023), de Fede Alvarez, un decepcionante refrito de elementos de varias películas previas de la franquicia, con personajes también jóvenes, pero sin particular distinción, Alien: Planeta tierra sabe cómo combinar ciertos componentes de la película fundacional con nuevas aportaciones. Incluso con la música. En cierta ocasión, los acordes de la extraordinaria banda sonora de Jerry Goldsmith se combinan con otros de la compuesta por Jeff Russo, los cuales parecen evocar a los de los títulos de crédito de la magnífica serie House of cards (2013-2018), protagonizada por otro ser, encarnado por el gran Kevin Spacey, con metafórico ácido en las venas, en el escenario político. Inclusive, cuando vuelve atrás en el tiempo, en el quinto capítulo, cual variante de la primera película, y relata lo que propició que la nave Maginot se estrellara, apuntala las bases del planteamiento de una disputa de poder entre corporaciones, en la que cualquier medio es válido para la consecución del dominio de la realidad, equiparable a una enajenación en la que los demás son meras piezas de un tablero con el que se juega como un niño que se despreocupa de las consecuencias de sus acciones para los demás. Boy Kavalier es alguien que cree que es como prefiere verse, a diferencia de quien se interroga sobre lo que es, como la hibrida que no cree que sea Marcy ni Wendy, una niña o una adulta. No sabe quién es, pero sabe que no le gusta cómo actúan los que se denominan adultos. Incluso, no considera que sean ellos quienes sufran averías que necesitan de reajustes sino quizá los humanos. Uno de las más sugerentes ocurrencias es que sea capaz de comunicarse, con perturbadores sonidos, con los xenomorfos. Quienes son recolectados o creados como posibles más competentes peones funcionales establecerán una singular alianza de sublevación.

Los dos espléndidos primeros episodios, dirigido por el propio Hawley, y la parte inicial del tercero (en la que Wendy se enfrenta con el alien), constituyen una particular excelente película, en la que el espacio derruido del edificio sobre el que ha colisionado la nave ((irónicamente, su planta baja es un centro comercial), y el interior de esta, se convierte en un tétrico espacio, cual mansión gótica, de corredores laberínticos que se revela como un museo de los horrores, ya que el xenomorfo no es la única agresiva criatura alienígena que ha sido recolectada. Esas peculiares criaturas serán recluidas en sus particulares vitrinas en el dominio del niño grande que es Kavalier, quien, como los otros adultos de la narración, sean humanos, sintéticos o cibernéticos, aquellos que creen que mandan, y manipulan, para su conveniencia, son los reales monstruos. El xenomorfo ejercía de hiperbólico espejo de una mentalidad utilitaria económica en Alien. En Alien: Planeta Tierra, junto a los hÍbridos, representa la constatación de que, antes de con humanos, es preferible estar con los animales, los cuales son honestos (sin dobleces ni retorcimientos), como apunta Wendy, o como canta Eddie Vedder en los títulos de crédito del último capítulo: I'd rather be with an animal/Preferiría estar con un animal. La conclusión posibilita posibles direcciones para una aún no confirmada segunda temporada pero es una mordaz conclusión en sí.