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domingo, 30 de septiembre de 2018

Searching

La realidad como pantalla. Searching, buscando. En la red buscas, exploras, y encuentras lo que quieras, sea real o inventado, información o escenarios recreativos. Pero ¿te esfuerzas en buscar, explorar, y descubrir cómo es o cómo siente alguien que comparte tu vida o has acomodado esa relación a un escenario conveniente para ti? En la red hay múltiples maneras de establecer contactos, porque las fronteras se diluyen, pero ¿realmente sabes conectar con quien tienes a tu lado, o estableces e interpones, de modo intencional o de modo inconsciente, fronteras con difusos sistemas de aduanas?. En los primeros pasajes de Searching (2018), de Aneesh Shaganty, se condensa, como en Up (2009), de Pete Docter y Bob Paterson, un extenso periodo de tiempo en la vida de unos personajes, los 15 años de una familia, desde el nacimiento de la hija, Margot (Michelle La), hasta la muerte de la madre. Qué recurso se utiliza para efectuar esa síntesis ya define el planteamiento estético, narrativo, como el reflexivo, de la película: La pantalla de un ordenador, en el que se acumulan las grabaciones, episodios, de los acontecimientos de una vida (¿vivimos ya para el relato de nuestra propia vida, como huellas que conjuran nuestra condición efímera con esa propagación o acumulación de imágenes de instantes como si nuestra vida fuera un constante acontecimiento?). La desaparición de la hija determina que el padre, David (John Cho), investigue a través del portátil de su hija cuál es su historia, por tanto, cómo es su vida, qué webs (escenarios) transita, con quién y cómo se relaciona, en suma quién es aquella que compartía su espacio y vive junto a él y que realmente desconoce, porque quizá no se haya esforzado en indagar, en explorar, cómo es, recluido en una frontera conveniente, sobre todo desde la muerte de su esposa, esa frontera que propicia el entumecimiento en unas rutinas en la que el otro no es más que una figura funcional en un engranaje definido por la cómoda inercia.
La búsqueda en la red del hilo que defina, como una línea de puntos, cómo se siente su hija, se revela como un amplio fuera de campo en el que se confronta con cuánto desconoce sobre ella. Se suceden las múltiples interrogantes que sugieren posibles escenarios, en este caso no recreativos, sino inquietantes para un padre que especula con las posibilidades de que su hija esté vinculada con actividades siniestras, fraudulentas. En especial, desde el momento que el tiempo pasa, y se tema por la vida de su hija. Ficciones, de todas maneras, que no dejan de ser fugas de sus temores, los cuales evidencian la no confrontación con aspectos más elementales, esos relacionados con nuestra negligencia en saber conectar con los que nos rodean, y saber cuáles son sus miedos, expectativas, dolores. Qué sienten que les falta en su vida, eso que no se suele compartir, porque se prefiere mantener la pantalla protectora en la relación con los otros, con la realidad. En una de las conversaciones iniciales de chat el padre escribe que su madre también estaría orgullosa de ella, pero omite ese comentario, porque la omisión hace sentir que no ha ocurrido, si no se menciona, no existe, ni se confronta La negación nos convierte en personajes virtuales en lo que llamamos realidad, que tornamos más bien en escenario, simulación que prefiere dejar de lado, en cierta papelera imaginaria, las incómodas emociones que duelen, que se prefieren no compartir para no sentir que estamos heridos sino que somos figuras completas que prosiguen con su vida de engranajes funcionales sin incidencia alguna.
En Searching, realmente, importa menos la intriga. ¿Qué habrá ocurrido a la hija? ¿Estará viva o muerta? La resolución apunta a esa condición catártica de la red en la que nos inventamos para contrarrestar nuestras carencias y faltas emocionales en nuestra vida cotidiana, y cómo confrontar, aunar, esos dos escenarios puede derivar en un conflicto que no sepamos asimilar, porque la ficción, la invención, se ha desbordado de tal manera, desnaturalizando la relación, que imposibilita o dificulta la conexión real, porque hemos construido una relación virtual sobre escenarios ficticios, en vez de habernos mostrado tal cómo nos sentimos, tal como somos. En un escenario u otro, en el llamado virtual, o en el llamado real, por defecto (omisión) o por exceso (hiperficcionalización) desnaturalizamos las relaciones, y perdemos contacto, como seres a la deriva que no comparten cómo sienten ni saben cómo sienten quiénes están junto a él.

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