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domingo, 9 de octubre de 2016

Elle

Un hombre que porta una máscara viola a una mujer tras irrumpir en su hogar. La incógnita sobre quién es él no se extiende durante toda la narración. Es más, su esclarecimiento deriva en otro curso narrativo, desconcertante por inesperado. O quizá no tanto, ya que está relacionado con la incógnita que sí se extiende durante toda la narración, amplíándose el esclarecimiento como una línea de puntos que quizá no deje de proseguir más allá de la finalización del relato: ¿Quién es ella, Michele (Isabelle Huppert), la mujer violada en esa secuencia inicial? . Ese es título de la propia película, que es en sí una interrogante, 'Elle' (2016), de Paul Verhoeven. No su nombre, sino una denominación genérica, más difusa, porque hay una espesura de capas o máscaras en las que internarse para conseguir una mirada precisa, que quizá nos enfrente a nuestro propio reflejo. Su madre dice de ella que siempre ha buscado materializar una vida aséptica. Ese parecía su propósito. Michelle cuestiona de modo contundente la relación que su madre mantiene con un hombre décadas más joven, y ríe sin rubor con una carcajada, que no esconde desprecio, cuando ella anuncia su futuro matrimonio. Incluso, piensa que es una escenificación el estado en coma en que queda sumida tras sufrir un ataque.
Asepsia y simulación. Tras ser violada, en su primer día de trabajo, contempla sin agobio ni asomo de preocupación las pruebas del vídeo juego que pretende lanzar la editorial que dirige junto a Anna (Anne Consigny), en el cual una criatura monstruosa viola a una mujer. Uno de sus poderosos tentáculos penetra su misma cabeza. Distancias sobre la realidad, sobre lo que afecta a los otros, sobre lo que incluso le afecta a sí misma. Rompe, al aparcar torpemente su coche, el guardabarros del de su ex marido, Richard (Charles Berling), y tampoco parece causarle remordimiento ni agobio alguno. Patrones y caprichos. Le molesta, eso sí, que él mantenga una relación con una mujer bastante más joven, porque aunque no estén juntos, las relaciones que ambos mantienen tienen que ajustarse a un patrón que no impida el resquicio de una reconciliación. Por eso, los posibles amantes deberían ser personas casadas. Como lo está Robert (Christian Berkel), su amante, precisamente marido de su mejor amiga, Anne. A está le reconoce en la secuencia final que lo hizo como quien hace algo porque se siente aburrida, sin particular interés, como si el otro fuera una figura casual que se encontraba disponible por ubicación espacial y temporal. También le reconoce que fue una acción mezquina, o aún más, pero encoge los hombros, porque no hay peso alguno de emociones dolidas en su indiferente expresión. Quizá porque se cansó de jugar con el pájaro que ya no se movía, decidió dar un giro al desarrollo de la narración y reconoció a su amiga que mantenía una relación con su marido. Quizá ya se cansó de la mascarada. Apunta que no le parecía justo, pero quizás se adelante al posible descubrimiento por parte de su amiga, quien ya sospecha que su marido tenga un amante.
La película se abre con el primer plano de su gato, cómo contempla de modo indiferente la violación que sufre. Puede evocar el plano del gato Jonsie cuando contemplaba cómo el alien mataba al personaje de Harry Dean Stanton en Alien (1979), de Ridley Scott. Quizá sea un alien quien le ataca, pero quizá también lo sea ella. Los escrúpulos, la conciencia o las fantasías de la moral no parece que le preocupan demasiado. No quiere tener nada que ver con su padre, como si le recriminara una mancha que ha quedado prendida de modo indeleble en ella, ella que busca una vida aséptica. Sus palabras son espumarajos de ácido cuando opina sobre la posible libertad condicional de su padre, tras permanecer casi cuarenta años en prisión, condenado por las decenas de muertes que causó en la calle donde vivía. Un día decidió entrar en cada casa y acabar con cada vida que encontraba, incluidos los animales de compañía. Para qué discriminar si todos somos criaturas animales. Sólo se libró un hamster, quién sabe por qué. Ella le recrimina que quedará prendida en la retina de todos la imagen de aquella niña de diez años, en ropa interior, y manchada de sangre. Por eso, no quiere saber nada de policía cuando es violada, no quiere de nuevo ser objeto de atención, centro de la pantalla, quiere sólo modelar las pantallas que afectan a otros con los vídeo juegos que plantea. Los tentáculos que penetran mentes deben ser los suyos. Negación y desvío. Prepara un discurso con nueve puntos que escupirle a su padre cuando decide visitarle en prisión, pero este se suicida antes de que ella llegue.
Un alien, dos aliens, tres aliens: Patrick (Laurent Lafitte), el hombre que desea, el vecino por el que se masturba mientras le observa con los prismáticos, se revela como aquel hombre enmascarado que irrumpió en su casa, golpeándola y violándola. Aquel hombre que decora el exterior de su casa con figuras religiosas, casado con una mujer de creencias pías que contempla con delectación las misas televisadas el día de Navidad, resulta ser el hombre que la agredió porque la deseaba. Aunque cuando tiene una primera opción de dejarse llevar por el deseo, cuando le ayuda a cerrar las contraventanas, interrumpe el conato sexual como si le violentara. Contraventanas y ventanas en colisión, lo que se desea y lo que se teme, lo que no se atreve a exponerse, el enmarañamiento de lo que atrae. ¿Cómo se reacciona cuando el hombre que deseas se revela como el hombre que te agredió sexualmente? Michele no le denuncia. Ambos recrean la violación en el sótano de la casa de él, de modo consentido, y los gemidos finales de Michele parecen los lamentos de dolor que no ha expresado en momento alguno, como si nada le hubiera afectado aquella violencia sufrida. No se le nota nada. Un cristal con contraventanas. Su amiga Anna se lo dice, nada había advertido, durante los ocho o diez meses que duró la relación con su marido, que indicara que podían ser amantes. Pero hay un momento en que parece que se pierde incentivo, como sus encuentros sexuales con Robert: en el último a él le gusta que se ha haya hecho la muerta sin considerar que se deba a su ya falta de interés. Quizá remede la violación con indiferencia. En cierto punto, a Michele le parece retorcida esa relación que mantiene con Patrick. Michele le confiesa que se había dejado llevar, y convertido el rechazo o la denuncia en placer, por negación. Quizá. Quizá Michelle no haya dejado de configurar su vida sobre la negación, como quien desea limpiar de modo denodado una mancha que nunca termina de quitarse, o sí, como la sangre que se perfila y disuelve entre la espuma mientras se baña tras sufrir la violación, pero que mira como la gata que se aburre cuando el pájaro ha dejado de moverse, despreocupada de si es porque está muerto o no. Ahora está, ahora no está, como en toda ilusión virtual. Anne Dudley compone una excelente banda sonora

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