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viernes, 25 de septiembre de 2015
Jordskott
La inspectora Eva Thornland (Moe Gammel) intenta recobrar la conexión. Retorna a su pueblo, y es un retorno a sí misma. Ha desaparecido un niño, y su hija desapareció siete años atrás en esos bosques. Su padre ha muerto, y era un extraño, alguien del que se distanció tiempo atrás. Ella retorna, pero es una extraña, como una sonámbula que hubiera perdido la consciencia de su cuerpo. Es una intrusa, es policía pero sus indagaciones no acompasan el paso, en principio, con los policías encargados del caso. Los conectores en Eva, están apagados, y debe encenderlos, recuperarlos todos de una vez. Debe dejar de ser una intrusa en el mundo, una extraña, un ser ausente a la deriva, debe reconciliarse con la pérdida, con las sombras de la pesadumbre que aún arrastra, y quedaron adheridas a su adusto gesto. Y a medida que, poco a poco, realiza esa conexión, el bosque desvela que hay conexiones que no sólo muchos hemos perdido, sino que hemos cortado, como quien secciona un nervio, el nervio que nos conecta con los demás, con el entorno de la naturaleza. 'Jordskott' (2015), creada por Henrik Bjorn, es una espléndida serie sueca de diez episodios, que destaca por sutileza de su progresión dramática, como una emanación de ese estado de suspensión vital en el que se encuentra su protagonista, como el tronco y las ramas que se desarrollan para descubrir la propia raíz, no sólo singular sino colectiva.
Los ultrajes a la naturaleza por la búsqueda voraz del beneficio económico se matizan con otra consideración. No es sólo la codicia, sino la reducción de la mirada a lo propio lo que aún más impide que nos desarrollemos como especie, y dejemos de ser depredadores del entorno y de los demás. Nos justificamos en que la vida es una lucha de supervivencia. La necesidad de sobrevivir, de mantener a las personas cercanas, sobre todo los hijo, se convierte en raíz de desolación, porque desenfoca lo ajeno, subordina lo otro a la propia subsistencia. La necesidad se alía con ese egoísmo que supedita el bien ajeno, la vida de la naturaleza, la vida de los otros, a la vida o seguridad de quienes componen el entorno cercano, la familia. Se genera pérdida ajena, se destruye alrededor, para mantener y nutrir lo propio. Y esa confrontación con esa limitación que nos define, es el recorrido simbólico de la narración. Eva se confronta con su fantasma, con su antimateria, con su reflejo siniestro. Quien ha perdido a su criatura se confrontará en el espejo con quien hace lo que sea por conseguir que su propia criatura tenga una vida segura.
A través de un relato con componentes fantásticos, relacionados con la 'otra' vida en el bosque, se realiza un viaje que confronta con la elementalidad , y paradoja, de nuestra brutalidad y crueldad consustancial. Hacemos daños para preservar lo propio. De ahí, la bellísima secuencia final, la aceptación de la pérdida. No podemos controlar todo en la vida. Los accidentes suceden. En cualquier momento, quien amamos, puede desaparecer. Ya no está. Y nos sentimos sin raíz. Y los demás son espectros, figuras desdibujadas, cuando realmente lo somos nostros. Dejamos de palpar la vida. Cuando la pérdida nos debe confrontar, gracias a la consciencia de la finitud, con el esplendor de la materia, la relación con la piel de la naturaleza de la que somos parte. Y la amenaza de esa pérdida no debe convertir nuestro relato de vida en una fortaleza que convierte a los otros y al entorno en suministro de nuestra ilusión de inmunidad.
La hermosa canción de los títulos de crédito
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