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martes, 17 de junio de 2014

Mi otro yo

Hay películas que parecen que llegan tarde, fuera de tiempo. Cuando se ha acabado la proyección, y ya están limpiando entre las butacas. Desafortunadamente, no tiene nada que ver con la sublime 'Goodbye Dragon inn' (2003), de Tsai Ming Liang. Aunque haya fantasmas en ambas. O eso parece. Claro que ambos no juegan con la ambigüedad del mismo modo. Ming Liang difumina y desplaza al espectador a una posición fronteriza, allí donde las interrogantes siguen sembrándose. Coixet simplemente suspende las interrogantes, como un aplazamiento que mantenga en vilo al espectador durante buena parte de la narración de 'Mi otro yo' (Another me, 2013). Podría decirse que ya está un tanto agotada la formula de las películas que juegan con la ambigüedad de si lo que acaece en el relato tiene lugar en la mente del protagonista (si es un sueño, reflejo de su desquiciamiento mental o, incluso, si estará muerto), o si realmente se está enfrentando con fenómenos sobrenaturales. O quizás más bien cineastas como Isabel Coixet hace sentir que está agotada, porque no logra propulsar una variante lo suficientemente estimulante, como quien hace un sofrito con los restos que encuentra en la nevera. Lo hace, además, entre algodones, con esas imágenes de anuncio de desodorante o de salvaslips, planos fragmentados más que impresionistas espasmódicos, que no consiguen empaparse, mancharse, de las suficientes tenebrosas turbulencias, por mucho que inicie la película en un oscuro túnel, que se convertirá en presencia recurrente del relato, y unas siniestras figuras de rostro indefinido que golpean a una chica con un rostro bien definido, el de quien la observa con desesperación, la adolescente protagonista, Fay (Sophie Turner).
No logra dotar ni de espesor dramático ni de zozobra ni inquietud atmosférica a una narración más bien errática y cautiva de amaneramientos formales, y que no rehuye ni los recursos más rudimentarios del género de terror, es decir, los sustos a golpes de efecto sonoro o de brazo u objeto que irrumpe en el encuadre y sobresalta a algún personaje. Y no lo consigue por mucho que busque apoyaturas densificadoras en representaciones escolares de Macbeth, que no dejan de ser, en cierta medida, reflejo de la proyección que Fay tiene de la relación entre sus padres, él, Don (Rhys Ifans), desvalido en su silla de ruedas, a causa de su esclerósis múltiple, ella, Ann (Claire Forlani) pérfida por mantener relaciones extramaritales (y por ser una irresponsable que descuida y hace sufrir a su frágil e impotente marido), con, oh, casualidad, John (Jonathan Rhys Meyer, el director de la escenificación escolar en la que Fay interpreta, precisamente, a lady Macbeth. Duplicaciones, incertidumbres sobre lo que es real o imaginado o soñado, gemela no nacidas realidades y vidas alternativas, sombras de ojos y sombras en los despoblados pasillos de instituto, emborronamientos y desenfoques y gestos contritos, rivalidades y amores adolescentes con sabor agriado de cliché revenido, y, sobre todo, fantasmas de una vida frustrada en la que la victoria de quien es el doble siniestro apuntalaría una visión que incide en que el ser humano más bien tiende a reinicidir en sus errores que a superarse.

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