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lunes, 30 de junio de 2014

3ª sesión en La casa encendida: Músicos: Fantasmas y escisiones (II)

Segundo hilo visual temático de la sesión del 26 de junio en La casa encendida, dentro del ciclo 'No es cine español, es cine', coordinado por Hilario J Rodriguez y Carlos Tejeda: La Musica (1967-) : Fantasmas, escisiones e insuficiencias, el artista confuso entre las ficciones del yo y de la realidad. 1. Privilege 'Privilege' (1967) de Peter Watkins nos relata la génesis del 'Conformismo productivo' (concepto quizá familiar, dado cómo se ha propagado en nuestros tiempos). Tómese una figura con imagen contestataria, alguien que puede convertirse en un icono de rebeldía contra el sistema u orden establecido. Si es en los 60, un cantante pop, por ejemplo, como Steven Shorter (Paul Jones, cantante de Manfred Mann), que sirva para canalizar la violencia de la juventud, en espacios controlados como salas de concierto (en vez de en las calles, con manifestaciones y protestas dirigidas hacia las instituciones de poder) y conviértale en una especie de mesías de inclinaciones integradas, bien flanqueadas por el poder del clero y cierto espíritu nacionalista que evoca al que supo dominar a las masas y propulsar el nazismo al poder en la década de los 30. Anverso y reverso, o cómo saber deglutir e integrar a las convulsiones en los márgenes que pueden desestabilizar el llamado tejido social y hacerlas parte del mismo.  Las estrellas del rock son como divinidades, así que el gesto raptado de la entregada admiradora hay que vehicularlo en la dirección conveniente, el de la sumisión y el conformismo con espacios bien controlados de desahogo. El privilegio al que alude el título es del poder disfrutar de la influencia sobre las masas. Convertirse en modelo, tus palabras y actos y aspecto son guias. Claro que quizás aspires más a ser persona, a recordar que no eres un símbolo, manipulado, además, cual marioneta por otros, pero ya entonces entrarías en la categoría de perturbación o molestia, lo que implicaría tu precipitación en las simas de la mudez, en los márgenes donde nadie pueda escuchar lo que quieras decir, porque la marioneta se rebeló y ya no era funcional.  Shorter es un joven sin particulares inquietudes. Casi no sonríe. Su vida gira alrededor de la música, o de los programas infantiles de la televisión, como si no hubiera nada más, como si fuera casi una carcasa vacía. El retrato que realiza de él la pintora Vanessa (Jean Shrimpton) asemeja al de los de Francis Bacon, de rasgos desfigurados, derretidos, de cuencas oscuras. Ese vacío, que linda con la tristeza, es el que le cautivó a Vanessa de él. De hComo así sucede con su relación con Vanessa, que de algún modo le despierta, y le recuerda que no es un símbolo, sino alguien, una persona, como él grita, como hacía 'El hombre elefante' cuando clamaba que no era un monstruo. No es una divinidad, ni es una cosa, una manzana, como se refleja en ese delirante spot publicitario en el que participa. El hábil uso de las tentaciones para que, sin que te des cuenta, comiences a pensar como una manzana, hasta que llege el momento en que te hayas transformado completamente en una manzana. Eres cómo se te moldea, sino te convierten en un personaje de una película muda, porque la perturbadora disidencia no puede tener voz. echo, es alguien al que dejan escaso resquicio de espacio propio, porque no resultaría conveniente.
2.The wall La enajenación. Ver que eres ante todo lo que representas, no lo que eres, ni siquiera lo que haces, tu música. Y construyes un muro de aislamiento, a la vez que te conviertes en parte del muro de una sociedad que te oprime y anula. Te conviertes en un ídolo de masas, en un lider (con resonancias nazis, porque tu icono dicta tal es su influencia entre los admiradores, tal es tu potencial de sugestión e influencia. Desapareces en lo que representas para otros, te entumeces y embruteces en ese proceso como si te extraviaras en un territorio movedizo intermedio, te quedas atrapado en tu condición de símbolo, de martillo, de ladrillo. 3.Velvet goldmine Todd Haynes exploró las mutaciones de identidades en la magnífica 'Velvet goldmine' (1998), evocando a través de un personaje ficticio al David Bowie de la época de Ziggy Stardus estableciendo una fascinante asociación con Oscar Wilde via Dorian Gray, y jugando en la estructura con la guía narrativa de la investigación, o búsqueda de una verdad más allá de máscaras y baile de identidades, a través de un reportaje periodístico y entrevistas (una estructura narrativa de encuesta, como la de 'Ciudadano Kane')  Queríamos cambiar el mundo, pero cambiamos nosotros, dice Kurt Weil (Ewan McGregor), inspirado tanto en Iggy Pop como en Lou Reed. ¿Y eso está mal?, pregunta el periodista. Nada, si no miras el mundo, replica Weil. El artista se ve devorado por su propia ficción, por el personaje que crea. Sus intentos de demoler o subvertir una realidad derivan en una condición escénica, como si la sociedad la domesticara al integrarlo como peculiaridad o anomalía extravagante, parte de un espectáculo, en la distancia de un escenario. Y mientras la realidad permanece en sus pautas dominantes, en su corrupción solapada.
4. Control El pensamiento espectral de Ian Curtis sobre la existencia:; ‘qué importancia tiene, existo lo mejor que puedo, el pasado está ya en el futuro, y el presente se va de las manos’. Siente la realidad como un espacio en el que se confunden o enmarañan, en una nebulosa, el afuera y su yo interior. Y en el cuál, como apoyan sus palabras, se siente superado por las circunstancias, en donde las elecciones del pasado se convierte en lastres ante los que no saber cómo reacciona La narración de 'Control' (2007), de Anton Corbijn, es elíptica, y transmite una sensación de suspensión, como la sensación que transmite Curtis, suspendido en un espacio al que no parece pertenecer, y en el que no se reconoce. ¿Es un fantasma o es la realidad fantasmal?.  Es como si fuera un personaje de Samuel Becket que se plantea cuál es su voz, extraño y ajeno al universo, ante el cual más que decir ‘yo soy’ sólo quepa decir ‘¡Oh!’. Uniformes, disfraces, identidad. Emulando a David Bowie, se viste con un corto abrigo de pieles y se pinta los ojos, encontrando, en el espejo, un reflejo más cercano a si mismo. O cuando menos diferente, una réplica a un entorno que le uniformiza como él no desea (¿Quién soy yo?). Es como si hubiera deseado ser Bowie (o su ‘fantástico’ Ziggy Stardus, ser un ‘starman’), pero estuviera preso de sus fantasmas (de su incapacidad de lidiar con la realidad, de habitarla sin sentirse un fantasma aislado en su extrañado yo), como Jim Morrison, de quién hereda en su música esa letanía recitativa y poseída, aunque más cercana en sus acordes a la Velvet Underground, entregándose intensamente en los conciertos, cual si estuviera en trance, como quisiera hacer en su vida 5. Last days Last days' (2005) incidía en las mismas pautas expresivas, ahora centrándose en una figura, precisamente un icono juvenil de ese espiritu del malestar, Kurt Kobain, el cantante de Nirvana. Y centrándose en los movimientos o desplazamientos, de nuevo vaciados, de sus últimos días antes de suicidarse. Lo que el oyente, o admirador, reflejaba o proyectaba en ese icono, este se lo devuelve. Una vida sin transcurso ni dirección, ni apego ni placer de vida. Otra figura fantasmal que se implosiona en sus carencias. Otra figura que deambula en el desierto, quizá buscando sentido, dirección, un lazo con la vida. O quizá, cuando no te dejas llevar por la inercia de la rutina, de tu papel social, enfrentado a tu propia falta de inquietud o anhelo. Sin la máscara que nos arrastra en nuestro discurrir cotidiano de inercias somos sólo fantasmas que deambulan, ya muertos en vida. Sin siquiera interrogantes o impulso de acción. Hasta los modelos están vacios.  Una lectura complementaria, y rabiosa en su radical representación, a aquel intelectual eremita de 'Descubriendo a Forrester', apartado de la vida, porque en el mundo donde está, que no habita, no hay espacio para espíritus como él como modelo (aunque, como se apuntaba ahí, una cierta corresponsabilidad podía haber en su ensimismada misantropía, por muy lúcida que fuera),
6. I'm not there 'A la mañana soy de una manera, a la noche de otra, pero no sé quién soy. Es como si el pasado, el presente y el futuro se concentran en la misma habitación'. Es una de las últimas frases de la película, expresada 'voice over' por una de las identidades o fantasmas que representan, desgajan o amplifican la personalidad de Bob Dylan, poeta (Ben Winshaw), profeta (Christian Bale), forajido (Richard Gere), impostor (Marcus Carl Franlin), rey de la electricidad (Heathe Ledger), y lo que es aunque no esté ahí (I'm not there), la imagen más próxima a la del propio Dylan, pero encarnada por una mujer, Cate Blanchett, espectro, cadáver, sombra errante o imagen mutante, como la del propio Dylan, o el propio Dylan, y que fluye entre imágenes que evocan el universo de '8 1/2' (1963), de Fellini, o que establece una línea de diálogo con aquella, otra obra en que un creador se debatía con sus fantasmas, como en ésta, corporeizada narrativamente de modo admirable en la alternancia de las diversas voces de esos fantasmas ( y fantasma quizá sea el huidizo el propio cuerpo originario, porque quizá sólo haya reflejos, debate entre identidades y personalidades, entre imposturas, búsquedas, cambios que son mutaciones, y realidades movedizas). Cuando dice la frase inicial citada, en un vagón de tren, se encuentra con la guitarra que portaba el 'impostor', aquel que representa, a través de un niño negro, las ansias o quizá infulas de ser la voz representante de los desposeidos cuando Dylan comenzó a alcanzar notoriedad, como si fuera la encarnación del Woody Guthrie que con su música protestaba contra el poder establecido en los años de la depresión ( pero como le dice un vagabundo a la figura que encarna el 'impostor, ahora estás en 1959).
7.En Si yo fuera tú, me gustarían los Cicatriz (2010), un local vacío que se vende es la sombría huella de un tiempo, de una actitud, que se perdió, allá en los primeros años de la transición. Un momento de promesa de transformación, de superación, que se desvaneció, como un amago que no se realiza en acto. Por eso, la única evocación de aquellos tiempos exultantes, lo que se añora, una actuación de Cicatriz, parece la irrupción de un fantasma. No hay sonido, sólo silencio, porque aquella actitud no tiene ya voz en nuestros días. Se perdió. La cámara se centra en los espacios o, en un larguísimo plano, en uno de los supervivientes, bajista en el álbum en directo. Un plano que también vibra con el rojo del espacio, el de la pintura de la pared en un local que estuvo en boga durante aquellos años; un plano hecho de lleno, el que evoca, y el vacío, lo que ya no está. La duración se tensa, como si se creara un diálogo entre el vacío y el lleno, un diálogo abocado al silencio, al requiem fúnebre, aunque aún palpite en la evocación un mordisco de vida. Quedan las huellas de una representación, los escenarios vacíos (la calle deshabitada mientras una voz evoca los garitos de entonces), las taquillas, la mirada que busca desde la distancia, o que se ha quedado ya en bambalinas, en los márgenes, las difuminadas sombras de lo que quizá fuera real o representación (¿la Lola de una de sus canciones-himno estaba inspirada en alguien real o era un personaje, o una combinación?). Las incógnitas siempre quedan, al menos en penumbras, para perfilar la leyenda, la leyenda de una actitud. Lo que debe prevalecer, con la evocación, es el sueño del 'inconformismo productivo'

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