Nelly y el señor Arnaud (Nelly et monsieur Arnaud, 1995) es un ejemplo brillante del sutil arte de este cineasta que algunos consideran anclado en la tradición novelística, un cineasta discreto sin opulencias expresivas, calificado, peyorativamente, como académico, siempre escondido tras la figura del actor-personaje (por lo tanto, supeditado a su figura) cual dramaturgo en el sentido clásico del término, cuyas elecciones formales y expresivas son meramente funcionales, sin advertir la rigurosidad de su observación de la representación clásica, de la relevancia de la complexión arquetípica de personajes y de acciones. Sautet intenta hacer partícipe al espectador del mundo como representación, a través de la minuciosa observación y plasmación de las conductas de los personajes enfrentadas a sus actitudes e intenciones: lo intencional desestabilizado por lo no-intencional .En las iniciales secuencias de Nelly y el señor Arnaud queda patente que la relación de Nelly (Emmanuelle Béart) con su marido Jérôme (Charles Berling) está en punto muerto, como él parece inmovilizado en una vida de inacción desde que un año atrás perdiera el empleo. No hace nada particular con sus días sino disfrutar de una mullida inercia, como representa su diálogo, ella presta para irse al trabajo, en una panadería, y el instalado en la cama, leyendo el periódico, como quien no espera realizar mucho más (el plano se dilata, tras que ella se marche, sobre su mirada suspendida en el vacío). Durante su conversación, en un café, con su madre, una irrupción determinará un giro en su vida, o será decisiva para que ella tome la decisión de romper con esa inercia de relación. El encuentro fortuito con Arnaud (Michel Serrault), un magistrado retirado, que mantuvo una breve relación con su madre quince años atrás, posibilita que él le proporcione un dinero que pueda cubrir sus deudas, pero también la propuesta de un trabajo: Arnaud necesita a alguien que sepa utilizar un ordenador para la transcripción de sus memorias, y Nelly será esta persona, así ella podrá devolverle el dinero prestado. Ese cruce de caminos que propicia que ambos compartan un periodos de su vida será más determinante de lo que pueda parecer, aunque no se explicite, desde luego no entre ambos, y que sobre todo queda sugerido en miradas o gestos.
A diferencia de la anodina vida organizada de Stéphane en la previa Un corazón en invierno (1992), en su monástico refugio, a salvo del caos desestabilizador de las emociones porque teme su falta de control, Arnaud sí posibilita cambios en su vida porque no hay nada peor que el aburrimiento. Nelly también, inicia la relación con Granec (Jean-Hughes Anglade), el editor de Arnaud, pero no quiere que se afiance, con la convivencia en un mismo piso. Ella se siente en transición, como quien se siente aún vacilante tras liberarse de una inercia. La relación entre Nelly y Arnaud se establece sobre la ambiguedad, pero, como se irá insinuando, no es sino indefinición e indecisión. Y se resolverá finalmente con la renuncia a la pasión. Para Arnaud (así como para Nelly), la renuncia es la consecuencia del miedo, una incapacidad por acabar, materializar, la historia (para que tome otra dirección, la que de modo no dicho se desea). Arnaud, tras contemplar la espalda desnuda de Nelly mientras duerme (quien al despertar no se siente molesta sino que le dice que no se vaya cogiéndole la mano para dormirse), optará por refugiarse, figuradamente, en una escapada precipitada con su ex-esposa, para sorpresa de Nelly. Su abrazo de despedida es más que elocuente, como la mirada perdida de Arnaud en el aeropuerto, junto a su ex esposa. Nelly queda como un cuerpo que erra por las calles de la ciudad.
La relación que se establece entre ambos está dominada por oscuridad, por cuanto están enturbiadas y enmarañadas, en la representación y la apariencia, en el fingimiento y la reserva, la contención y el cálculo. La relación entre Nelly y Arnaud transmite lo indecible que va más allá de diferencias generacionales, de género o sociales, lo que es compartido en la forma de habitar los sentimientos : celos y disputas se entrecruzan, se va introduciendo la mentira en su relación: Nelly miente a Arnaud cuando éste le pregunta si ha pasado la noche con el editor, y le dice que sí (cuando no fue así). El contacto físico está lejos de interpretarse como simples muestras de ternura (se sugiere, en gestos, en el hecho de desnudarse ante ella, cómo el masaje de Nelly a Arnaud no representa ser solo un mero masaje para arreglar la contractura de él; y ya es bien patente en la mirada de Arnaud sobre la espalda de Nelly cuando duerme; el gesto de cogerle la mano expresa una intimidad, una receptividad latente). Como su anterior obra, Nelly y el señor Arnaud se caracteriza por una precisa, sintética y despojada puesta en escena: En la fiesta, Arnaud habla con el editor, ya amante de Nelly, y ésta les observa (a través de la intromisión de un encuadre dentro del encuadre por las cuadriculas de la puerta). Claude Sautet aísla entre la multitud y el ruido de la música, a las tres figuras: Nelly, Arnaud y el editor, ejemplo de concentración dramática en la forma de planificar, de utilizar el sonido, y los ejes de la mirada como partitura musical. Hay cierta música que viene vehiculada de una forma más etérea: interrupciones de teléfono (la ex-esposa de Arnaud llamando desde Italia), los golpes en la puerta: las intrigantes visitas del Sr. Dolanbella (Michel Lonsdale), un fantasma del pasado que reaparece en la vida de Arnaud. Y esta música es la que se impondrá a la del sentimiento, la pauta, como un metrónomo de contención, vence a la expansión.
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