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lunes, 22 de junio de 2020

Mujeres en Venecia

Nunca se puede controlar el último acto. Por mucho que se pretenda la realidad no responderá a lo que tenemos escrito en el escenario de nuestra mente. El azar, los otros, son factores que introducen en la ecuación el condicionante de los imprevistos. Nunca se pueden olvidar las circunstancias con su peso gravitatorio. En Mujeres en Venecia (The honey pot, 1967), Fox (esplendido Rex Harrison) es un espíritu zorruno (o un zorreras) como ya bien indica su nombre, al que le gustan las astucias de los juegos y las representaciones. Piensa que la noción del tiempo es oro tiene que ver con la calidad, no con la cantidad, así como que son pocos los que aprecian un buen vino y muchos los que prefieren una hamburguesa. También que todos tienen su precio, porque al ser humano hay una fuerza motriz que le tira mucho, la codicia. Pocas cosas realmente no pueden comprarse, quizás con la excepción del talento, o las aptitudes físicas, como para Fox disponer del cuerpo que hubiera propiciado su ilusión de ser bailarín. Baila la danza de las horas, como quien hace del momento baile para contrarrestar la erosión del tiempo. La vida es un escenario del que hay que aprovechar cada instante como si éste fuera una excepción. Y para conseguirlo, como también piensa Pittman (Kirk Douglas) en la posterior El día de los tramposos (1970) cualquier medio es válido y cualquier otro un peón o una pieza prescindible.
Mujeres en Venecia combina la adaptación de la obra teatral Mr Fox of Venice, de Frederick Knott (autor de Dial M for murder/Crimen perfecto) y de la novela The evil of the day, de Thomas Sterling. Es una celebrativa obra, un vivaz juego que reflexiona sobre la vida como escenario y representación. La primera escena transcurre en un escenario teatral, donde se representa Volpone, de Ben Jonson. Fox es su único espectador porque su argumento es la inspiración para la charada que va a montar. Si Volpone en italiano el equivalente de Fox, es decir, zorro, y el asistente de Volpone en la obra se llama Mosca, ¿por qué no va a seguir con la rima y contratar a alguien que se llame McFly (Cliff Robertson), actor sin trabajo, para que le asista en su urdimbre? El título original de esta deliciosa y corrosiva comedia es The honey pot (el tarro de miel). Ese con el que Fox tienta a las tres mujeres con las que mantuvo más largas relaciones, Mrs Lone star (Susan Hayward), Princesa Dominique (Capucine) y Merle (Edie Adams). Les hace creer a las tres que se está muriendo. Su presunta intención: ver si son capaces de mostrar gratitud, o si acudirán como aves rapaces para llevarse la herencia. El regalo que cada una de ellas le hace, un reloj, ya indica qué quieren de él: que su tiempo se acabe. Presunta intención porque no todo es lo que parece, incluso la misma representación planificada con esmero por Fox, con la asistencia, y capacidad improvisadora, de McFly. En el enmarañado juego hay elementos del mismo que se escamotean. Las superficies son engañosas, como la expresión cara de poker. Como Venecia, ciudad edificada sobre las aguas, el escenario se traza sobre cimientos escurridizos. Los mismos que desestabilizarán toda ansia de control de este epicúreo y cínico manipulador demiurgo.
En toda partida, por elaborada que sea la urdimbre, la manipulación y escenificación, no se sabe con certeza cuáles son las cartas que realmente tiene el otro, y se puede jugar con la sugestión, aunque se crea que es intuición, de lo que puede llegar a tener. O dar por sentado que los peones se ajustarán al papel previsto, cuando puede que no sea así. Fox juega así, aunque como para todo codicioso, precisamente la codicia será su falla. Una torpeza, un error, a lo que se suma lo imprevisto o imprevisible, el factor que no se espera, y que se ignora qué puede deparar por completo desconocimiento, encarnado en la enfermera de Lone star, Sarah (Maggie Smith), con la que Fox no contaba que acudiera. En toda planificación entra en juego un factor no considerado. Para Pittman, será la serpiente que no advierte que se encuentra dentro de la prenda femenina en la que había escondido el botín de un robo. Ironía para quien jugaba con las apariencias para manipular a los demás (de lo que son emblema sus gafas, que carecen de graduación). Para Fox, la sustracción de unas meras monedas cuando el propósito de toda su urdimbre era conseguir la cuantiosa fortuna de una herencia, por mediación de un asesinato que intenta hacer pasar por suicidio. Su raposa codicia, como quien rebaña hasta las costras de comida del plato, determina que ese detalle sea observado por el factor imprevisto, Sarah, y comunicado a quien sabe lo que significa, el peón que se sale del papel asignado, McFly.
En una de las primeras versiones del guion Manckiewicz quería evidenciar de modo más acusado la condición de representación de la vida, con personajes comentando la acción, caso del dueño de un teatro. Fueron desestimadas, pero en los últimos pasajes de la narración se utiliza la voz en off del fallecido Fox para remarcar, aún más si cabe, cómo las aspiraciones o las previsiones pueden ser contrariadas. El factor imprevisto e imprevisible, Sarah, con una hábil jugada, se queda con toda la herencia de Lone Star que Fox quería conseguir y, de ese modo, por añadidura, para desesperación de Fox, con la sumisión de McFly que debe dejar de lado cualquier orgullo porque el propósito de la maniobra de Sarah no es otro que el de posibilitar que McFly realice sus proyectos. No deja de ser una inversión de la ecuación que pretendía imponer, como criatura rapaz, Fox. Una astuta acción estratégica para consolidar una reciprocidad sentimental y dominar y configurar el escenario de la relación.

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