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viernes, 17 de enero de 2020

Los consejos de Alice

‘¡Cartas muertas!, ¿no se parece a hombres muertos? Concebid un hombre que por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? (Bartleby, Herman Melville). Una vez más, ¿qué podemos hacer?¿Importan hoy las ideas, el pensamiento?¿Importa el efecto de nuestros actos sobre nuestro entorno, el medio ambiente?¿Se pueden aplicar en la práctica las ideas que posibiliten una armonía social, una política social que aúne, y satisfaga, a los privilegiados y a los que reclaman por sus carencias? El término progreso se enarbola como si en sí mismo fuera la panacea. Si el progreso es el trayecto entre A y B ¿qué es lo que queremos que progrese? Un votante de lo que se llama un partido de derechas, diría que pagar menos impuestos. Es lo que le indica Alice (Anais Dumestier), en una de las secuencias de Los consejos de Alice, de Nicolas Pariser, al alcalde socialista Theranau (Fabrice Lucchini), cuando este desenfunda la palabra progreso para definir sus prospectivas políticas, por lo cual al alcalde se le congela la sonrisa porque es consciente de que ya utiliza esa palabra como quien funciona por resorte. Pero ¿en la práctica a qué se aplica, en qué se manifiesta? ¿Y a que progreso aspiran los ciudadanos, si los hay, como apunta Alice, que sólo aspiran, como extensiones de una preponderante mentalidad empresarial, a la economización que posibilite por otra parte sus derroches, es decir, una adecuada gestión?
Alice es contratada como asesora, o suministradora de ideas, del alcalde de Lyon, Paul Theranau. Alice no sabe qué quiere hacer con su vida, no parece que haya nada a lo que aspire. Tiene más de treinta años, ha dado clases aquí y allá de filosofía, pero no sabe si hay una dirección que seguir o tejer. Ese trabajo es como una pausa en una tierra intermedia que define su estado de indeterminación. Su no sé qué quiero hacer con mi vida se tornará qué (no) he hecho con mi vida. Una sensación de desperdicio. Theranau la ha contratado porque desde hace un tiempo siente que carece de ideas. De repente, le falta inspiración. Nada se le ocurre. Como si se hubiera anquilosado, funcionario de la política, como quien ejecuta una labor que es más bien trámite. Pero ¿qué fue de aquel que con sus ideas quería transformar, y eso implicaba mejorar, la sociedad? Se ha quedado atascado en la palabra progreso. Pero ¿progreso de qué?
Alice se siente una extraña en ese otro escenario de vida, como una Alicia que entra en un país no precisamente de las maravillas, pero sí definido por el absurdo, las inconsistencias y contradicciones. De hecho, le han contratado, en principio, por un puesto que se ha eliminado, pero como les daba vergüenza haber contratado a alguien después de eliminar el puesto, deciden crear otro diferente para que no pierda el empleo. Es el inicio de una suma de absurdos, en la que, a la vez, transmitirá, como un desfibrilador de ideas, la recuperación de entusiasmo del alcalde, que parece recuperar la condición de mente que no sólo enuncia, suelta discursos en homenajes, o tramita sino reflexiona y activa. Es el reflejo de una sociedad que ya sospecha de la misma condición de democracia, como si los cambios realmente no fueran posibles. Disponer de la posibilidad de aspirar a la presidencia del país implicaría, como apunta una de sus asistentes, la asunción definitiva de que la mente meramente tramita o gestiona. La sublevación, propiciada por la inspiración de Alice, ¿sería factible, podría el propósito convertirse en acción?
Alice no sabe cuál es su lugar, y no sabe si ese en el que está le convence, de hecho no sabe su vida si se dirige a alguna parte, como esa figura en la que a veces se convierte en la alcaldía, zarandeada de un lugar a otro con sucesivos encargos, aunque no disponga de conocimiento alguno sobre la tarea que le asignan, o encasquetan, y Theraneu no sabe si quiere abandonar ese escenario de vida, si le convence seguir en esa función, si la palabra actuar más bien implica una representación escénica que una acción que pueda posibilitar cambio. ¿Es meramente un Bartleby que maneja cartas muertas? Alice y el alcalde es el título original. Parece el título de una fábula. No hay animales. O sí, nosotros, los humanos que nos creemos por encima de cualquier otra especie, como si la naturaleza fuera un suministro energético inagotable. En cierta secuencia, una mujer plantea al alcalde que es necesario tomar medidas más comprometidas y responsables en nuestra relación con el medio ambiente y las energías gratuitas, ya que en pocas décadas puede ser irreversible la degradación, pero su gesto se demuda, desolado, porque comprende que la amable sonrisa del alcalde no es más que eso, mera amabilidad. Una sonrisa de trámite. Esa sonrisa extendida en esta sociedad mientras sigamos disponiendo de la comodidad que demandamos, y dispongamos de lo que necesitamos con la velocidad requerida. Porque la realidad es un servidor. Sea por desesperanza, apatía o indiferencia, quizás la pregunta ya no sea qué podemos hacer, sino qué queremos hacer, si algo queremos hacer más allá de seguir flotando en una deriva (mientras parezca mullida).

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