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jueves, 28 de diciembre de 2017

Cazador de forajidos

'Cazador de forajidos' (The tin star, 1957), de Anthony Mann, comienza, como su posterior 'Hombre del oeste' (1958), con la llegada (irrupción) de un 'extraño' en un pueblo. Pero si en esta la presencia de Link (Gary Cooper) pasa desapercibida, y el extrañamiento se trama a través e la mirada de Link, como si accediera a otro mundo (por ejemplo, ante la 'aparición' del tren), en 'Cazador de forajidos' el extrañamiento se sedimenta por la reacción que suscita la 'aparición' del 'extraño' en la gente del pueblo. Por otro lado, se constituye en una una muestra más de la ejemplar capacidad de Mann para introducirnos ya en el 'nervio' de la narración, y su sutil y elaborado trabajo con la puesta en escena como creación de sentido y atmósfera. Veamos: Una figura en caballo se perfila al fondo de la calle principal del pueblo. A medida que se acerca, advertimos que trae consigo otro caballo que porta lo que parece un cuerpo tapado con una lona. La gente empieza a salir de los locales intrigada por este recién llegado. Y sí, es un cuerpo de alguien muerto lo que trae. Una mano sobresale, suspendida. Dos planos cada vez más cercanos, lo corroboran. Una mano, además, crispada, como si ya tuviera el rigor mortis (debe haber recorrido una buena distancia).
Este detalle, o 'gesto', ya introduce, o deposita, en la narración esa violencia crispada que se tensará en el desarrollo de la narración, un recurso ya utilizado, con ingenio, en otros de los westerns de Mann. Véase las reacciones de Lin (James Stewart) y Henry (Stephen McNally), en 'Winchester 73' (1950), al reconocerse en el saloon, llevándose las manos donde suelen portar sus cartucheras (que han tenido que dejar en la cárcel, como todo el mundo, por orden del sheriff), un gesto electrificado que ya define la violencia 'pendiente' entre ambos. O el irritado gesto de Howard (James Stewart), en 'Colorado Jim' (1953), cuando, al caer, se quema las manos con la cuerda, después de intentar ascender a lo alto de las rocas donde se encuentra el hombre que persigue, un gesto de furia que delata la 'urgencia' de capturarle, y que insinúa que hay en ello algo más personal que el capturar a un forajido por una recompensa. O el gesto reflejo de Glynn(James Stewart), en 'Horizontes lejanos' (1952), de echarse la mano al cuello, al sorprender a unos hombres que intentan ahorcar a Cole (Arthur Kennedy). 'Cazador de forajidos', con guión de Dudley Nichols y Barney Slater, y sutil trabajo de fotografía de Loyal Griggs, quizá ha quedado ensombrecida por los westerns más renombrados, o valorados, de Anthony Mann, como 'Hombre del oeste' (1958) o las cinco que realizó con James Stewart, 'Winchester' 73 (1950), 'Horizontes' lejanos' (1952), 'Colorado Jim' (1953), 'Tierras lejanas' (1955) y 'El hombre de Laramie' (1955), pero no desmerece en comparación, como tampoco sus otros westerns en blanco y negro, 'Las furias' (1952) y, sobre todo, la muy revalorizable 'La puerta del diablo' (1950).
El hombre que llega con el cadáver es Hickman (Henry Fonda). ¿Quién es? ¿Por qué suscita ese revuelo entre los habitantes de ese pueblo, que le siguen hasta la cárcel del sheriff, donde Hickman se baja de su caballo y entra?. Estos planos, entrando en la carcel, en plano general, no son caprichosos, dada la importancia de esa profundidad de campo, de ese movimiento alterado de la gente, que se ve a través de las ventanas del fondo. Por un lado, anuncian lo que se dirimirá en las secuencias finales, cuando la turba liderada por Bogardus (Neville Brand) se entrevea al fondo tras que hayan roto el cristal con una pedrada, y levantado la persiana con ese golpe, dispuestos a enfrentarse al sheriff para linchar a los dos detenidos (eso es saber trabajar la profundidad de campo). Y, por otro lado, condensa una cuestión de fondo, la soledad del sheriff en las situaciones delicadas, cuando es dejado a su suerte, sin apoyo, por las fuerzas vivas del pueblo (algo asi como lavarse las manos en los momentos más cruciales y necesarios). ¿Y quién es el sheriff?. Hickman entra en el cuarto trasero y se encuentra con un joven, Ben (Anthony Perkins) practicando con sus pistolas, enfundando y desenfundando, hasta que una de ellas se le cae, y al agacharse se percata de la presencia de Hickman. Este, perplejo, pregunta por el sheriff. Se oyen, fuera de campo, las voces de los 'jerifaltes' del pueblo que entran por la puerta llamando al sheriff. Ben coge su chaleco, y se lo pone, y vemos que lleva la estrella de sheriff ( la expresión sorprendida de ese gran actor que fue Henry Fonda es todo un poema).
Alcalde, juez y compañía viene a exigir (eso sí lo saben hacer bien, otra cosa es cuando se les necesita de verdad) que detenga a Hickman por traer un hombre muerto. Este coge uno de los pasquines de un forajido buscado, y les indica que ese es el muerto, y que él es un cazarrecompensas. El alcalde muestra su disgusto porque haya tenido que matarle, en vez de traerle vivo (de nuevo, la hipocresía, desvelada en los tramos finales cuando firma la orden y captura de los asesinos del doctor, vivos...o muertos, presionado por Bogardus, un compulsivo entusiasta del ojo por ojo, el cual perdió el puesto de sheriff en favor de Ben). Hickman verá rápidamente que es considerado un indeseable, ya que ni siquiera le dan habitación en el hotel. Cuando va a dejar sus caballos, el herrero no es otro que Bogardus, primo del forajido muerto, por añadidura, el cual en la misma secuencia, aparte de negarse a coger los caballos de Hickman, echa a un niño, Kip, que juega con las palomas, porque es indio. Dos figuras despreciadas, una por ser cazarrecompensas (hacer el trabajo sucio) y otro por ser indio (una sabia manera de saber jugar con los espejos en la narración, enriqueciendo el substrato simbólico). Precisamente, será la madre de Kip quien le dará alojamiento a Hickman en su casa hasta que cobre la recompensa. Y los dos hombres que, al final, se quiere linchar son dos medio indios.
Pero ¿Por qué ese título tan escueto y abstracto, 'The tin star' (la estrella de latón), alusión a la estrella del sheriff, parangonable en su concisión al de 'Hombre del oeste?. Esa es una de las cruciales cuestiones sobre las que se reflexiona, sosteniéndose sobre el aprendizaje de Ben a través de las enseñanzas de Hickman. Del que se descubrirá más tarde que también fue sheriff, pero dimitió cuando su esposa e hijo cayeron gravemente enfermos, y nadie del pueblo, y menos los representantes del poder, le prestaron el dinero que necesitaba, por lo que se vio impelido a perseguir a un forajido durante días para cobrar la recompensa. Pero fue demasiado tarde, cuando volvió su esposa e hijo habían muerto. Su escepticismo es comprensible. ¿Vale la pena ser sheriff cuando aquellos que proteges te dejan en la estacada cuando más lo necesitas?.Claro que sino, ¿en manos de quíén dejas las decisiones de hacer 'justicia'? ¿en alguien como Bogardus que encenderá al obtuso y sugestionable populacho para hacer uso de la horca como expeditivo y cruel recurso?. Sobre esta cuestión, o confianza en el sentido de lo que uno hace, se dirime en las sobrias y precisas imágenes de esta sabia obra, modelo de templanza narrativa.

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