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miércoles, 18 de octubre de 2023

Los asesinos de la luna

 

Los asesinos de las luna (The killings of the flower moon, 2023), de Martin Scorsese, realiza la adaptación cinematográfica del muy sugerente homónimo ensayo de David Grann, publicado en 2017, Los asesinos de la luna. Petroleo, dinero, homicidio y la creación del FBI (The killings of the flower moon: The osage murders and the birth of FBI), con un enfoque desde otra perspectiva, o dando protagonismo a las perspectivas que en la novela son figuras importantes pero en segundo plano (entre las sombras desveladas). La novela expone los intrigantes hechos relacionados con las muertes, entre 1921 y 1925, de integrantes de la tribu Osange, una tribu que el siglo anterior había sido desplazada de sus tierras a una reserva en Oklahoma, tierras aparentemente poco ricas en la que a finales de ese siglo, en 1897, encontraron petróleo, convirtiéndose en el grupo humano más rico del planeta. Era de tal calibre su fortuna que tras la segunda guerra mundial suscitó reacciones en blancos que aspiraban a poseer su riqueza. Durante esos primeros años veinte (aunque se extendería hasta 1931) murieron alrededor de sesenta indios de la tribu Osange (aunque se estima que realmente quizá fueran cientos). Durante años la ley no investigó esas muertes, o se frustraron ciertos intentos, hasta que, por fin, BOI, la organización, dirigida por Edgar J. Hoover, que luego, a partir de 1935, sería conocida como el FBI, realizó la investigación pertinente, al mando de Tom White, que reveló que todas esas muertes estaban conectadas dado que respondían a un planificado propósito para apropiarse de las tierras de esos indios. La mente organizadora era la del ganadero William Hale, y uno de sus esbirros era su sobrino Ernest Buckhard.

Durante la elaboración de los primeros guiones se percataron que el enfoque no podía ser el de la investigación liderada por Tom White, quien iba a ser interpretado por Leonardo Di Caprio, porque parecía reiterarse un planteamiento ortodoxo muy transitado (la mirada que hila las piezas y logra perfilar la constitución de la trama), sino que resultaba más sugerente poner en primer término a la realidad subyacente. Y, sobre todo, a la perspectiva más contradictoria, la de Buckhard, y por ello el personaje que ofrecía un desafío interpretativo más sustancioso a Dicaprio. Buckhard era el hombre que realizaba las tareas encomendadas por su tio, Hale (Robert De Niro), como intermediario que transmitía las instrucciones de asesinato, y en alguno caso, incluso, realizaba alguna agresión (como a un detective contratado), pero que realmente se enamoró de la mujer con la que su tio le dijo que se casara para poder heredar sus tierras cuando muriera, Mollie (Lily Gladstone). Matrimonios convenientes o eliminaciones expeditivas, esa era la estrategia de apropiación. Buckhard es el hombre sin mucha voluntad que regresa de la guerra, y que se subordina a la voluntad y decisiones de su tío. Pero no solo es su esbirro, el hombre herramienta que materializa los propósitos de Hale, sino un hombre que, a su vez, sí quiere a la mujer con la que se casa, una mujer a la que no dudará, según ordenes de su tío, en envenenar gradualmente para que se muera sin que, sorprendentemente, deje de amarla, como quien vive dos realidades a un mismo tiempo sin asimilar que son incompatibles. Ejecuta las ordenes de su tío y ama a una mujer que no duda en envenenar. Su sobrecogimiento es manifiesto cuando contempla la casa derruida, reventada, por la explosión, en la que vivía una de las hermanas de Mollie con su marido. Como se sobrecoge cuando es testigo del grito de desesperación de Mollie cuando le comunica la muerte de la última hermana que le quedaba viva (cuando, además, él es conocedor de que las muertes de las otras dos hermanas habían sido ordenadas por Hale). Dos momentos relacionados que se revelan como los momentos dramáticos de una narración, en ocasiones irregular, que opta más por la (cáustica) distancia. Buckhard es un personaje que sufre lo que no duda en realizar como el empleado que no es capaz de cuestionar los designios de quienes rigen su empresa aunque le afecten o entre en contradicción con lo que siente. Representa esa mirada contradictoria que ha posibilitado que los abusos sociales se afiancen e instituyan. 

En muchos segmentos, como si fuera un montaje secuencial, la música de Robbie Robertson modula, como un hilo conector, la serie de situaciones que urde la mente pérfida de Hale, ese característico dominio del montaje secuencia que conecta diferentes situaciones, incluso en distintos tiempos. Es una música en la que cobra particular relevancia la base rítmica, en especial el bajo, y en un volumen tenue, acorde a esa urdimbre, en la sombra, que durante años pudo orquestar decenas (o incluso centenares) de muertes sin que fueran advertidas como interconectadas, resultado de una conspiración para apropiarse de unas posesiones. El poder blanco que había usurpado, durante el siglo anterior, las tierras a los indígenas volvía a ejecutar el mismo proceso de un modo más esquinado. Consiguieron neutralizar algunos iniciales intentos de investigación privada o de intento de llamada de atención a las instancias políticas en Washington, hasta que la insistencia de quienes no aceptaban esa situación (los mayores de la tribu con la ayuda de un representante de la ley, Pyle; aunque en la película se focaliza, o personaliza, en Mollie) consiguió que la atención de instituciones de poder enfocara en la realidad subyacente que intentaba reconfigurar la realidad de acuerdo a su voluntad, representada en la indiferente determinación de la mirada de Hale que contrasta con la trasegada de Buckhard o la gravedad que modula el más mínimo matiz de Mollie (ese contraste entre dos personas que se aman dispone de su momento climático en el encuentro que implica la revelación de la contradicción de la expresión de amor de Buckhard). Por eso, es magnífica la contribución de la clausura, o epílogo escénico, con una reconstrucción, a través de un programa radiofónico, en un escenario teatral, de los destinos de unos y otras tras que se aplicaran las correspondientes decisiones judiciales. Cómo, más allá de que algunos responsables, durante un tiempo, fueran recluidos, se siguió silenciando unos hechos como una realidad más que subyacente anulada. Lo que los indígenas quisieran o no, sufrieran o no, era irrelevante. Una nota ni siquiera al margen.

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