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domingo, 3 de mayo de 2020
La pícara puritana
La picara puritana (The awful truth, 1937), de Leo McCarey, posee una narración discontinúa y de apariencia casi episódica, bordeando la narración anárquica de Sopa de ganso. Es una de las obras cumbres de aquella screwball comedy que sembró las décadas de los 30 y 40, en el cine estadounidense, de agudas y vivaces, excéntricas e incisivas comedias. Se podría decir, incluso, que la obra de McCarey sedimentó y consolidó su molde o plantilla. También supuso el asentamiento de ese personaje e icono en el que se convirtió Cary Grant, irrepetible actor donde los haya. Aunque el mismo Grant estuvo dispuesto a pagar un dineral por abandonar un rodaje que él consideraba caótico ya que no sabía hacia donde se dirigía dado que se escribía, o modificaba, el guión cada día. Basado en una obra teatral de Arthur Richman, el guión fue escrito por Viña Delmar y, no acreditado, Sidney Buchman, pero, en considerable medida, se improvisó, o escribieron muchas escenas, durante el rodaje. McCarey, además, como forma de mantener el control del producto final, rodaba pocas tomas, para que el montaje ya estuviera determinado durante el rodaje. El resultado no puede ser más armónico, y con una pletórica sensación de jubilosa vivacidad. Grant colaboraría tres veces más con McCarey, en otras dos de sus obras maestras, Erase una luna de miel (Once upon the honeymoon, 1942), Tú y yo (An affair to remember, 1957), y en una excelente que escribió y produjo Mi esposa favorita (My favorite wife), de Garson Kanin.
McCarey había trabajado previamente no sólo con los Hermanos Marx, sino con Stan Laurel y Oliver Hardy, así como Harold Lloyd. Y esa dinámica de disparate narrativo, de dinámica excéntrica, o centrífuga, la trasladó a un relato sostenido sobre los vaivenes de la conversación amorosa, entre Jerry (Cary Grant) y Lucy (Irene Dunne). A ese tira y afloja, que lleva a donde estaban al principio, o dónde deberían saber que estaban (en concreto, Jerry), si no fuera por eso llamado orgullo o no saber medir con el mismo rasero las acciones de la pareja que las propias, (se puede omitir o engañar pero se desconfía del otro, o se piensa que es relato conveniente lo que es sinceridad), por lo que la relación, el relato, se enmaraña en ese pulso que no es sino demora de una reconciliación anunciada. U otra ascesis amorosa.
Pero ¿qué le ocurre a Jerry que propicia ese conflicto, o alteración de su conversación sentimental, otra dirección del relato de su relación, ya que ambos deciden separarse?¿Por qué uno y otra se dedicarán a dinamitar las relaciones que inicia quien fuera su pareja? ¿O lo siguen siendo aunque hayan modificado su relación formal? En las secuencias iniciales Jerry quiere ocultar a su esposa, Lucy, que no ha estado dos semanas en Florida. Invita a unos amigos a casa, y crítica esa tendencia de los matrimonios de dedicarse ante todo a imaginarse cosas sobre su pareja. En vez de disfrutar de la relación, priorizan la sospecha susceptible, como si confiar fuera algo para lo que estuvieran incapacitados. Ironías: Lucy llega en ese momento acompañado de su profesor de canto, con el que ha pasado una noche en un motel de carretera, porque se les averió el coche con el que volvían de una fiesta. Jerry no es capaz de creer que no pasara nada. No es capaz de confiar. Y propicia su separación. Ese es el quid de toda genuina comedia. El hacer irrisión de las contradicciones humanas, y ponerlas en evidencia. O esa colisión entre lo que alguien dice, piensa y siente (o cree pensar y sentir) y la confrontación con los hechos, es decir, con cómo uno realmente se define por cómo actúa. Y está claro que esa presunta forma de pensar de Jerry se desmorona por su falta de rigor en cuanto tiene que demostrar con sus actos de modo consecuente lo que piensa. Y más aún, cuando él había planeado ocultar dónde realmente había estado para evitar sospechas de su esposa. O el mentiroso piensa que son todos de su condición. Esa es la horrible verdad a la que alude el título original. Y cuando no hay confianza, entran en juego las estrategias y tácticas. Como si fueran dos partes en un litigio.
Por otro lado, siempre hay algo sobre el que transferir el dominio de ese pulso, o usar como emblema o instrumento, y en este caso, ocurrencia brillante, es su perro, Mr Smith, alrededor del cual girarán ocurrentes secuencias, ya que, a la vez, se convertirá en elemento o agente dinamitador (intencional o de modo incontrolado). Véase cuando Jerry lo utiliza para (per)turbar el primer encuentro entre Lucy y su pretendiente, el simplón ricachón, epítome de la América profunda, Daniel (Ralph Bellamy), tocando el piano estruendosamente, mientras el perro aúlla desaforado con su acompañamiento de coros. O cuando el perro propicia que Jerry coja el bombín equivocado (sin saber que pertenece al profesor de canto que está escondido en otra habitación). Memorables los gestos de Grant intentando comprender por qué le viene más grande el sombrero que acaba de comprarse (sin imaginar que puede ser otro sombrero), mientras ella intenta convencerle de que puede ser porque no coloca adecuadamente sus orejas. Sentimientos y discernimiento se desajustan, como la misma silla que se desploma mientras Jerry escucha cantar a Lucy, con su profesor de canto al piano, en un concierto para invitados, cuando pensaba que iba a sorprenderlos in fraganti.
Si algo queda claro es que toda conversación amorosa se fundamenta en la complicidad y afinidad, en compartir un lenguaje. Por eso, no tarda en quedar en evidencia que aquellos que pretenden (conquistar) a ambos no tienen nada que ver con ellos, no es una real sintonía, y que si ellos intentan implicarse en esas otras relaciones, no es más que de rebote, por despecho, o por suspender la consciencia de una realidad (a quién realmente quieren). Ellos están hechos el uno para el otro, y no han hecho más que interponer, de modo provisional, como una refriega puntual alargada, puertas ilusorias entre ambos. Es así que, precisamente, una puerta que no cierra bien, la puerta que separa sus respectivas habitaciones, sea decisiva en la secuencia final de su reconciliación. Como ella bien le indica: “Sí, es curioso que todo sea así debido a lo que sientes. Es decir, si no hubieses sentido lo que sientes, las cosas no serían así ¿verdad? Es decir, todo seguiría siendo igual, si hubiese sido diferente. Tú crees que las cosas las hice yo, y para nada fue así. Las cosas son como siempre fueron, sólo que tú también eres el mismo de antes, así que supongo jamás volverá a ser lo mismo”. Hasta que él logra asumir y reconocer que todo lo sucedido se debe a su inconsecuencia, cuando le dice que quiere que sea como antes, pero diferente (con una actitud diferente). Paradoja que condensa, por la asunción por parte de él, su aprendizaje de saber amar. McCarey no sabía cómo culminar la narración. Alguien del equipo realizó la sugerencia: Durante esa secuencia final se utiliza como contrapunto un reloj de cuco del que salen dos figuras. En el plano final, la figura masculina se mete en la misma abertura que la femenina, una sutil manera de sugerir que vuelven a compartir cama (y relación). La conversación proseguirá.
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