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domingo, 6 de agosto de 2017
Reparar a los vivos
El impulso de la vida. La reparación de los vivos no sólo implica el reemplazo de los órganos deteriorados sino la inyección del impulso vital, esa sensación de estar presente, de sentirte en el centro del encuadre de la vida, y no ausente tu mirada en una distancia que no se hace cuerpo. Sentirte música, como la bella composición de Alexandre Desplat para la excelente 'Reparar a los vivos' (2016), de Katell Quillévére, adaptación de la novela homónima de Mayalis de Karengal. Una exquisita narración funambulista que parece ir a la deriva pero entrelaza y conecta las vidas de los diferentes personajes relacionados a través del corazón de un adolescente que sufrió una muerte cerebral tras un accidente automovilístico. La narración fluye, balanceándose como una ola entre emociones contrapuestas, la falta y la plenitud, la pérdida y la restitución. Miras desde las profundidades la coreografía del oleaje, como si fueras parte de la misma materia, o miras hacia la lejanía que es ausencia y desvanecimiento, como si te consumiera el mismo cigarrillo que fumas.
La narración comienza con un despertar, alguien que mira a quien ama, a su lado, en la cama, y finaliza con otro despertar, también en un cama, que es un reinicio de vida. En el inicio, la vida que se extinguirá, Simon (Gabin Verdet), un joven que sale de la cama en la que ha dormido con la chica que ama, Alice (Alice de Lencquesaing) y salta por una ventana, para recorrer las solitarias calles, aún sin luz diurna, mientras un amigo también se desliza por las mismas con sus patines. Ambos se unen a un amigo, con el que se desplazan, en una furgoneta, hacia una playa donde fluirán entre las olas haciendo surf. Desplazamiento, impulso, movimiento, flujo, vida. Y un día las mareas se detienen, colisionan, y el tráfico de la vida cesa. La vida se hila también con accidentes que a su vez la deshilachan. Azar, sinsentido. Simplemente, la vida se interrumpe. Los relatos intentan conectar, conjugar, son intersecciones que relacionan vidas, diferentes direcciones de relatos, como los desplazamientos de cámara que acompañan a los personajes, que son singulares y a la vez el mismo, porque les relaciona, como las miradas al vacío, al fuera de campo o la lejanía, a quienes sienten en su vida la falta, la sustracción de aliento y la perdida. Los relatos, la puesta en movimiento de conexiones, interacciones e influjos, dotan de vida a través de la misma extinción y desaparición. Los pasos prosiguen aunque sean en otro.
La narración se desliza a través de las consecuencias de la muerte de Simon en las vidas de los otros, en sus padres, Marianne (Emmanuelle Seigner) y Vincent (Kool Shen), o en la de quien recibirá su corazón, Claire (Anne Dorval). Para unos, extracción y falta irreparable, para la otra, reconstitución, recuperación de pasos y aliento, de piel que pueda clamar de nuevo su disfrute de los poros de la vida. Pero también la narración se amplifica en las vidas alrededor, las de Thomas (Tahar Rahim), el médico encargado del trámite de la donación de los órganos, y Jeanne, (Monia Chokri), la enfermera que cuida al adolescente. Hay una bellísima secuencia, y una hermosa transición, que condensa la potencia emocional de la obra, y su sutil complejidad. La cámara se desliza con la enfermera, que desciende en el ascensor del hospital; un hombre se acerca y la besa, recorre con sus labios sus pechos, su cuerpo; es una ilusión, el despliegue de vida de su imaginación que contrarresta la contemplación de tanta pérdida; fuma un cigarrillo en la calle; retorna al interior del hospital; ve que se marchan los padres de Simon, sus cuerpos encorvados por la pesadumbre: su mirada encaja esa tristeza y se torna sonrisa: en su móvil escribe un mensaje: te quiero, probablemente al hombre que añoraba y había imaginado besándole en el ascensor. Impulso y celebración de vida, como el entusiasmo de Thomas por un ruiseñor africano; para él su canto es fulgor de vida; disfruta escuchándole, y uno de sus más grandes sueños sería poder adquirir uno. Cantos, música, aliento de vida: Mientras extraen el corazón a Simon, Thomas le coloca unos auriculares en los que se escucha el batir de la olas, música que ha suministrado su novia: Otro bella transición: de nuevo, el plano de Simon saltando por la ventana, pero ahora el contraplano es el rostro lloroso y añorante de Alice, la chica que le amaba.
La excelente transición a la que me refería: del rostro de la enfermera, Jeanne, tras haber enviado el mensaje de te amo, a un plano del bosque, y después el plano de presentación de Claire, mirando hacia el fuera de campo, con expresión entre pesarosa y ausente, mientras escucha cómo le habla desde otra habitación de la casa uno de sus hijos. A Claire ya le falta el resuello de vida, su corazón ha ido degenerando. Se siente en ese borde de la vida que ya colinda con la ausencia, con lo que ya no será, con lo que siente que ya pronto será una sucesión de pretéritos que deriva en conclusión. Ya no puede ascender sola las escaleras, sino en brazos de alguien, para poder escuchar el concierto de piano de la mujer que ama, Anne (Alice Taglioni). Su placer ya es meramente tumbarse a su lado, sentirla, porque ya su cuerpo desfallece, ya es más un peso que se desploma que un impulso que fluye en las olas, o que asciende con su bicicleta a toda velocidad una cuesta, como Simon, para llegar antes que el funicular en el que sube la chica de la que se ha enamorado para sorprenderla y así darse su primer beso. Claire, con su corazón, podrá de nuevo besar con ímpetu la vida, y a la mujer que ama. 'Reparar a los vivos' es un hermoso impulso de vida hecho celuloide, música que se despliega como una ola.
Bellísima composición de Alexandre Desplat.
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