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viernes, 25 de agosto de 2017
Alaska
Alaska es el emblema de esa voraz codicia de los sueños elevados, o quizá más bien de las posiciones más elevadas, que transmiten sensación de inmunidad, que pueden lesionar el logro del acto de realización más pleno, esa conexión íntima excepcional con alguien que sientes tan próximo como tu propio tuétano. En 'Alaska' (2015), de Claudio Cupellini, Alaska no es ese espacio geográfico que siempre parece asociado con un entorno más cercano a la naturaleza que a la civilización, por lo tanto, distante de lo que consideramos nuestro entorno familiar, sino una discoteca, un escenario que representa ese escenario distante al que se aspira como logro de la posición de privilegio material que ya no siente las carencias ni la amenaza de la precariedad. Es lo que representa para Fausto (Elio Germano), pero esa apuesta, esa decisión, pasa por tomar, sin pedir permiso, 10.000 euros, a la mujer que ama, Nadine (magnífica Astrid Berges-Frisbey), por lo que deteriora la luminosa armonía que su relación había establecido. Y todo porque él no aceptaba que fuera ella la que ganara más, por su trabajo de modelo, mientras él tenía que sufrir un trabajo, como transportista, que le reportaba escaso dinero. Le hacía sentir que era poco. No le parecía suficiente con el logro de esa excepcional complicidad y sintonía que ambos sentían. Su mismo nombre, Fausto, ya ilumina el modelo que representa.
Esa inclinación ya se intuía desde el principio, desde el momento que se conocen, él como empleado de un hotel de lujo y ella como aspirante a un casting de modelo. Como recurso de cortejo Fausto le enseña la suite más lujosa, que cuesta 15000 euros al día. Ese recurso de impacto no deja de ser una apuesta elevada para conseguir a quien aspira, y por lo tanto tiene sus riesgos, que se materielizan infaustamente, cuando les sorprende el cliente. Fausto, para defender a Nadine, responde con una agresión que implicará su ingreso en prisión durante dos años. Es el primer obstáculo en una sucesión de desencuentros, separaciones, distanciamientos, reencuentros y reconciliaciones que jalonan, durante años, la accidentada relación de Fausto y Nadine. En ocasiones, la armonía dura un tiempo hasta que alguien la daña de un modo u otro. Durante la estancia en prisión a ella le cuesta mantener el contacto porque no quiere sufrir esa distancia, y él piensa que ella ya no le corresponde. Tras las disputas por el uso del dinero para la discoteca Alaska sufren un accidente de coche que determina graves lesiones en una pierna a Nadine, y una larga rehabilitación, con su consiguiente dosis de amargura, resentimientos, tensiones latentes, que derivan en gestos pasajeros, desvíos de atención, que buscan la devolución de un daño aunque no esperen que el efecto sea tan radical, y pueda derivar en separación.
Los vaivenes no sólo definen el escenario de su relación sentimental, con sus lesiones, fracturas, rehabilitaciones y curas, sino los periplos de ambos en el escenario de la posición económica, incluso con una dimensión paradójica. Quien al principio dispone de una posición más boyante, tendrá en los pasajes finales una posición menos rutilante. Y el otro a la inversa. Si al principio él ingresa en prisión, al final será ella. Aunque, por momentos, tengan relaciones más duraderas, o simplemente pasajeras, con otros, la conexión que sienten ambos no es comparable con ninguna, aunque en ciertos instantes, por el dolor sufrido, parezcan sentirse reticentes a una reconciliación. Pero al final las distancias de los sueños ofuscadores son desterrados, y afirman a ras de suelo, más allá de cualquier distancia impuesta, aunque sea por encarcelamiento, una conexión única que supera cualquier límite, incluso los que uno y otra imponían con sus miedos o enajenados obcecamientos de domar las alturas.
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