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domingo, 9 de julio de 2017
Una
“Podemos quedarnos aquí atorados por siempre”. El escenario es una noria. Tras ambos personajes se apecian unas barras protectoras. También los barrotes de su propia prisión. Ambos viven aún atorados en su pasado, por eso el curso de la narración de la espléndida 'Una' (2016), de Benedict Andrews, se trenza entre tiempos como si no hubiera distancia temporal, y su continuidad, orgánica, emocional, se escancia a través de un elaborado diseño sonoro (lo primero que se escucha antes que cualquier imagen es griterío de niños) y la magnífica ingrávida banda sonora de Jed Kurzel. Quien dice la frase es Ray (Ben Mendelhson) a Una (Ruby Stokes), de trece años, a quien dice amar. Pero quien evoca ese momento es Una (Rooney Mara) quince años después. Es una evocación que surge cuando ya ha constatado que no es posible recuperar aquel contraplano, aquella relación. Se ha quedado atascada en el tiempo, sin recuperarse desde entonces, mientras que Ray, después de pasar cuatro años en prisión, condenado por relación con una menor, ha formado una familia, ha configurado otra vida, otra dirección (mientras que ella aún vive con su madre, sin pareja y con un trabajo, administrativo, que no es con el que soñaba: nada es cómo soñaba). Esa premonitoria ausencia ya de contraplano se evidencia en la secuencia inicial. Una, con trece años, dirigiéndose al garaje donde se encuentra Ray (en esta primera secuencia no hay contraplano de él; luego se corroborará en una posterior evocación de ese instante).
La narración, de admirable concisión narrativa, elíptica, brilla en las transiciones. Tras esa presentación, el salto en el tiempo nos muestra a Una, quince años después, bailando en una discoteca, una figura difusa entre luces estroboscópicas. Ese es su estado emocional convulso, y confuso. Qué quiere, qué siente. En los siguientes planos la vemos desplazándose en un pasillo de penumbras y contornos difuminados, cómo es penetrada por un hombre (cuyo rostro no importa) y encaminándose al hogar como un espectro errante. Parece desgajada de la realidad, desorientada. La narración se centra, especialmente, en el reencuentro entre ambos. El escenario es un amplio almacén donde Ray, ahora bajo la personalidad de Peter, trabaja en una posición de poder intermedio. Se encuentra, laboralmente, en una situación delicada, que comporta despidos, y se encuentra en medio, entre sus superiores y sus compañeros de trabajo, una circunstancia ante la que se rebela, por lo que es buscado por su superior y por su compañero de trabajo, el cual cree que ha sido despedido, Scott (Riz Ahmed), mientras Ray dirime con Una su reencuentro, qué quieren, qué desean, qué reproches, qué dolores no cicatrizados y qué anhelos aún arañan sus entrañas. Pero ¿Cómo se despide a alguien de tu vida?. ¿Cómo haces sentir lo que supuso y representó entonces y lo que no supone y representa ahora?
Ambos forcejean en ese laberinto espacial la maraña irresuelta de sus emociones. En ocasiones, él se escurre, en ocasiones ella presiona con susceptibilidad, como si lo sufrido hubiera sido un agravio, cuando lo que anhela es la recuperación de lo truncado. Como si la hubiera impregnado con una maldición de la que no logra desprenderse. Ray se contorsiona para expresar cómo la amó, lo que significó para él, que la atracción no tenía que ver con que fuera una niña sino con que era ella. Para él era única. Del mismo modo que se contorsiona para intentar hacerle comprender que el pasado ya no es presente. Ambos intérpretes, magníficos, se debaten con el almacén de sus recuerdos, de sus emociones, de lo que fue y ya no es, de lo que fue y persiste como el fantasma de un miembro amputado, con los equívocos de lo que entonces se malinterpretó. La narración se desliza en una exquisita coreografía cuyos pasos de bailes son la alternancia de tiempos, porque ella vive aún atascada en esa noria de la que aún no ha logrado salir. Evoca ese instante mientras está tumbada en la cama de la hija de la actual pareja de Ray. Desaparece como un espectro doliente en la noche. El círculo se clausura, como una noria atorada: el último plano corresponde a Una quince años antes, la niña aún perdida en la intemperie de sus emociones. La vida es un almacén de cajas embaladas, como los sueños que no se realizaron.
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