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jueves, 8 de diciembre de 2016
Aloys
Melancolía. Compartimentos vacíos. Estancias no habitadas. La vida debe estar más allá. Un cuerpo muerto en un féretro. Un cuerpo vivo de expresión fruncida que observa el mundo alrededor. Una mirada que aprieta los puños aunque parezca que observe. Una mirada como un bloque de cemento en los que parecen habitar otras figuras como él, quizá más vivas. Grabaciones de imágenes: señales de vida en el espacio exterior, ovejas, humanos, iguanas, gatos, diversas criaturas. Sonríe más a las ovejas que a los humanos con los que se cruza. Son otros, en un escenario en el que no se está. La fiesta está en otra parte. Pero ¿atrae realmente ser parte integrante de ese mundo?. Aloys (George Fredrich) es un detective privado. Observa el mundo desde la distancia, recluido en su propia cabina,en su propio compartimento, un espacio también vacío aunque esté integrado por muebles y un gato que necesita magnesio. O quizá sea él, no parece muy relajado. Su padre ha muerto, pero los signos vitales en su mirada parecen menguar, tan retenidos y crispados están. Aloys circula en un autobús, circula en la vida, las paradas no se diferencian, por eso, un día, se olvida de bajar en la parada que le corresponde. Por eso,despierta en el autobús ya aparcado en cocheras tras finalizar su trayecto. Quizá. Faltan la cámara y las cintas de sus grabaciones. Su mirada parece haber sido sustraída.
El ángulo de la vida puede ser otro, y alterarse aquel en que ya se parecía atascado por mucho que se mirara el mundo. Otra mirada que es, en principio, otra voz. Una voz femenina que dice haber cogido la cámara y las cintas de sus grabaciones. Aloys siente que han sustraído sus entrañas, pero quizás las está recuperando. Aquellas cintas son el rastro de su presencia en el mundo, la mirada que era, la mirada en la que se sostenía mientras retenía su grito, su soledad, su aislamiento. Al fin y al cabo, el mundo del exterior era un espacio distorsionado, como cuando miras a través de la mirilla. Aquella voz comienza a demoler su vida, como si arrancara las malas hierbas en las que estaba enredada como una niebla espesa que se adhería a la superficie de los cristales. ¿Quién es? Y la pregunta se expande en varias direcciones. Un boquete se abre, y su muerte en vida empieza a boquear, y su mirada a agitarse. El entorno es un umbral de posibles, con voces que parecen invitar a fiestas en las que sí sea desea estar presente. Quizá sea una vecina. Quizá sea aquella que miraba a través de la mirilla, o que le contemplaba en el ascensor. Quizá su cansancio sea el mismo que el suyo. Quizá sólo desee también postrarse y olvidarse. Quizá permanezca tumbado en el autobús como quien no desea bajar en la misma parada sino simplemente detenerse. La convalecencia de aquella mujer de nombre Vera (Tilde Von Overbeck) puede ser la suya.
La vida está en la propia mente, es donde se mueve, eso dice ella. Quizá todo esté en la mente. En la mente las fiestas son como uno desea que sean. Y un muro es un bosque. Y no hay límites, sino el desplazamiento que tu imaginación traza. El trayecto narrativo de la muy sugerente producción suiza 'Aloys' (2016), de Tobias Nölle, es el de un sueño, el de una mente que miraba desde la distancia y se sentía cada vez más alejada. No es que anhelara ser parte integrante de esa realidad alrededor, tampoco le motivaba ser parte de una fiesta que no encontraba estimulante. Por eso, desea circular sólo en su mente donde cambias el ángulo, y puede desplegar tu melancolía como un haz de luz a través de una voz en la lejanía que yace como tú esperando que los sueños se realicen algún día en vez de sentirse como una iguana tras una cristalera. Con la mente, puedes estirar la lengua y capturar el insecto que tu imaginación crea. La narración se enrosca y juega como un gato pese a que ya tenga mucho sueño.
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