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sábado, 26 de marzo de 2016
Casino Royale
Resulta interesante retornar al inicio del recorrido cuando algo concluye. Se advierten los primeros indicios de un rastro, y la elaborada arquitectura de un edificio narrativo. Es la raíz de la pulpa. Hay un placer añadido en degustar 'Casino royale' (2006), tras que haya culminado la tetralogía de James Bond protagonizada por Daniel Craig con la excelente 'Spectre' (2016), de Sam Mendes (con respecto a la cual no deja de llamar la atención el extendido vapuleo, no sé si por su condición de 'blasfemia' o porque no han sabido ver en la recurrencia de elementos y de la construcción narrativa, cual reflejos, en relación a la muy admirada 'Skyfall', precisamente una clave fundamental en su construcción de sentido sino más bien un defecto). Aunque destaque, de modo más manifiesto, la condición de díptico de las obras realizadas por Sam Mendes, por la demolición, que es subversión, que realiza de un icono y un estereotipo, hay un trayecto que vincula a las cuatro obras. 'Casino royale' (2006), de Martin Campbell (del que hay que recordar las notables 'Ley criminal', 1988, y 'Al filo de la oscuridad', 2010), es el inicio de una partida, cuyo sentido vertebral permanecerá en las sombras hasta la cuarta obra, o se va perfilando como una línea de puntos forma una figura a lo largo de las cuatro obras. Los tres primeros contendientes no dejan de ser piezas subordinadas al rey en las sombras. Son las piezas visibles, variables, reflejos y distracción. En los títulos de crédito de 'Casino royale' predominan las figuras de las partidas de cartas. Un trayecto, una confrontación. Todo es una partida; las mismas relaciones lo son. La determinación es importante, pero juegas más que con tus cartas con lo que lees y anticipas de las de los otros. A veces sus faroles se ven beneficiados por el azar, y el ego puede convertirse en interferencia ya que la arrogancia es un obstáculo. Saber mirar, discernir, es importante. No deja de ser irónico que al villano, Le Chiffre (Mads Mikkelsen), le sangre el conducto lacrimal: ¿Al fin y al cabo Bond no es más bien alguien que no sabe de emociones y al que nadie le importa? ¿No es el aprendizaje del trayecto de esta tetralogía el de saber fluir con las propias emociones y saber exponerse, y por lo tanto saber amar en vez de ser una máquina de matar que llora sangre?.
La condición orgánica tiene varios reflejos: Bond es elementalidad física, un arrolladora materia: la primera persecución parece la de unos simios que saltan de una rama a otra aunque sean edificios en construcción o gruas: Bond es una figura en construcción, un adolescente emocional en formación, una criatura con capacidad emocional aún por desarrollar. Es un bruto con la eficiencia implacable de una maquinaria. Está dando sus primeros pasos en el ejercicio del escenario de los adultos, y le sobra la arrogancia del adolescente que se enfrenta a sus mayores. Aún su planteamiento de enfoque de la realidad se restringe a conceptos elementales (quizá por eso la secuencia introductoria sea en blanco y negro: hay un bando modélico, al que representa, y están los contrincantes). Uno de los lances tiene lugar en una exposición de arte en la que representa el interior del cuerpo desprovisto de la apariencia: hueso y músculos. Eso parece el mismo Bond. La misma rotunda fisicidad simiesca del excelente Daniel Craig apuntala esa impresión. Aún mira la realidad como si fuera un espacio en el que saltar o que cruzar ( y lo mismo con el espacio virtual: para él ya pocas diferencias entre la noción de lo físico y lo virtual: es un ejecutor subordinado que cumple o tramita ordenes aunque parezca que se enfrenta a las figuras de la autoridad: más bien le gusta dominar y controlar el escenario de la realidad: es un contendiente o jugador que avasalla para imponerse). ¿No es ya un indicativo de ese planteamiento se sacudida y subversión de un icono y modelo viril esa tortura que sufre Bond cuando es repetidamente golpeado en sus testículos?).
Traspasado el ecuador de la narración tiene lugar una crucial partida de cartas que supone un duelo entre ambas miradas indiferentes, entre Bond y Le Chiffre. Su duelo tiene dos pausas o interrupciones en las que peligra la vida de ambos, aún más en el caso de Bond que tiene un paro cardíaco. Le Chiffre no parpadea cuando peligra el brazo de su pareja, al que amenazan con seccionar si él no suministra la información requerida. En cambio, Bond se preocupa de Vesper, aquella que logra que deje de lado su coraza, como ella será después la que evite que muera cuando su corazón se detiene. Confiar en otro es confiar tu vida. Las relaciones pueden ser una partida, sobre todo cuando escrutas e intentas descifrar a aquel que derrumba tu seguridad y te hace sentir expuesto, pero su firme cimiento será la complicidad que se consolide, y para eso es importante que no se piense que el otro vaya de farol. Bond deja abrir sus entrañas y se expone. Claro que las cartas pueden estar marcadas, o haber otros participantes que ignoras. El edificio se derrumba, y las emociones recién nacidas naufragan: la mujer que ama se hunde con su edificio. Será el primer edificio que se derrumba. 'Spectre' culmina con el que representa la demolición de lo que era y representaba su vida, el edificio institucional, antes de salirse del escenario, precisamente, con una mujer. Una mujer que, irónicamente, será hija de aquel que hiere en una pierna con crueldad en el final de 'Casino royale', Mr White (Jesper Christensen), ese gesto cruel en el que se afirmaba como máquina de matar (que oculta ya no la indiferencia sino la amargura del resentimiento): Que sea su hija supone un símbolo poético de su completo desprendimiento de su condición de matar; por eso, en la conclusión de 'Spectre', no remata al rey en las sombras, Blofeld (Christopher Waltz), el artífice de sus desgracias, (el vivo que parecía muerto: sobre una celebración del día de los muertos pelea en un helicóptero; abatirá al helicóptero en el que se escapa su doble en las sombras, su cicatriz, el monstruo que era reflejo de otra monstruosidad, la del supuesto Orden; al fin y al cabo Blofeld rige otro Orden en las sombras que no deja de estar interrelacionado con el aparente o explicito).
El trayecto de las cuatro obras será el de un laberinto en una atracción de espejos. Bond se enfrentará a su propia elementalidad emocional, su resentimiento, en el trayecto alquímico de 'Quantum for solace', cuando comprenda que no debe focalizar su despecho en la mujer que amaba. En esta obra, una mujer con cicatrices en su espalda, es el reflejo de sus cicatrices inferiores (una excepción entre todas las mujeres con las que se relaciona que mueren: no es amante o 'madre', ya que es más bien la espectral encarnación de la pérdida de la amada). En 'Skyfall' se confronta con su propio reflejo, a través de Silva (Javier Bardem) otro agente resentido con su 'madre', Q (Judi Dench), como lo está él tras que una orden suya determine que casi muera, y ese Otro se convertirá en la materialización de ese deseo de rebelarse de modo radical, eliminándola, contra quien le creó y modeló, su raíz podrida (no podía sino tener lugar sino en el espacio de su infancia del que fue extraído, y en una iglesia, para rematar la blasfemia), y el inicio de una sublevación; en el inicio de la cuarta obra vuelve a enfrentarse a la figura de autoridad, el nuevo M (Ralph Fiennes). Y en su desarrollo otra mujer introducirá esa cuña en su mente que hará que se pregunte por qué hace lo que hace, por qué eligió un modelo de vida y de realidad, que no dejaba de ser un escenario en el que cumplía una función. Por qué no podía elegir, o desear, otra opción de vida o escenario. Y la culminación de la partida en las sombras, que se dirime durante todas ellas, acontece con el mejor final deseable, un reconstituyente corte de mangas a quien era un rancio icono y modelo viril, hombre de acción sirviente de las instituciones y conquistador y seductor de cualquier mujer, porque toda mujer era cualquier mujer, que se rendía a su voluntad. Bond abandona la doble licencia para matar y opta por la licencia para amar a una mujer. La máquina completa su proceso de conversión en humano sensible que sabe mirar y sentir.
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A mí me gustó mucho más Spectre que Skyfall. Y Casino Royale que Quantum for solace pero coincido en la coherencia y buen nivel que hay entre las cuatro. Craig es un Bond magnífico, quizá el mejor. Y bien por revindicar a Campbell, mejor director de lo que se acostumbra a decir.
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