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domingo, 13 de marzo de 2016

The bride wore red

En 'La novía vestía de rojo' (The bride wore red, 1937), de Dorothy Arzner, adaptación de una obra de Frederic Molnar ('Liliom','Una chica angelical', 'Un, dos, tres'), hay quien piensa que la posición social, ser aristócrata o campesino, depende ante todo de la suerte. No es un distintivo natural, depende de la lotería en el nacimiento, en qué ambiente nazcas. Por otro lado, hay quien no imaginaba que esas balaustradas imaginarias, simbólicas, que separan a unos y otros pudieran superarse, sea porque alguien puede ascender a esa otra posición social, que parecía innacesible, o descender, como un derrumbe figurado que destierra distinciones artificiales. Como si fueran compartimentos estancos. ¿Qué somos? ¿Qué límites instituimos como infranqueables por conveniencia que apuntala un privilegio de posición?. Al primero, el conde Amalia (George Zucco), se le ocurre, para demostrar a su amigo Rudi (Robert Young) que es cierta su afirmación, suministrar dinero y vestuario a una cantante de cabaret, Anni (Joan Crawford) para que, durante dos semanas, se haga pasar por aristócrata en un hotel de los Alpes. Ironía: Rudi, sin saber quién es, aunque esté comprometido, quedará prendada de ella, y le propondrá matrimonio. El segundo, Giulio (Franchot Tone), aquel que piensa que los limites están para transgredirlos porque las conexiones y las afinidades no saben de categorías, será alguien que pertenece a la posición social de ella, un cartero rural, que no dudará en expresar sus sentimientos pese a esa supuestas barreras o balaustradas simbólicas que parecen separar.
Es un personaje que marca la tonalidad de esta obra que oscila entre el drama y la comedia, desplegándose, más bien, con una serenidad y templanza que parecen emanar de ese cartero que habita la realidad como habita el tiempo (como conduce su carreta, o deja que lo haga el burro que conoce el camino), sin urgencias de coches que llevan antes al hotel desde la estación, o de emociones que quieren ascender a los picos de la sociedad como quien desea abandonar una realidad en constante naufragio. Vive aislado en una cabaña que parece suspendida sobre un precipicio, pero transpira firmeza. Es el sentimiento que mira de frente y se manifiesta de modo frontal. No entiende de subterfugios ni de simulaciones. Y no dudará en desmontar el escenario que privilegia la mentira, la extensión de ese orden social de compromisos establecidos y priorización de las apariencias. Un vestido de rojo, el que porta Anni la noche de la sublevación es el distintivo de un peaje, de un estigma, de una singularidad y de una separación irremisible. Es lo que es pese a que se esfuerce en transformarse en lo que aspira a ser, sólo porque, como argumenta a quien ama, no quiere volver a pasar hambre. Quiere vivir en ese cuento de hadas, aunque implique sacrificar lo que siente, el amor que se gesta.
Por la citada ironía de que el escéptico con respecto a la diferenciación de aristócratas y campesinos por la mera suerte, no por naturaleza, se enamore de quien cree de su categoría aunque no lo sea, se podría hablar de circularidad en la narración, aunque más bien como evidencia de su ruptura, como evidencia de un círculo vicioso en el que viven unos personajes ensimismados en sus privilegio, o como sueño que atrapa en su tela de araña a los que viven en la precariedad. En aquellos años abundaban, en especial en la comedia, variaciones sobre la cenicienta, reflejo de la condición, o determinación, social de la mujer (o institución de barreras establecidas como infranqueables), cuya aspiración para salir de la precariedad, de puestos subordinados (como secretarias), o de la restricción a las labores domésticas, era casarse con un millonario o aristócrata. Dos años después, por ejemplo, Mitchell Leisen rodaría la estupenda 'Medianoche' (1939), con guión de Billy Wilder y Charles Brackett, en la que el personaje femenino también opta por la simulación para alcanzar un posición privilegiada, que es también decir desahogada. Artista también de night club, pero sin empleo, se hace pasar por baronesa. Para tal propósito también subordina el sentimiento, en su caso en forma de chofer, por la despreocupación material. En una y otra, el sentimiento prevalece, o quizá habría que matizar que más bien la alianza de los que habitan al margen, mientras disfrutan mejor del paisaje, y de sí mismos, de una relación afín, con el ritmo que marca el tranquilo paso de un burro.
La previa, y también excelente, obra de Dorothy Arzner, 'Tuya para siempre', con unos memorables Sylvia Sidney y Frederic March, transitaba de la comedia al drama con una fluidez admirable, sin que además el drama nunca se recargara demasiado, siempre sutil y elegante, sin precipitarse en la gravedad o la severidad, y sin dejar de transmitir una sensación de naturalidad en la descripción del desarrollo la relación sentimental que se establecía entre Jerry y Claire que rara vez he visto en una pantalla. Palabras que puedo transcribir para 'La novia vestía de rojo'. Hay una singular vibración palpable en ese instante, rebosante de luz, en el que Giulio intenta comprobar, solícito, si Anni puede tener una lesión en el hombro, tras caerse, y ambos se miran, y esas miradas irradian atracción y proximidad que convierte en inevitable centro de gravedad un beso.
Dorothy Arzner, Joan Crawford, Robert Toung, Franchot Tone y Joseph L Mankiewicz (quien como productor de la MGM propulsó el proyecto, que en principio iba a estar protagonizado por Louise Reisner, y la protagonista ser una prostituta, pero tras la muerte de Irvin Thalberg, Louis B Meyer, a cargo de la producción, determinó la modificación)
Diseño de Adrian

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