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jueves, 4 de febrero de 2016
Andersonville
La prisión de Andersonville, en Georgia, fue un campo de concentración confederado para prisioneros de guerra del ejercito de la Unión. Durante la guerra (1861-65), de los 45.000 reclusos fallecieron 13. 714 por desnutrición e enfermedades infecciosas. Su cementerio, el Sitio Histórico Nacional de Andersonville, se ha convertido en el símbolo de todos los prisioneros de guerra. El comandante del campo, Wirz, fue el único oficial confederado acusado y condenado crímenes de guerra tras finalizar la contienda. Las revelaciones de los sufrimientos de los soldados fueron decisivas para que fuera ajusticiado en la horca. 'Andersonville' (1996) es la cuarta obra de John Frankenheimer centrada en el espacio físico de una prisión, tras dos retratos centrados en figuras singulares, 'El hombre de Alcatraz' (1962) y 'El hombre de Kiev' (1968), y otra también, como 'Andersonville', basada en un suceso pretérito, el cruento motín de Attica de 1971, para la consecución de unos más justos derechos de los reclusos, 'Contra el muro' (1994), ambas coincidentes por otra parte en ser producciones televisivas. Hay otras obras en que la reclusión también es relevante en ciertos pasajes, casos de 'El mensajero del miedo' (1962), 'Plan diabólico' (1966), 'French connection' (1975), o en las iniciales secuencias de 'Operación Reno' (2000). En algunas adquiere particular relevancia la idea de la reclusión mental, la enajenación o asfixia vital, el reflejo fantasmal de las corrompidas entrañas de una mentalidad o un país, como también en algunas de sus obras maestras, 'Temerarios del aire' (1969) o 'Yo vigilo el camino' (1970): unos pueblos que pueden ser cualquier otro, espacios que no alientan el vuelo sino que comprimen la vida.
'Andersonville' es una obra que refleja, de modo descarnado, las penosas circunstancias en las que estaban confinados, hacinados, aquellos soldados, como si los fueran acumulando, agolpándose en un restringido espacio, como si fueran heces, esas con las que tenían que asumir lavarse, ya que el agua que disponían pasaba previamente por las letrinas de los confederados. Un oficial confederado, encarnado por William H Macy, realiza una inspección de las condiciones higiénicas del confinamiento de los prisioneros, y muestra su consternación e indignación a Wirz (Jan Triska), el comandante del campo, quien no asume responsabilidades sino que se justifica en su impotente (pero falsa) condición de posición intermedia en una cadena de mando. Uno de los momentos más sobrecogedores será aquel en el que Frankenheimer orquesta un intercambio de primeros planos entre la mirada desolada de ese oficial y los cadáveres de los dos soldados que no resistieron el castigo en los cepos. La concreción se combina armónicamente con el patrón de un subgénero: la excavación de un agujero para huir, que también se queda a pocos metros del bosque como en 'La gran evasión' (1963), de John Sturges; el delator dentro del grupo, más que infiltrado como en 'Traidor en el infierno' (1952), de Billy Wilder, es alguien que vende a los compañeros por la mera supervivencia.
En algunos, la supervivencia establece prioridades que niegan la solidaridad con quienes padecen la misma penalidad. La crudeza del desarrollo dramático se amplifica con sus singularidades, ese grupo de prisioneros, llamados 'rapiñadores', que se aprovechan de la desgracia de los otros prisioneros para establecer, dentro del estercolero, una posición de poder que les haga disfrutar de unos privilegios que impiden que sufran las carencias y enfermedades que asolan al resto. Roban y matan sin ningún escrúpulo. El motín consiguiente no tiene lugar contra los que les tienen recluido en ese campo de prisioneros de guerra sino contra los que en su interior hacen aún más humillante y doloroso el calvario con su abuso de poder. Un juicio pone en interrogantes donde están los límites que separan a unos y otros si se reclama su ajusticiamiento en la horca. ¿No serían como ellos si desean y, sobre todo, ejecutan su muerte?. Otra circunstancia que amplifica y complejiza el relieve moral y dramático. como en la anterior 'Contra el muro', en la relación entre guardianes y reclusos, aunque sí con rotundidad se señala que el abuso del poder ha sido manifestación recurrente en la historia de un país que se ha esforzado en maquillar su apariencia como adalid de las libertades.
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