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domingo, 10 de enero de 2016
En el sótano
Hay un episodio de 'Looney Tunes', 'Hide and hare' (1955), de Fritz Freleng, en el que Bugs Bunny lidia con la transformación del Dr Jekyl en Mr Hyde, y otro, 'Hyde and go tweet' (1960), de Freleng, en el que quien sufre la transformación es Piolín para terror y desespero del gato Silvestre quien, como suele ser usual no logra nunca comer a tal repelente canario,sino que incluso tiene que evitar ser él quien sea devorado. Siempre he pensado que si Wes Anderson se tomará una poción parecida se convertiría en Ulrich Seidl. Por algo, su última obra, 'El gran Hotel Budapest' (2014). transcurre en zonas geográficas no muy lejanas. Ambos consideran el encuadre una viñeta. Son capsulas, composiciones cuyo estatismo y simetría transpiran encierro. No costaría imaginar a sus personajes golpear los límites del encuadre como si fueran cuatro paredes, y no existiera la imposibilidad de una cuarta pared que revelara que es un espacio de ficción del que puede liberarse. Puede que sea ese concepto el que tengan sobre la realidad. Los personajes muchas veces parece que posan, y sus rostros parecen máscaras lánguidas, como si se les hubiera extraído fluido vital. Toda la familia Tenenbaum podrían haber posado como mariposas atravesadas por un alfiler con el resto de componentes que participan en 'En el sotano' (Im keller, 2014), documental que puede parecer ficción, y que no es sino la materialización de un concepto, según la mirada de Seidl y Veronica Franz: ficción o documento, lo que prima es la distorsión.
Los encuadres se dilatan, mientras los personajes, seres, entidades, o lo que sea, posan manteniendo el gesto imperturbable, en tensión, sin casi mover un músculo, ni pestañear, como si fueran otro ornamento de ese espacio o decorado, otro objeto inanimado, sea un espacio despojado, con una escueta lavadora, una máquina de juegos en la que suena la música de 'El golpe' o un espacio sobrecargado de objetos, como piezas de caza. Son encuadres taxidermicos. Y la mirada de Seidl sobre su realidad parece que, ante todo, constata que vive en un paraje disecado, pero turbio, como una materia descompuesta atrapada en un ambar. Un encierro vital, en suma, donde los humanos no se diferencian de los muñecos o de las cabezas de piezas cazadas o de las figuras virtuales que se disparan en ejercicios de tiro al blanco o de los objetos diversos utilizados en las sesiones de sadomasoquismo o en las innumerables figuras que decoran los espacios sobrecargados que parecen compensar un vacío interior (o simplemente, su inconsistencia, como huecos con forma humana).
Los sótanos son espacios que revelan, son los espacios en los que se acumulan objetos, como costras, o piel muerta, en los que se configuran los particulares panteones, en el que se evidencia de modo explicito las ansias de dominación o sumisión. Una mujer conversa con sus diferentes muñecas, que puede tener enterrados entre una mezcolanza de objetos, como si fueran su bebé. Un hombre contempla cómo una enorme pitón, que tiene en una vitrina, engulle un roedor. Otro repasa con orgullo las múltiples piezas de animales cazados en África. Un hombre ensaya cantos con instrumentos de resonancia como ensaya tiros al blanco, y entremedias conversa con amigos sobre la infección, o inferioridad intelectual y moral, de otras culturas o etnias. Otro ensaya con su tuba mientras muestra, con orgullo, su particular museo de objetos nazis, incluído un retrato de Hitler que le regalaron, el cual es su mayor orgullo.
Y el relato, como si se sumergiera ya en las más profundas capas que desnudan los sótanos de los sótanos de toda una sociedad de vitrinas disecadas donde unos a otros se engullen y desprecian y tratan como muñecas inanimadas, un ejemplo de distendida relación armónica establecido según el modelo de ama y sumiso, y una mujer, atada, que comenta sus desafortunadas experiencias con previas parejas que la maltrataron, y que revela su goce en sus prácticas como sumisa: el simulacro del juego sexual como liberación frente a unas relaciones sociales sustentadas sobre la asfixia de sumisiones y dominaciones. Por eso, el último encuadre, es una mujer desnuda, encerrada en una reducida jaula donde casi no puede moverse. Aquí ya no hay poses. Forcejea, porque no encuentra posición cómoda, satisfactoria. Más bien, resulta una tortura. Es la última capa que revela la turbia contorsión dolorosa bajo las vitrinas.
Esta excelente obra se estrena el 15 de enero
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