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viernes, 10 de diciembre de 2010
El cerebro de Frankenstein
Con 'El cerebro de Frankenstein' (1969), cuarta de las obras que realizó Terence Fisher sobre el Barón Frankenstein (Peter Cushing), da un paso más allá en su exploración de la dualidad (en el propio Barón) y la doblez (del entorno social), realizando una obra aún más turbia y siniestra, en la que las máscaras parecen definitivamente desprenderse. Ya anunciado en su magnífico prólogo: en una calle neblinosa de Londres, vemos cómo alguien acecha en un portal a un solitario caballero al que corta la cabeza. Tras una brillante elipsis (la hoja de la hoz aparece en el encuadre), vemos a un ladrón intentando introducirse en un puerta, que resulta ser la de un laboratorio al que llega esa figura, enmascarada (su rostro enmascarado, máscara de rostro descompuesto, irrumpe también en el encuadre cuando le sorprende). Tras una intensa pelea el ladrón huye y, magnífico plano, la figura se quita la máscara tras la que 'aparece' el rostro del barón. Este se puede decir que ya es definitivamente un proscrito, un 'monstruo' para la sociedad, que debe trabajar clandestinamente, cambiando de lugar constantemente. Y se ha hecho más acusadamente inclemente. Es impagable cuando pone en cuestión a los cuatro inquilinos de la pensión por hablar sin conocimiento de lo que no saben, rompiendo las barreras de la 'corrección'. Como se aprovechará de las cuestiones de la verguenza o 'imagen social' cuando chantajee a la dueña, Anna (Veronica Carlsson) y a su amante, el doctor Karl (Simon Ward) para que sean sus colaboradores y ayudantes al descubrir que el médico saca cocaina del sanatorio psiquiátrico donde trabaja.
Las relaciones establecidas ya son directamente explicitadas como de intercambio e intereses, como relaciones de poder y manipulación. De ahí el doliente lirismo del último tramo, la desgarrada vulnerabilidad de la 'criatura': el cerebro de otro científico que ha realizado experimentos semejantes (de nuevo, como en 'La venganza de Frankenstein' el creador que se convierte en criatura). Lo doliente se expresa en las magníficas secuencias en que bajo los rasgos, u otro cuerpo, de otro doctor, Richter (Freddie Jones), la 'criatura' visita a su esposa. Es sobrecogedor el momento en que la habla escondido tras un biombo. En un complejo juego de espejos, la rebelión de la criatura ante su creador, es como si el propio barón se rebelara contra sí mismo, y, por otro lado, es la obra que mejor plasma las desgarraduras existenciales de la criatura en la novela de Mary Shelley. Que el fuego tenga presencia crucial en el desenlace es el remache poético a cómo las propias llamas de la creación llegan a devorarse a sí mismas.
Una de las cimas del cine fantástico la cuarta realización de Terence Fisher sobre el Barón Frankenstein, 'El cerebro de Frankenstein' (Frankenstein must be destroyed, 1969), con gran guión de Bert Batt y Anthony Nelson Keys. La poética de lo siniestro alcanza sus más altas cotas,como si se rompiera una brecha en la normalidad, como ese gran momento de tensión en el que la mano de un cadáver, enterrado en el jardín, 'brota' por el agua.
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