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lunes, 24 de marzo de 2025

Ghostlight

En cierta secuencia de Aflicción (1997), de Paul Schrader, el protagonista, Wade (Nick Nolte), policía en una pequeña localidad, se quedaba paralizado, mientras regulaba el tráfico, con una mirada entre transida y perpleja, como si le hubieran dejado de dar cuerda y se preguntara quién era y qué estaba haciendo, o en qué había desembocado su vida, acorde a quien parece haber perdido el paso en el tráfico de historias que constituyen su realidad. En Ghostlight (2024), de Kelly O'Sullivan y Alex Thompson, algo parecido le sucede a Dan (Keith Kupferer), mientras regula el tráfico que pasa junto a las obras en las que trabaja como obrero. Es un detalle que indica que en su vida hay muchas reformas por realizar, aunque en principio la brecha principal en su vida parece el comportamiento de su hija Daisy (Katherine Mallen Kupferer) que ha sido suspendida durante dos semanas por comportamiento agresivo con un profesor. Pero esta es una narración, de progresión catártica, que evoluciona como una serie de círculos concéntricos que irán revelando cuál era el núcleo, la razón de ese malestar que se aprecia en Dan, quien explota puntualmente cuando increpa a un conductor que circula sin consideración o cuando reacciona enfurecido contra su hija y Sharon (Tara Mallen), su esposa (hija y esposa realmente del actor), cuando esta intenta reconfigurar su jardín. 

Un malestar que afecta de otro modo a su esposa e hija, porque al fin y al cabo el motivo de la conducta agresiva de su hija proviene de la misma causa. Un malestar que, en principio, parece querer distraer Dan al unirse a un grupo teatral aficionado, que está ensayando Romeo y Julieta. Porque Dan además de proclive a la descarga con un arrebato de furia tiende a la actitud evasiva.Se irá revelando gradualmente el por qué de la conducta de Dan, cómo es causa de su dificultad para afrontar directamente un suceso trágico acaecido un año atrás que afectó a toda la familia. Pero su forma de no gestionarla, como una congestión que se trata mediante la negación, determina que la atmósfera, o la dinámica de la relación, de la familia se haya enquistado. Su negación y tendencia evasiva no es sino un desesperado intento de intentar controlar (el escenario de) la realidad, o de no querer asumir una herida no cerrada, del mismo modo que plantea a sus compañeros del grupo teatral por qué no pueden modificar el final de Romeo y Julieta para que no sea trágico. No enfoca su interpretación en la obra como una forma de ser otro personaje durante dos horas sino como él mismo reconfigurando la realidad como quisiera que fuera. Y al fin y al cabo esa conclusión trágica de la obra de Shakespeare, o una circunstancia ficcional, ejerce de confrontación desnuda con respecto a un acontecimiento real, aquel suceso que no ha logrado superar, porque no entiende por qué tomaron una decisión que implicaba la muerte. 

Por lo tanto, esa experiencia de la obra teatral ejercerá de confrontación directa con lo que no ha resuelto en su cortocircuito familiar. Una actitud que determinó que intentara buscar responsabilidades ajenas, en quien sí sobrevivió a aquel suceso trágico, aunque no sea sino la demanda de quien grita a la vida su dolor y desesperación porque no hay manera de que retorne a la vida quien amaba. La narración conjuga con medida modulación la progresión de esa evolución emocional de Dan así como la liberación de trabas en la relación familiar. Por supuesto, la representación de la obra será la culminación de ese trayecto, la consecución de una conciliación, como dos manos que se estrechan en vez de permanecer alejadas cada una en su tortuoso silencio.

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