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lunes, 10 de junio de 2024

Atrapa a un ladrón

 

En Atrapa a un ladrón (To catch a thief, 1955), de Alfred Htchcock, ¿Quién es el gato y quién es el pájaro? John (Cary Grant), apodado, El gato, es un ladrón retirado cuya plácida vida se ve trastornada al convertirse en principal sospechoso de unos robos realizados con la misma técnica que utilizaba él. Pero en el cine de Hitchcock esta intriga es el lúdico barniz que encubre otros juegos, el de los sentimientos amorosos en conflicto y debate. El pulso entre los contendientes (en el juego del amor y en el juego con las apariencias) y la lid entre fantasía y realidad. Las investigaciones de John se ven trastornadas por la irrupción de Frances (Grace Kelly) que teje su red para seducirle, o para incitarle a que la seduzca. En principio, él es un extraño fascinante (durante el juego de seducción) que se trastocará (tras que la misma noche coincidan su primer contacto sexual y el robo de las joyas de su madre) en amenaza, hasta descubrir la inconsistencia de sus suspicacias. No es más que la disección de un corriente proceso amoroso, el que va de la idea a la realidad con sus marañas de proyecciones, recelos y temores en el proceso. Hitchcock ya lo había explorado en Rebeca (1940) o Sospecha (1941), con las dudas e incertidumbres con respecto al hombre que aman las respectivas protagonistas, como lo realizaría a través la figura o mirada masculina en Vértigo (1958), ya que ¿a quién percibe realmente Scottie (James Stewart) cuando queda cautivado (se enamora) del personaje de Kim Novak (ficción sobre alguien que a la vez se presenta como ficción pero también real por cuanto no es solo actriz en una escenificación sino que realmente se sentirá atraída por él?) o La ventana indiscreta (1954), en el pulso entre quienes se aman para establecer el dominio del escenario de realidad (acoplada ella al modo de vida de él o él al de ella, ambos irreconciliables). No deja de ser irónico que, en Atrapa a un ladrón, la real ladrona sea otra mujer, otra que también se había insinuado a John. Como alude el título sólo un ladrón puede atrapar a otro ladrón. Y quizás el gato era el pájaro que deseaba enjaularse, como un pájaro aparece enjaulado junto a El gato Robbie, a su derecha, en el autobús, cuando huye de la policía (y a su izquierda, sentado, el propio Hitchcock).

Atrapa a un ladrón es una vivaz y jubilosa comedia de intriga, con la chispeante aportación de Jessy Royce Landis, como la madre de Frances (inolvidable apagando un cigarrillo en un huevo, alimento que Hitchcock odiaba) o John Williams como el agente de seguros, tan memorable como su intervención como inspector de policía en Crimen perfecto (1954). Es cautivadora la dirección de fotografía, en Vistavision, ganadora del Oscar, del gran Robert Burks, habitual colaborador de Hitchcock en esta etapa, como son magníficos los diálogos agudos, repletos de sobreentendidos, en especial sexuales, de John Michael Hayes, que adaptaba la novela homónima de David Doodge (y que en un primer guion había planteado dejarles al final a los dos protagonistas suspendidos de un precipicio en el coche). Era su segunda colaboración, tras La ventana indiscreta, seguida por Pero ¿Quién mató a Harry? (1955) y El hombre que sabía demasiado (1956). Todo un juego de sutilidades procaces que refleja cómo Hitchcock supo lidiar con la censura: se negó a eliminar los fuegos artificiales en la primera noche de amor de Grant y Kelly y a cortar el plano en que Grant deja caer una ficha de la ruleta en el escote de una jugadora. La introducción ya juega con el contraste entre apariencias y realidad. A un encuadre sobre un escaparate en el que se presenta una promoción publicitaria de la costa francesa le sigue otro de una mujer gritando tras descubrir que le han robado sus joyas. La narración prosigue con una sucesión de robos que responden a la metodología que utilizaba el gato cuando colaboraba con la resistencia francesa durante la II Guerra mundial. Las apariencias indican que debe ser el ladrón, o así piensan buena parte de quienes fueron sus compañeros de la resistencia, como le hacen ver cuando Robbie acude al restaurante que rige Bertani (Charles Vanel), lider del grupo entonces. Apariencias que también le convierten, para la policía, en el principal sospechoso. En Falso culpable (The wrong man, 1956), el parecido físico con el real ladrón determinará que el personaje encarnado por Henry Fonda fuera confundido, por testigos como el ladrón (lo que determinaba que fuera detenido). En Atrapa a un ladrón será la similitud de métodos lo que determina un apresurado juicio de asociación. Si el método es el mismo se interpreta, cual mecanismo reflejo, que el ejecutor debe ser el mismo que en el pasado. Los límites de percepción y discernimiento del ser humano puestos en cuestión.

Será el mismo falso culpable (wrong man/hombre equivocado), Robbie, quien, tras conseguir el apoyo del agente de seguros, H.H. Hughson (John Williams), quien le posibilita los nombres de las posibles futuras víctimas, el que intentará esclarecer quién es ladrón (dado que la policía no enfoca cómo debe al desenfocarse su percepción con la interferencia de su actividad pasada). La literalidad genera ofuscación. Su proceso de esclarecimiento propiciará otro proceso de ofuscación perceptiva cuando Frances, la hija de la mujer que creen que pueda ser la próxima víctima se sienta atraída con él y establezca un pulso de seducción. A pequeña escala una variante de la circunstancia general que sufre el gato. Ella tras percibirle como la figura romántica que genera la pirotecnia de los sueños románticos, tras la realización del acto sexual/robo, le percibirá, en cambio, como una figura embaucadora. Como quien siente que debe ser el ladrón de las joyas al ser quien le ha robado la joya de su orgullo, al conseguir que ella ceda en el deseo, y entregarse. Lo percibe como alguien que no responde a sus expectativas (románticas) sino que es un mero depredador que tanto buscaba la mera satisfacción sexual como la utilizaba como medio para conseguir las otras joyas. Ella se deja arrebatar por el orgullo, como si el amante no fuera un cómplice sino un ladrón. Siente el acto amoroso como una derrota en un juego de pulso de poder. El gato proseguirá con sus investigaciones para también demostrarle a ella que no es como quien teme que sea. Una fiesta de disfraces será el escenario oportuno para desvelar las máscaras, cuáles eran las reales intenciones de quienes se presentaban, ante Robbie, de un modo conveniente para sus propósitos, y para que las percepciones se liberen de ofuscaciones y presunciones de apresurados juicios.

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