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martes, 15 de octubre de 2019

Noche de bodas

¿Dispuesto a lo que sea para ser un privilegiado?. ¿Estás dispuesto o no a asumir los riesgos que implican acceder al disfrute de privilegios y lujos, es decir, la confortabilidad de ser rico? Es una apuesta, puedes convertirte en cazador pero también presa. Es un juego, una competición, puedes ganar pero puedes convertirte en la pieza sacrificial necesaria, por ejemplo, ser despedido porque hay que economizar, para que otros mantengan su estatus y sigan enriqueciéndose y gozando de los caprichos y lujos que deseen, porque no se considera que tengan límites cuando ya se detenta esa posición privilegiada. Se disfruta de esos lujos simplemente porque se puede. Por supuesto, la veda abierta para la caceria (competitiva o purgadora) se envuelve en el papel cuché de la justificación de que para sobrevivir hay que hacer lo que sea, cualquier medio es válido, porque la dinámica competitiva es inestable e impredecible. No hay que dejar de afilar el colmillo ya que siempre habrá alguien que quiera arrebatar tu posición. Es parte consustancial de la sociedad que vivimos. Dispuesto/a o no (Ready or not), es el título original de Noche de bodas, de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillet. En cierto momento, alguien dice que los ricos son distintos. Detentar una posición privilegiada, sea por nacimiento o adquirida (por enriquecimiento o matrimonio conveniente), es lo que tiene, enajena. Y a veces puede ser una enajenación un tanto extrema. En esa posición se es más procilive a considerar a los demás números o piezas. Grace (Samantha Weaving) se casa con Alex (Mark O'Brien) hijo del pudienteTony Le Domas (Henry Czerny), cuya riqueza, con hondas raíces (y siniestros acuerdos) en el tiempo, se evidencia en su magnificente mansión con amplios pasillos y múltiples estancias, e incluso pasadizos secretos (acorde a una doblez intrínseca). Pero, por el prólogo, ya se sabe que se dedican a actividades un tanto abyectas. Rituales de prueba de acceso o drásticos juegos de aceptación para quien aspira a formar parte de su familía.
Noche de bodas sigue la estela del éxito de Déjame salir, de Jordan Peele. En aquel caso, la cuestión fundamental era la apropiación étnica. La falaz apariencia que escondía esa apropiacion era el camuflaje de una persistente xenofobia. Y el desarrollo narrativo se desplegaba a través del extrañamiento, mediante la dosificación de apuntes tan desconcertantes como perturbadores, hasta que se revelaba el colmillo tras la sonrisa. En Noche de bodas, es una cuestión de clases. El escenario de la realidad lo dirigen y traman los ricos: deciden, aceptan o eliminan. Hay quien acepta lo que sea, se desprende de cualquier escrúpulo o remordimiento de conciencia, para disfrutar de la posición de privilegio. Si implica una manifiesta, cara a cara, caza de un ser humano, se acepta, sea con gusto o resignación. El juego más peligroso era la traducción del título original de El malvado Zaroff (1932), de Irving Pichel y Ernest B Schoedsack. Un hombre pudiente se entretenía con la caza humana, y dos náufragos se convertían en sus presas; el decorado, o pista de persecución, eran los pantanos. En este caso, con el nombre de El escondite, el juego comienza en las estancias y recovecos de la mansión. Pero dado su aislamiento (que adquiere dimensión simbólica más amplia: ajena, distanciada y separada de la realidad), se amplia a los espacios anexos de la extensa propiedad, sea un bosque o el establo para las cabras, en el que la protagonista, Grace, podrá degustar, entre múltiples cadáveres putrefactos, lo que implica ser desdeñada por los poderosos o pudientes cuando han decidido que eres prescindible y debes abandonar la empresa, perdón, ser eliminada antes del amanecer.
Noche de bodas muestra sus cartas desde un principio, lo terrible combinado con el absurdo. En este caso, a diferencia, pongamos, de Tarantino, que propicia la risa en situaciones violentas para justificar a los personajes y nuestras emociones más turbias, en este caso más bien amplifica, con la nota macabra en la acción cruenta, el desafuero de quienes justifican la actividad que realizan. Para ellos la circunstancia imprevista sanguinolenta es una contingencia incómoda que resolver. No hay congratulación en ese humor escabroso, menos para justificar las acciones violentas defensivas de quien padece su persecución. Se combina armónicamente la desesperación de quien se enfrenta, desvalida, a la violentación de toda coherencia, como si la realidad hubiera sido astillada, con el absurdo de la mirada ajena. La causticidad se evidencia tanto en el reconocimiento de dos personajes femeninos con respecto a que sus matrimonios, y la aceptación de juegos crueles como este, son factores de una ecuación que hay que asumir para disponer de la posición acomodada y lujosa, como, a la inversa, en la escueta acción expeditiva final de Grace, todo un fulminante gesto declarativo para desprenderse de la infección virulenta que ha intentado acabar con su vida con la indiferencia de quien realiza un tramite aunque lo llame juego.

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