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jueves, 1 de junio de 2017

La costa de los mosquitos

En 'La costa de los mosquitos' (Mosquito coast, 1986), de Peter Weir, en la que Paul Schrader adapta la novela homónima de Paul Theroux, Allie (Harrison Ford) es alguien que crea, inventa, pero sólo cree en sí mismo. Es un nihilista que considera que el Sueño americano es mera invitación al consumismo ciego y voraz: 'los americanos compran, venden y comen basura'. No cree en la sociedad que habita, no se siente parte integrante de la misma. Vaticina una hecatombe nuclear como inevitable consecuencia de esa codicia sin freno que define a la sociedad del capitalismo corporativo salvaje. Pero Allie es un hombre de extremos, por lo que corre el peligro de derivar en la obcecación que colinda con la enajenación. El rechazo del contexto, el cuestionamiento de una predominante mentalidad mísera y carente puede derivar en la infección del ensimismamiento en el yo, su propio yo, como si su creencia (su creación), su visión, fuera el equivalente del arma de quien desea imponerse por la fuerza de la violencia física o el dogma del que pretende imponer su propia doctrina como la única referencia de explicación y valoración de la realidad, la única estructura de realidad: la imposición de la elemental fuerza bruta o de la más elaborada, y retorcida, de la palabra (las ideas). Allie decide crear su propio espacio o escenario, su particular realidad (en sentido literal, físico, y figurado), gobernada y controlada por él sin la interferencia de mentes ignorantes que no valoren su inventiva, porque sólo demandan funcionalidad instrumental: una realidad de inercial engranaje: congelada: la congelación permite la perdurabilidad de los productos: hay mentes congeladas que se apoltronan en sistemas sociales: Allie no soporta ese congelamiento sinonimo de embrutecimiento.
Allie decide trasladarse a otra selva, pero esta literal, en un país tropical, en Mosquitia (todos chupan sangre, con armas, ideas, o sistemas). Está determinado a erigir una fábrica de hielo en mitad de la selva, porque ¿dónde se va a necesitar más hielo que en un ambiente tropical de elevadas temperaturas?. Una paradoja. A su vez el delirio del absurdo de quien pretende configurar la realidad de acuerdo a su propósito, tan arrogante que desestima de entrada las adversidades o impedimentos, naturales (el clima) o escénicos: no es inmune, aunque así lo pretenda, a la intrusión o interferencia de las voluntades ajenas, de las que no está a salvo aunque pretenda aislarse en su ilusión de mundo aparte, sean los guerrilleros que quieren apropiarse del poblado que él mismo ha edificado (con la ayuda de lugareños) o sea el sacerdote católico que quiere sembrar con sus creencias las mentes sugestionables de esos nativos. No difieren unos de otros demasiado. Pretenden imponer (como mosquitos que pretenden chupar la sangre de los otros). La fábrica construida con amianto que erige Allie, sobresale en la selva como si fuera la edificación de una iglesia (con el hielo cual hostia sagrada).
La mente de Allie no acepta ni soporta las contradicciones, y será capaz de recurrir al mismo crimen para eliminar a quien precisamente pretende usar la violencia como amenaza persuasiva. Y la violencia encadena con más violencia, y la destrucción con la autodestrucción. Quien pretendía erigir un templo consagrado a su inventiva, una fábrica de hielo en su entorno menos favorable, se verá paulatinamente despojado. Pero esa consternación por las contrariedades o adversidades acentúan su empecinamiento, su enajenación, incluso despreocupándose, progresivamente, de modo más acusado de la voluntad y necesidades de su familia, de su esposa y cuatro hijos, de quienes espera que simplemente se plieguen a su voluntad, como si fueran meramente una extensión. La realidad, la naturaleza, el entorno no dejarán de demoler y arrasar su propósito de dotar de orden (el propio; la aplicación de su modelo de realidad) a la mutabilidad y la imprevisibilidad. Será coherente que pierda la vida por el disparo de otro que quiere imponer su representación de la realidad, el sacerdote católico. Su hijo, finalmente, constata que junto a su padre sentía que el mundo era pequeño. Sin su presencia, lo siente infinito. Hay mentes que reducen la realidad a los límites o cercos de su propia voluntad,y se obcecan en que se ajuste comprimida en sus contornos. Después de su memorable colaboración en la espléndida 'Único testigo' (1984), Maurice Jarre compuso otra excelente banda sonora.

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