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lunes, 20 de febrero de 2023

Vinieron del espacio

 

Hay varios ángulos desde el que enfocar esta atractiva y sugerente obra de Jack Arnold, Vinieron del espacio (It came from outer space, 1953), con guion de Harry Essex, según argumento de Ray Bradbury. Primero, en el contexto de su época, como reflejo de unas inquietudes latentes y manifiestas en la sociedad norteamericana, relacionadas con el exterior, con la tensión de la guerra fría entre ambos bloques, o en el interior, cuyo emblema pudo ser La Caza de Brujas, o persecución de todo aquel con vínculos comunistas, que era una forma de decir con talante progresista y crítico, lo que determinó una ominosa atmósfera social de sospecha y de incertidumbre. Algo que late en las entrañas de esta obra de ciencia ficción, anticipándose a La invasión de los ladrones de cuerpos (1957) de Don Siegel. La obra se trama sobre interrogantes: ¿Cuáles son las intenciones de estos extraterrestres que han aterrizado en la tierra, pacíficas o belicosas? Y, por otro lado, desde el momento en el que con los humanos crean duplicados, se alienta esa incertidumbre de quién es cada uno realmente y el miedo a ser también poseído (una invasión interior, un reemplazo, el borrado de lo que uno es o era, su identidad, por otra contemplada como un glacial extrañamiento). Es particularmente relevante la figura del desierto, espacio físico al que se extrae un fructífero aprovechamiento dramático, como espacio incierto; en un momento dado, un electricista digresiona sobre esa cualidad del desierto que hace que en ocasiones no sepas si lo que percibes, ves u oyes, es real o fruto de la sugestión. Algo que se puede extrapolar sobre la misma relación con la realidad ( y con los otros).

Otro ángulo, complementario, es contemplarlo dentro de las coordenadas de la poco estudiada obra de Jack Arnold. Dentro de la ciencia ficción realizó, por ejemplo, dos obras como Tarántula (1955) o la excelente El increíble hombre menguante (1957), que reflejaba los latentes miedos en la sociedad a las posibles consecuencias mutantes de un conflicto nuclear, en la senda de La humanidad en peligro (1953), de Gordon Douglas, también situada en el desierto, como esta obra, ya que era el principal lugar de pruebas nucleares. Pero también podríamos mencionar la simpática comedia Un golpe de gracia (1959), mordaz sátira sobre la guerra fría, el western No name on the bullet (1959), que colinda con una sugerente abstracción, o el western moderno Sangre en el rancho (1957), o el héroe integro enfrentado al cacique poderoso (y de paso a la temerosa comunidad que prefiere el bienestar económico a la aplicación de la justicia, y más si la víctima es a un desfavorecido económico como lo es un inmigrante ilegal). También se podría establecer una asociación entre ese sheriff que no se pliega a lo que la comunidad demanda, y el protagonista de Vinieron del espacio, el astrólogo Puttnam (Richard Carlsson), que es calificado al principio como extraño e individualista, y alguien con ideas propias. Puttnam se desmarca de la actitud general desde un principio, tras la caída de algo del espacio que todos consideran que es un meteorito, por mucha que él les indique que es una nave que ha visto de cerca. Nadie piensa en lo posible, por cuanto lo concibe como anomalía, y nadie confía en la percepción de Puttnam. Posteriormente, frente a otros, como el sheriff, Warren (Charles Drake), más tendentes al recelo y a la reacción beligerante, Puttnam será quien se esfuerce en comprender las intenciones de los extraterrestres, aunque no exento de sufrir sus dudas (magnífica es la secuencia en la que conversa, por primer vez, con dos de los duplicados, que permanecen en sombras, mientras él porta una pistola, aún indeciso sobre cómo actuar con respecto a ellos).

Esto nos lleva al tercer ángulo, ya la obra en sí. En primer lugar hay que destacar su singular o estupendo inicio: Puttnam en su hogar, aislado del resto del mundo (ya que buscaba ese aislamiento, harto de la civilización) conversa con Ellen (Barbara Rush), sobre el futuro de su relación, con respecto a la cuál ella parece más decidida, o tiene las cosas más claras. Juntos, mirando por el telescopio, se preguntan qué dirán las estrellas sobre el futuro de la relación y cuando llega el momento en que Puttnam se interroga sobre si ella será su complemento adecuado, es cuando cae eso que creen que es un meteorito, pero se descubrirá es una nave espacial, que queda ocultada bajo las rocas. Y es que, subterráneamente, uno de los hilos de la narración es esa actitud en suspenso de Puttnam de ser capaz de decidirse a establecer una relación de compromiso, de confiar en que sea posible (porque es alguien escéptico con respecto al ser humano, y de ahí su retiro y aislamiento). No deja de ser significativo que cuando Ellen sea duplicada lo haga con un vestuario radicalmente distinto, con un elegante vestido negro, en el que se hace más manifiesta su sensualidad, pero con una imagen/expresión glacial turbadora, digamos medusea (el estigma icónico de femme fatale, esto es, el deseo o emoción que no se puede controlar y contemplado como amenaza: de ahí la reticencia o vacilación de Puttnam a comprometerse en la relación). De hecho, acabarán enfrentándose, y Puttnam matando a ese duplicado, previo a que adopte una actitud confiada hacia los extraterrestres (en una resolución que significativamente acontece en un espacio subterráneo, una mina), percibidos ya no como posible amenaza, sino como seres no sólo pacíficos, sino incluso superiores a los humanos (como le dice un extraterrestre, si hubiera sido a la inversa, ellos no hubieran temido de los humanos, pero sabían que por su apariencia terrorífica, en cuanto anomalía física, los humanos los verían como amenaza, por eso optaban por duplicarse ante ellos para dialogar).

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