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miércoles, 12 de junio de 2019
Tolkien
El escritor y la precariedad. Una de las frases más célebres, y más imitadas, de El señor de los anillos, de Peter Jackson, es aquella de mi tesoro, de Gollum. Si por algo se definía la infancia y juventud de John Ronald Reuel Tolkien, antes de alcanzar la mayoría de edad, fue por la precariedad, por las dificultades o condicionantes para acceder a los tesoros de lo que anhelaba. La obra arranca desde la precariedad como interferencia: Ronald juega en el bosque con otros niños, pero cuando llega a su casa, su madre, Mabel, debido a las complicaciones para afrontar las carencias materiales desde que murió el padre, cuando Ronald tenía cuatro años, había decidido que debían trasladarse de su hogar a la ciudad, ayudados por un representante de la iglesia católica, el padre Morgan (Colm Meaney). La madre fallecería cuando Ronald tenía doce años, pro causa de complicaciones de la diabetes. El padre Morgan, en su condición de tutor, consiguió que fueran adoptados y alojados en una casa, en la que también residía, adoptada, una chica de la que se el futuro escritor se enamoraría, Edith. Esas circunstancias son narradas de modo sintético en las primeras secuencias de Tolkien, de Dome Karukoski, cuyo trayecto narrativo se centrará en ese periodo de su vida definido por las dependencias y condicionamientos hasta que alcanzó la mayoría de edad. La narración se alterna con episodios de su experiencia en las trincheras durante la I guerra mundial, para evidenciar que la vida de Tolkien (Nicholas Hoult) se había definido por ser un campo de batalla en el que luchar por encontrar el propio lugar y por materializar lo que anhelaba, o conseguir que se lo permitieran, por causa del condicionante de su extracción social. Aunque lo que deseaba en diferentes campos, el del estudio y el sentimental, podían entrar en conflicto cuando su situación de dependencia le determinara a una elección, como cuando el padre de Morgan le coloca en la disyuntiva de elegir entre sus estudios, ingresar en Oxford, o el amor que siente por Edith (Lily Collins).
Tolkien arrastraba el lastre de su clase social, que le impelía a buscar la ayuda de becas para poder realizar sus estudios, pero aún así encontrará un compañerismo, una cómplice y leal amistad, con otros tres estudiantes, que superará cualquier barrera de linaje o riqueza, ya que los tres son vástagos en familias con una posición privilegiada. Es el compañerismo que inspirará el de La comunidad de los anillos. En cierta fotografía resalta la diferencia de altura de Tolkien con respecto a sus tres amigos, como si él representara a Aragorn y sus tres amigos a los fieles hobbits. Claro que ¿en qué medida se dependía de los condicionantes o imposiciones y en qué medida de la voluntad propia?. En su vida los condicionantes se combinaron, o alternaron, con los giros imprevistos de azar afortunado. Cuando las contrariedades parecían sumarse para obstaculizar su progreso en los estudios o la consecución de su sueño amoroso, un encuentro inesperado con el profesor Joseph Wright (Derek Jacobi), generado por un desusado comportamiento por su parte, en estado de embriaguez, posibilita que se reconduzca su vida por senderos que propulsan el afianzamiento de su lugar en el mundo cuando parecía abocarse más bien al sumidero vital. Lo cual suscita varias interrogantes: ¿Su decisión de optar por los estudios en vez de por el amor era ineluctable, es decir, aun ciertos los condicionantes que le impone el Padre Morgan, existía la posibilidad de otra opción, si hubiera reaccionado de otra manera, como algún amigo le plantea? ¿Plegó demasiado fácilmente su voluntad o eran tan imperativos los condicionantes? Por otro lado, irónicamente, sus lamentos por el cúmulo de contrariedades, o cómo dar la nota en estado embriagado, propician que llame la atención de ese profesor. Una protesta, aunque no fuera dirigida a nadie, y fuera más bien un berrinche fruto de la desesperación, propicia que su vida se reconduzca según sus aspiraciones (con la aportación de los amigos que le insuflan la correspondiente determinación para aprovechar la circunstancia favorable). En este sentido, su voluntad pudo influir sobre los hechos, aunque no de modo intencional ( más bien canalizado por la embriaguez). Los giros de la vida son imprevistos por las múltiples direcciones que puede generar la combinación de circunstancia, azar, voluntades, condicionantes e injerencia de los otros.
Tolkien responde a un patrón narrativo y visual de cierto cine británico, en particular cuando aborda tiempos pretéritos. Una caligrafía brillante y lustrosa, y una narración que mantiene la compostura. Es el territorio de la convención formal. Son muy puntuales las secuencias en las que logra alterar esa distancia interpuesta, y deja paso a la emoción. Son escasas esas brechas, y las posibilita el primer plano: la comida en el restaurante que comparten Tolkien y Edith que evidencia con precisión su atracción, la consolidación de ese universo aparte, con respecto al mundo alrededor, que implica el sentimiento que ambos sienten. Y la secuencia en la que Tolkien comparte el dolor con la madre de uno de sus amigos por la muerte de este en el campo de batalla. Un oportuno cambio de la pauta de planificación, a un primer plano de la madre, y la duración que se dilata, abre la brecha para la emoción que durante buena parte de la narración más bien queda encogida en la impecable compostura de las imágenes y una narración que se ajusta demasiado las convenciones de un patrón demasiado cuadriculado. Como a través del hermoso rostro del actor principal, Nicholas Hoult, resulta arduo percibir la convulsión entre tan refinadas imágenes.
Un fragmento de la hermosa banda sonora de Thomas Newman.
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