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domingo, 17 de septiembre de 2017
Encrucijada de odios
Dos sombras forcejean en una habitación, hasta que un cuerpo cae sobre la lámpara y se hace la oscuridad. Acaban de asesinar a un hombre. Esas sombras son aquellas de las que no se hablan en las clases de Historia americana, como apunta el inspector al cargo del caso, Finlay (Robert Young). Son las sombras permanentes del odio a quien es diferente, da igual la variante, qué seña identitaria será la depositaria del odio. En este caso porque Samuels (Sam Levene) es judío. En la novela adaptada por John Paxton, 'The brick foxhole', que Richard Brooks escribió en 1945 cuando era sargento y realizaba películas de instrucción en Quantico y Camp Pendleton, era por ser homosexual, pero por entonces el censor Código Hays no permitía su mención en las películas ya que lo consideraba una perversión sexual. La negrura abrasa los contornos, y no es casual que el falso culpable, el principal sospechoso, Mitch (George Cooper), revele lo que difusamente recuerda, por el alcohol que había consumido, en el interior de un cine. La sociedad está hecha de falsas apariencias, y de proyecciones de miedos y rechazos. Samuels apunta que durante la guerra todos enfocaban su odio hacia el enemigo contra el que batallaban, pero ahora que terminó ¿hacía qué, o hacia quién enfocarlo, si incluso hay tantos agarrotados en el odio hacía sí mismos? Será precisamente quien morirá a manos de uno de estos, Montgomery (Robert Ryan).
'Encrucijada de odios' (Crossfire, 1947), de Edward Dmytryk, es otra obra representativa de las agitaciones de encendida disconformidad que se desencadenó tras la segunda guerra mundial. Ese mismo año 'La barrera invisible', de Elia Kazan, también incidía en el antisemitismo en el seno de la sociedad norteamericana, detalle más doloroso si se considera que acababa de enfrentarse su ejercito a quienes llevaron el antisemitismo a extremos infames. La sangrante ironía es que, pese a que ese año sería nominada a cinco Oscars, por su abierto carácter crítico se convertiría en emblema de las películas con talante progresista que fueron principal objetivo de las investigaciones del Comité de actividades antinorteamericanas (HUAC), en la también infame Caza de brujas, que tuvo lugar en busca de comunistas. Su productor, Adrian Scott, y su director, fueron dos de los Diez de Hollywood que se negaron a colaborar y dar nombres ese mismo año, siendo encarcelados por un año, y 'condenados' a no poder trabajar jamás en la industria del cine. Aunque Dmytryk variaría su actitud y testificaría ante la HUAC en 1951, siendo rehabilitado.
El extravío del soldado Mitch es revelador de ese extravío social. En principio, es una figura en segundo plano, es una figura difusa sobre la que otros hablan, por lo tanto mediatizada por otra perspectiva o versión. Según el relato de Montgomery, él Mitch y otro soldado, Floyd (Steve Brodie), decidieron emborracharse; durante esa noche Mitch conoció a Samuels, cuando este le abordó; esa noche finalizaría en el piso de Samuels: Mitch se sentiría indispuesto, por lo que decidió marcharse, y después lo harían Montgomery y Mitch. Por lo tanto, ese relato deja abierta la posibilidad de que Mitch quizá decidiera volver y por tanto asesinar a Samuels, por lo que le convierte en principal sospechoso. Ese relato se revelará no precisamente objetivo, y sí interesado. Sus omisiones y distorsiones se relacionan con la conveniencia, ya que Montgomery fue efectivamente el asesino. Su extravío es de otra índole. Es el del mero odio, que necesita descargar su propia amargura. El de Mitch es el de la intemperie. Su figura difusa se irá perfilando a la vez que evidencia su propia difusa memoria, reflejo de su estado emocional. Su embriaguez era resultado de ese estado de desamparo por la añoranza de su esposa, por la separación. Se ha vivido el trauma de una guerra y falta recuperar la sensación de hogar reencontrado, como figuras que aún son sombras que esperan recobrar su condición de presencias.
Al respecto, es magnífica la secuencia en la que encuentra pasajero refugio en el hogar de una chica de alterne que conoce en un bar, Ginny (Gloria Grahame). Tras quedarse dormido, no sabe cuánto tiempo (esa perdida de referencia temporal también refleja su desubicación), conoce a un hombre, encarnado por Paul Kelly, que llega al piso, y que, en escasos segundos, se presenta primero como el marido del que se ha separado Ginny y poco después, rectifica, presentándose como un admirador que la conoció en el bar. No queda claro quién puede ser, otro reflejo de esa circunstancia de indefinición, desconcierto y desubicación. Precisamente, su intervención, más adelante, será decisiva, cuando confirme que Mitch estuvo en ese piso a la hora que se calcula que fue asesinado Samuels. El sargente Keeley (Robert Mitchum), quien en ningún momento piensa que Mitch puede ser el asesino, e interviene para ayudarle, y el inspector Finlay (magnífico Young) encarnan la mirada templada, razonable y lúcida. Son el contrapunto que puede enfocar una dirección en el extravío.
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