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martes, 7 de junio de 2022

Bajo el peso de la ley

 


Zack (Tom Waits) y Jack (John Lurie), en Bajo el peso de la ley (Down by law, 1986), de Jim Jarmusch, parecen un tanto empantanados en su vida, o quizás sea la realidad la que les empantana con las trampas imprevistas de sus arenas movedizas. Quizá una combinación de circunstancia y estado, de maraña externa e interna. La realidad parece despoblada, como las calles de esa Nueva Orleans en la que viven, sumida en la nocturnidad. Zack, disjockey, que no quiere plegarse a lamer culos para conseguir el trabajo que sabe que se merece, es echado con la música a otra parte por su novia, Laurette (Ellen Barkin), quien no acepta que no quiera transigir y en cambio se dedique a los disipados placeres nocturnos. No quiere compartir realidad con quien más bien prefiere fugarse en una fantasía. Jack, proxeneta en proceso de ascenso en el medio es presa de una trampa en la que le implica un competidor que, de hecho, ya se la jugó en el pasado; pero la vanidad, o la codicia, le superan: la chica supuestamente especial, que podría suministrarle mucho dinero si se decide a representarla, no es sino una menor. También Zack caerá en otra trampa, en su caso por la necesidad de dinero, un transporte en coche de un extremo a otro de la ciudad que revela, cuando es detenido por la policía, un cadáver en el maletero. Se asemeja a su misma vida, un desplazamiento sin particular dirección que arrastra unos lastres que ignora o se resiste a asumir. Ambos parecen estancados en cierto falso movimiento. Ambos son cuestionados, en sus respectivas secuencias de presentaciones, por mujeres, uno por su novia, y el otro por una prostituta. Ambos diálogos transcurren en, alrededor de, una cama. Ambos personajes masculinos parecen atrancados, detenidos, en su autoindulgencia, en su apalancamiento o desorientación. Bajo el peso de la ley es otro fascinante abstracto viaje, caracterizado por un extrañamiento tiznado de vivaz absurdo, que podría haberse titulado también, como su obra precedente, Extraños en el paraíso (1984).

Ambos acabarán recluidos compartiendo una de las celdas más tétrica y sórdidamente austera que se ha visto en el cine. No hay secuencias de transición. Ambos son detenidos, y la elipsis narrativa nos traslada a su estancia en prisión. La animosidad define su relación durante los primeros días. Cada uno enclaustrado en su orgullo, como su vida, fuera, parecía un encierro sin que ambos fueran conscientes del falso movimiento de sus vidas. La dinámica se modificará con la irrupción de un nuevo compañero de reclusión, Roberto (Roberto Begnini), el lenguaje dislocado de quien aún no lo domina, pero que a la vez le proporciona una viveza (o libertad) imprevista- Es una figura que se habia ya cruzado en la despoblada noche con Zack diciéndole que es un triste y hermoso mundo, un cruce que había sido rápidamente despachado por Zack, ensimismado con su canción, y consigo mismo; un hombre que solo cantaba canciones, fueran o no improvisadas, como si se desplazara por el mundo dentro de su cabeza; el exterior despoblado parecía ajustarse a su desconexión o absentismo mental; si la realidad no se ajusta a las necesidades y deseos te encierras en las canciones como quien silba en la oscuridad para no ser consciente de la misma. Era un hombre que sobre todo se preocupó de sus zapatos cuando Laurette comenzó a arrojar sus pertenencias por la ventana, como si ante todo le preocupara su aspecto, o su imagen, cómo quiere verse, aunque implique quedarse fuera de la realidad, despedido, como de cada trabajo, como le reprocha Laurette.

Zack es un hombre que casi no habla, aparte de cantar canciones, reflejo de su ensimismamiento, mientras que Roberto es un hombre locuaz y dicharachero. Zack usa redecilla para su cabello, y Roberto dispone de un cabello más bien selvático, como si fuera en diferentes direcciones. Retención y exuberancia. Será esa vivacidad que rompe límites, incluidos los del lenguaje, como su 'I scream, you scream, we all scream an ice scream', la que logrará que Zack y Jack se contagien de su exuberancia vital y compartan una jubilosa danza los tres al son de esa frase. Del mismo modo que el protagonista de Los límites del control (2008) hará uso de su imaginación para entrar en la guarida de aquel a quien va a matar, este despliegue de la imaginación que rompe cualquier límite o prisión, determinará que ya en la siguiente secuencia estén planteando la huida, gracias, precisamente, a una idea de Roberto (quien ya previamente había dibujado una ventana en una pared; la imaginación comienza a facultar lo posible; es el impulso de acción que busca la brecha en la realidad con apariencia de prisión porque quizá también se perciba así). Tampoco importa cómo se realiza, su proceso de fuga. La decisión determina un hecho. Lo que se imagina como posibilidad se materializa. De nuevo, una elipsis narrativa nos traslada al momento en el que huyen por el alcantarillado. 

La narración se define por la preponderancia de los tiempos muertos, reflejo de ese cautiverio vital en el que se han enmarañado los propios Zack y Jack, el cual es transgredido por la exuberancia vital, imaginativa, de Roberto. No hay tampoco tensión narrativa tampoco en los dilatados pasajes de la huida por los paisajes de los pantanos de Lousiana (secuencias que anticipan el viaje por los bosques y el rio de Dead man, 1995). Es desplazamiento en un espacio que atraviesan, como también atraviesan el mismo tiempo. Es otro espacio despoblado, que es intemperie y obstáculo, como la misma ciudad, y cuya apariencia parece distinta a la de la prisión, pero los mismos árboles de finos troncos se asemejan a unos barrotes. Pareciera que no hubieran aún conseguido liberarse de su cautiverio, como refleja la configuración espacial del interior de la cabaña que encuentran, en donde las literas parecen dispuestas del mismo modo que en su celda. La diferencia es que, aun desorientados, ya que no saben cuánto recorren y hacia dónde se dirigen, persisten determinados, aunque en cierto momento, incluso, el bote que habían encontrado haga aguas. Una casa en mitad del bosque, en mitad de la nada, regida por otra extranjera, italiana como Roberto, Nicoletta (Nicoletta Braschi) es su umbral o aduana a su libertad de extranjeros asumidos. El espacio que acoge al ya extranjero, Roberto, mientras Zack y Jack, como refleja el plano final, se enfrentan a las inciertas encrucijadas de la vida. Quizá a la confrontación, al fin, con la posibilidad del real movimiento, incluso en ellos mismos. La encrucijada de lo posible es como una ventana dibujada en una pared


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