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viernes, 16 de febrero de 2024

Efectos secundarios

 

Efectos secundarios (Side effects, 2013) de Steven Soderbergh, es un cuerpo mutante. Su narración se modifica según acaecen unos giros narrativos que trastocan la percepción sobre los hechos y los personajes. Lo que en otras obras, con otros cineastas, serían unos meros trucos de prestidigitación, la alteración de la perspectiva como mera sorpresa de atracción de feria (el juego del escamoteo), con Soderbergh es como si presenciáramos el proceso de corrupción de un cuerpo. El extrañamiento que se cultiva en su primer tercio, como si los pasos se descolocaran, se torna en el gesto que sacude la cabeza al recobrar la consciencia, como si la percepción hubiera estado entumecida, distorsionada. Y la caída en la realidad supone darse de bruces con un cuerpo corrupto. En las cuatro últimas obras de Soderbergh, el cuerpo ha sido protagonista de un modo u otro, o en distintos escenarios, pero siempre en un trayecto abisal, hacia la degeneración o corrupción. En Contagio (2011), el cuerpo es materia vulnerable, infectada, metáfora de una sociedad que ya no sabe del contacto directo, honesto, de un apretón de manos, porque se ha convertido en una trama de seres virtuales (aun de cuerpo aparente, más que presente) entre reflejos y dobleces. En Hayware (2012), el cuerpo es agente laboral, mecanismo o músculo en un engranaje, agente de una organización gubernamental, enfrentada a una retorcida maraña (no visible; por ello, que hay desentrañar, o desactivar). En Magic Mike (2012) mercancía en una pasarela, objeto, representación o espectáculo sexual, en donde también la emoción, la integridad, será exprimida porque ante todo se es función o instrumento. Las tramas internas de los diferentes escenarios (compartimentos de esta sociedad, y por lo tanto equiparables más allá de las especializaciones) siempre revelan, tarde o temprano, su putrefacción, el intercambio de egoísmos simulados, como escribió Max Frisch, la infección moral.

En los primeros pasajes de Efectos secundarios la realidad se revela como un cuerpo extraño, amenazante. La mirada ha perdido pie, como si estuviera infectada por el velo de Esa visible oscuridad que desentrañó William Styron en su magnífica novela, esa melancolía aguda, esa depresión profunda, que te hace sentir fuera de la realidad, y que incluso te empuja a infligirte daño. La narrativa adquiere esa fluidez de trance, ambient, con un refinado uso del diseño sonoro (no sólo de la música, compuesta por Thomas Newman), que Soderbergh orquestó en alguno de sus más destacados logros, como Traffic (2000) o Solaris (2002), en ambos casos con la colaboración de Cliff Martínez. La realidad es una prisión no visible. La tensión emocional, el estrés, el desgaste de la resistencia del sistema nervioso, es un territorio tan desconocido, como poco atendido, e incluso incómodo para la dinámica económica-laboral de una sociedad que nos convierte en cuerpos de eficiencia, en funciones. La depresión se convierte en un molesto efecto secundario, un chirrido en el sistema, el indicador de un desajuste, de un cortocircuito. Pero el retorcimiento del sistema puede llegar ya a tal grado que es capaz de utilizar para su conveniencia un indicador de su falacia, de su entraña supurante, de su insania. Y su encarnación es un cuerpo proteico, un rostro indescifrable, una máscara moldeable. Un cuerpo que es lo opuesto de lo que parece. Un cuerpo que camufla cómo quiere hacer daño presentándose como un cuerpo que se quiere hacer daño a sí mismo.

El cuerpo que parece víctima, frágil, presa de la depresión, el cuerpo de Emily se revela cuerpo ilusorio pues camufla una artera voluntad manipuladora que ha sabido jugar con las apariencias para, de modo convincente, generar la impresión de que la ingestión de unos fármacos experimentales, recetados por su psiquiatra, Banks (Jude Law), habían causado lapsos mentales que incluso habían determinado que matara a su marido. Martin (Channing Tatum), sin darse cuenta de que lo hacía. La perseverancia del doctor, que no acepta que su realidad se desmorone porque se establezca el relato de realidad que asevere que fue su negligencia la causante de ese incidente, determinará que no concluya, con el veredicto de inocencia en el juicio, lo que se revelará como escenificación. Su persistencia será el factor imprevisible con el que no contaban las urdidoras de la trama manipuladora. Banks comenzará advertir fisuras, incluso en las declaraciones de la psiquiatra que antes atendió a Emily, Siebert (Catherine Zeta Jones), que le hacen sospechar que la realidad no es como parece, que es decir cómo se ha presentado. E irá entreviendo que si fue así fue por conveniencia. Y a su vez comenzará a usar tácticas de escenificación, de manipulación de las apariencias, para conseguir que la realidad se desvele. Sabrá de hecho cómo enfrentar a ambas presentándoles relatos falsos que les hagan creer que una a otra se quieren engañar para conseguir beneficio. Sus ardides conseguirán que salgan a la superficie las revelaciones de una complicidad urdidora por parte de Emily y Siebert con la finalidad de enriquecerse (con los cambios en las bolsas de valores por la caída del medicamento que el psiquiatra había prescrito, por sugerencia, precisamente, de Siebert).

En Efectos secundarios, el diagnóstico es que si hay algo que se contagia es la corrupción, el principal efecto secundario de esta sociedad en la que vivimos, la búsqueda rapaz del beneficio económico, acompasado con el artero cultivo de las falaces apariencias. De hecho, en Emily es raíz su frustración por la pérdida de un estatus económico que había conseguido por matrimonio debido a la detención de su marido por fraude (por eso decidió, con la complicidad de Siebert, matarla cuando sale de prisión cuatro años después). No es fácil realizar un diagnóstico de esa infección, tal es el habilidoso dominio de la representación y el simulacro, de cómo presentarse ante los demás según convenga para conseguir unos propósitos o beneficios (Emily había instruido a Siebert en los entresijos del mercado financiero y Siebert a Emily en cómo fingir síntomas de una enfermedad). Ya no se es cuerpo, sino máscara. La relación con la realidad como intercambio de fingimientos y escenificaciones. La industria farmacéutica y la psiquiatría, cuya dedicación se supone que es la cura de nuestras lesiones físicas, mentales, se revelan también territorio de funcionarios y depredadores, atiborrando con medicamentos por comodidad o para sacar dinero, especulando del modo más avieso con los mismos. El dinero circula, como la reputación, somos funciones. Si tu reputación se deteriora, los anticuerpos de la buena imagen te arrojan fuera de la circulación (la misma esposa de Banks le abandonará porque cree que son auténticas las arteras tácticas que presentan a su marido como amante de Emily). Si tu salud se deteriora, siempre habrá alguna pastilla que recetarte. Si tu integridad se descompone, no te preocupes, el contagio ha culminado y ya eres parte de la institución. Bienvenido al sistema. Pero no dejes que desvelen tu máscara ni que descubran tu truco. A no ser que te encuentres con alguien que, como Banks, se resista a convertirse en peon sacrificable en tu astuta partida de ajedrez que juega sibilinamente con las apariencias para que constituyan una realidad conveniente.

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