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miércoles, 14 de diciembre de 2022

Lobos del norte

 

Huevas del norte es la traducción literal de Spawn of the north, el título original de Lobos del norte (1938), de Henry Hathaway, otra de sus excelentes obras en ambiente marino, junto a Almas en el mar (1937) y El demonio del mar (1949). Las huevas que debe desovar el salmón tras la árdua odisea de remontar el río desde el mar, expuesto a la depredación de humanos, y otras criaturas animales como osos o aves rapaces, como queda reflejado en las imágenes documentales (rodadas durante catorce semanas) que abren la narración de esta estupenda obra con un gran guión de Jules Furthman, Talbot Jennings y Dale Van Every. El salmón es el medio de vida de los pescadores de Alaska que protagonizan el conflicto narrativo, ya que los pescadores que se ajustan a la legalidad, como Jim (Henry Fonda, quien reemplazó a Georges Rigaud a poco de iniciar el rodaje por el poco dominio del inglés por parte del actor francés), deben enfrentarse a los piratas, pescadores, capitaneados por Red (Akim Tamiroff), que se aprovechan de su labor, como depredadores, robando las capturas que atrapan en sus trampas (lo que determina que se cree una organización de vigilantes, así como que se aplique la pena de muerte a todo pirata capturado). El título, además, alude a la compleja entraña alegórica de la obra. El esfuerzo, a veces amenazado por el fracaso, de lograr los objetivos o frutos (huevas) de la vida, condensado en las dos contrastadas figuras de los dos amigos protagonistas, Jim y Tyler (George Raft). ¿Qué se es capaz de hacer, qué atajos tomar aunque implique aprovecharse del trabajo de otros, para conseguir lo que se desea?

Ambos amigos, años atrás, no eran muy respetuosos con la legalidad, pero Jim, tras la muerte de su padre, y durante la ausencia de Tyler, se asentó, montando una empresa conservadora, y se integró en el grupo de vigilantes. Tyler, mientras tanto, se dedicó a la caza de focas, pero aún no ha logrado esa estabilidad. Su anhelo es conseguir el dinero suficiente para comprar una goleta. Y para él, cualquier medio es válido para conseguirlo. Retorna con la pretensión de embarcar a Jim en su proyecto de vida, pero Jim ya ha afianzado el propio. Como predice Windy (John Barrymore), el singular periodista que vive en este pueblo pesquero desde hace muchos años ( incluso antes de que hubiera sheriff), aunque su amistad sea firme, con raices asentadas en el tiempo, esa divergencia ahora de planteamientos de vida afectará tarde o temprano a su amistad. También regresa al pueblo, después de ocho años, tras finalizar sus estudios, Diane (Louise Pratt), la hija de Windy, y amiga de ambos. Esa actitud oscilante, más voluble que firme, de Tyler se refleja en cómo tiende a coquetear con Diane, aunque la atracción sea clara entre ella y Jim y, sobre todo, porque mantiene una relación, poco comprometida y fluctuante, con Nicky (Dorothy Lamour), dueña de un saloon, y que, precisamente, también ha sufrido una odisea en su vida para remontar el río, y asentar su vida con el negocio, ya que en su pasado trabajó como chica de alterne en otro saloon. Por mucho que Nicky se esfuerce en intentar convencer a Tyler de que no cruce la línea de la legalidad, y apueste por su relación, no lo consigue porque Tyler está empecinado en conseguir él sólo su propósito, aunque implique poner en peligro su amistad y no dotar de estabilidad a la relación con la mujer que realmente quiere.

Lobos del norte es admirable en su conjugación de tonos, en cómo alterna situaciónes de caracter distendido, de comedia, y otras definidas por la gravedad sombría, dramática, como otros autores de su generación, caso de John Ford y Leo McCarey. Es brillante cómo condensa circunstancias y perfila carácteres en las primeras secuencias, definidas por un exultante tono vitalista. Tanto las relaciones citadas, entre ambos amigos, y con las dos mujeres, como la singular relación del periodista con su ayudante, Jackson (Lynn Overman), o la de Tyler con la foca Slicker. Windy tiende a crear frases que son pura filigranas culteranas, que el otro siempre apostilla con su versión periodistica de sintético lenguaje coloquial. La relación de Tyler con su foca amaestrada, que le recibe jubilosamente, define la visceralidad animal de Tyler, y su condición de niño grande, así como su ambivalencia (acorde al nombre de su barco, who cares/a quién le importa, por cuanto sus impulsivas decisiones ponen en peligro las relaciones que sí le importan, pero subordina a su objetivo para remontar el río de la vida y lograr la estabilidad ansiada). En el desarrollo de la narración destacan secuencias magníficas como aquella en la que provocan que se quiebren los hielos con un canto, aunque propicie el hundimiento de uno de los barcos pesqueros, y a punto la muerte de uno de ellos, Dimitri (Vladimir Sokoloff), que es capaz de retrasar su marcha del barco por no dejar atrás a su pájaro. Hay otra gran secuencia que define esa capacidad de cambiar radicalmente el tono, y que implica a al personaje de Dimitri. Al quedarse sin barco, tiene que unirse al pirata, y cuando están asaltando una de las trampas, es dejado atrás por Red, siendo sorprendido por los vigilantes. Mediante un uso brillante de la elipsis, los vigilantes llegan, en la posterior secuencia, a la guarida de Red con su cadáver, al que el pájaro intenta reanimar infructuosamente con su pico. Por añadidura, durante la secuencia previa, se había creado una tensión añadida, ya que Jim temía encontrar entre los piratas a Tyler. En su guarida se encontrará con la ingrata sorpresa de que aparece recibiéndole jubilosamente la foca, y segundos después, cantando, aparece Tyler. El intercambio de miradas entre ambos, unido a la sombría iluminación de la secuencia, es elocuente, como la mirada de Tyler al cadáver comprendiendo la situación. Todo un arte, sencillo, y a la vez tan complejo, de crear una situación de poderoso dramatismo a través de acciones y miradas.

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