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miércoles, 23 de noviembre de 2022

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En Un nuevo mundo (2021), de Laura Wandel, la niña protagonista de seis años era testigo de cómo era maltratado su hermano mayor por otros chicos en el patio del colegio. Y, posteriormente, de cómo su hermano, influido por esa dinámica de socialización del entorno, adoptaba la posición del maltratador con otro chico menor. La cámara no abandonaba la perspectiva de la niña, sobre ella, y desde ella. Un planteamiento parecido, aunque no similar (ya que airea algo más la planificación) adopta Lukas Dhont en Closer (2022), a través de la perspectiva de un niño de trece años, Leo (Eden Dambrine), quien también modificará su actitud cuando en el colegio, en el patio o en el aula, se sienta incómodo con las preguntas, que siente como intrusión, o las descalificaciones, con el término de marica, por su cercana relación con Rémi (Gustav de Waele), una cercanía (de ahí el título close, cercanía o intimidad) que también se manifiesta con gestos afectuosos físicos. Leo se ve superado por la dinámica de su entorno social, y se repliega (con la consiguiente pérdida de naturalidad; opta por la simulación que implica negación), lo que suscita la consternación de Rémi, desconcertado por esa variación de conducta que implica distancia o ruptura de acciones compartidas ritualizadas. Leo se implica en un proceso de socialización que implica actividades ajustadas al patrón masculino convencional, como partidos de fútbol en el recreo o sus entrenamientos en el equipo de hockey sobre hielo, mientras Rémi se sorprende por el rechazo del contacto físico tierno, reemplazado por un trato físico más agresivo (el forcejeo en la cama). Leo se deja moldear por su entorno, para sentirse integrado, mientras Rémi, al no variar su conducta o forma de relacionarse, por ese rechazo se siente cada vez más expuesto, y vulnerable, y por tanto desajustado. Un desajuste que determina una radical decisión de ruptura, que resulta aún más extrema, por cuanto implica ruptura con la misma vida.

En sus primeros pasajes, hasta ese punto de ruptura narrativo que transforma de modo radical la misma narración, el planteamiento estilístico adopta ese tratamiento realista que difumina límites entre ficción y documento, como la reciente La maternal (2022), de Pilar Palomero. El tratamiento parece buscar más bien la transmisión de la inmediatez, momentos cotidianos captados al vuelo que podrían estar protagonizados por otros personajes, como ese zoom de retroceso que encuadra a Leo y Rémi en el patio del colegio que acaba integrándoles en un conjunto, son dos chicos más (aparentemente) como tantos otros. Las conversaciones familiares o las actividades escolares no son distintivas sino caracterizadas por la trivialidad de lo común y corriente. La singularidad, o condición distintiva, que se rehuye, es la que abre en canal la relación. El mismo estilo de narración y elección de planos varía, la dramatización se ajusta al estado emocional, subjetivo, de Leo. La cámara permanece con él en el autobús cuando el resto de los chicos baja, todos sorprendidos de que sus padres les estén esperando. La cámara permanece con Leo, en cuya mirada comienza a perfilarse la intuición de un hecho que transformará radicalmente su vida. La transición entre planos se hace más elíptica, como reflejo de un corte emocional, y el diseño sonoro se transfigura. La convulsión de Leo se torna carrera, en bicicleta y a pie. En la casa de Rémi observa por la ventana la puerta rota del baño (esa puerta que, en una secuencia previa, la madre no quería que Rémi cerrara cuando estaba dentro), y un primer plano de colores desorbitados apuntilla ese momento de colapso emocional de Leo. Ya su forma de habitar la realidad no será la misma.

El desarrollo posterior narrativo de Closer se centra en la cohabitación con ese desajuste mientras, a la vez, se intenta realizar las actividades cotidianas, las actividades en las aulas o las prácticas deportivas. Pero en un caso u otro se verán alteradas, como intermitentes sacudidas emocionales, por un luto al que aún no se ha enfrentado del todo y por una culpa, ya que sabe que su rechazo fue la causa de la acción terminal de Remi. Por ello, la relación con la madre de Rémi, Sophie (Emilie Dequenne), adquiere fundamental relevancia en estos pasajes. Son diversos encuentros que no dejan de ser tanteos, ya que la misma madre, al no encontrar ninguna nota de su hijo, se pregunta cuál pudo ser la causa, aunque intuya que estuvo relacionada con Leo. Cada encuentro se sostiene sobre esa tensión, de lo que una y otro quisieran decir, pero les cuesta expresar, y en particular, a Leo, reconocer. Léo elude las primeras tímidas preguntas pero luego la busca, como quien quisiera poder expresar lo que no sabe cómo articular, porque al fin y al cabo también está conectado con ese luto que aún no ha descargado con la necesarias lágrimas. Si en el colegio optó por la opción de alejarse de su yo más íntimo, con la madre da rodeos en su intento de compartir lo que siente. Pide que le deje ver la habitación de Rémi o la visita en el hospital donde trabaja como enfermera, en donde la ve con un bebé en brazos. Si con Rémi uno de sus rituales era ir al colegio, y volver, en bicleta, será en otro desplazamiento, en esta ocasión en coche, cuando él por fin reconozca a la madre que fue su rechazo la causa del suicidio de Rémi. La estilización de domina a estos pasajes, modulados, con una construcción narrativa elíptica, sobre una emoción doliente que no acaba de expresarse, deriva, aun contenida, en la más genuina catarsis del melodrama, con la música, menos presente en los primeros pasajes, como destiladora presencia emocional.

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