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martes, 5 de diciembre de 2017
Chuka
Las imágenes iniciales de 'Chuka' (1967), de Gordon Douglas, única producción del actor Rod Taylor, en la que Richard Jessup adapta su propia novela, evocan las de otra excelente obra pretérita, 'Beau Geste' (1939), de William A Wellman, o, yendo más allá, a la novela de Percival C Wren en la que ésta se inspira. El misterio de lo insólito se conjuga con los inquietantes aromas fúnebres. En la de Wellman, un destacamento militar se encuentra con un siniestro decorado, un fortín en el desierto africano en el que los cadáveres de los soldados están colocados en posición de defender un ataque, a lo que se añade el intrigante hecho de que uno de los cadáveres está colocado en una posición yacente como si se le hubiera dedicado una respetuosa exequia fúnebre. En 'Chuka', el oficial de otro destacamento describe cómo se han encontrado con un fuerte en el que todos los soldados están muertos, tras sufrir un ataque indio (cuyo jefe ha sido capturado), y en el que no hay una sola arma, a excepción de un revolver. Otro detalle insólito, semejante al de 'Beau Geste' se reservará para el final, tras que asistamos en flashbacks a los sucesos que derivaron en esa matanza.
En los títulos de créditos se nos presenta a un jinete que recorre las praderas, Chuka (Rod Taylor). Un hermoso detalle de planificación sirve tanto para mostrar su rostro como para asentar atmosféricamente la amenaza que se cernirá sobre los personajes. Un plano picado sobre Chuka que vuelve el rostro hacia el cielo, y el contraplano de las nubes que auguran tormenta. En la siguiente secuencia, nocturna, bajo la lluvia, es testigo de un funeral indio, consecuencia de la hambruna que sufre la tribu india. Y en la posterior, se encuentra con una diligencia que sufre una accidente al romperse una rueda. En esta secuencia dos cruces de miradas son capitales, el primero entre Chuka y una de las mujeres que viaja en la diligencia, Verónica (Luciana Paluzzi, y el segundo entre Chuka y el jefe indio (el hecho de que no les ataque ya insinúa que la motivación de su ataque posterior no es por motivos beligerantes sino por necesidad de un alimento que se les ha sido negado: no atacan la diligencia porque Chuka compartió su comida con ellos). Este segundo cruce de miradas tendrá su correspondencia en las secuencias finales, tras la matanza. El primero revelará su porqué secuencias más adelante, cuando, en el fuerte, ambos evoquen su atracción amorosa en el pasado, frustrada por una cuestión de diferencias de clase (la de ella superior a la de él, vaquero en el rancho de la familia de ella, luego convertido en un errante pistolero). Hay otro sugerente detalle de planificación al respecto. En la secuencia inicial la cámara encuadra a través de un ventanuco al oficial que comienza a describir la matanza ( y las interrogantes que suscita). En la llegada al fuerte, Verónica es alojada en uno de las habitaciones, desde la cual mira a Chuka en el patio (una mirada que luego será explicitada su porqué). Una hermosa forma de asociar misterios (miradas hacia el pasado).
El pasado es de hecho un elemento crucial en el desarrollo dramatúrgico. Buena parte de los personajes que conforman el destacamento del fuerte portan un peso, una verguenza, un error, una herida, no superada, como si fueran condenados, condenados a este fuerte cual exilio purgatorio. En la secuencia de la cena, el coronel al mando del fuerte, Valois (John Mills), de ascendencia británica ( y que nunca ha disparado a un hombre) expone, con indisimulada crueldad ( y desoyendo las protestas de Verónica o de los afectados), las 'verguenzas' de sus oficiales. Valois transfiere su amargura y frustración sobre los hombres a su mando. Esta secuencia, a su vez, refleja, como en otro esplendido fúnebre y opresivo western anterior de Douglas, 'Sólo el valiente' (1951), con otros militares asediados en un fuerte, que la amenaza de la violencia exterior es reflejo y consecuencia de una más emponzoñada violencia interior (la de las relaciones entre estos personajes), que en esta secuencia tiene una percutante y brillante culminación con la flecha que atraviesa la espalda de uno de los oficiales que protesta ante las inclementes palabras de Valois.
Esta sórdida turbiedad, casi claustrofóbica, como la 'llameante' dirección fotográfica de Harold E Stine, en el ambiente militar de un fuerte, puede apreciarse como un precedente de la también excelente 'El desierto de los tártaros', la obra de Dino Buzzati adaptada en 1975 por Valerio Zurlini. A diferencia de ésta, que transita el extrañamiento sobre la ausencia de acontecimientos, un inmovilismo atmosférico reflejo del de los personajes, Douglas lo contrarresta a golpes de intensidades ( como el mismo gesto de Chuka, tras que esa flecha haya matado al oficial, de lanzarse a través de la ventana para enfrentarse a un par de indios).Inevitablemente, el asalto final de los indios será en la noche, secuencia narrada con tanta precisión como rasgada por tenebrosos y descarnados detalles. Y culmina, ya de vuelta al presente, con ese intrigante y lírico detalle, el de una tumba entre cadáveres, que es, como en la obra de Wellman, un sentido homenaje de amor.
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