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viernes, 11 de noviembre de 2016

Under the shadow

La cabeza arrancada de una muñeca, en un escalón que conduce a un sótano, un libro de medicina, que antes fue guardado bajo llave en un cajón como los sueños que se encierran como reclusos indefinidos, bajo el agujero en el techo provocado por la colisión de un misil que no explotó. Son tanto objetos, espacios, físicos, desgarrones, residuos del avatar externo relatado, como piezas de un puzzle disgregado que define la circunstancia vital, el conflicto que arrasa el interior de Shideh (Narges Rashidi) en la excelente producción británica 'Under The shadow' (2016), opera prima del cineasta iraní Babak Anvari, que transita de modo muy sugerente las coordenadas del género fantástico y de terror. En los primeros pasajes se define esa circunstancia: A Shideh no se le permite la posibilidad de poder materializar sus sueños de acabar sus estudios de medicina por sus vínculos pretéritos con facciones izquierdistas. Por otro lado, es mujer, lo que implica que su aspecto debe subordinarse a las exigencias de un entorno social. En su casa puede vestir con camiseta o chandal, pero en un espacio público debe taparse con la vestimenta que implica borrado de su condición femenina, los contornos del cuerpo desaparecen bajo un túnica negra que se enrolla sobre su cuerpo como símbolo de anulación. Imagen de que debe presentar si un extraño, por ejemplo un cristalero, viniera a su domicilio. En su hogar tampoco encuentra el necesario apoyo en su marido, Iraj, quien sí es ya médico. No sólo no cuestiona que hayan impedido materializar su ilusión, sino que incluso le reprocha su labor como madre de Dorsa. Querer realizar su ilusión no deja de ser una manifestación insurgente de querer salirse de la posición anulada a la que un entorno social de rígida tradición pretende abocar.
Hay un guerra fuera, la que enfrentó a Iran con Irak entre 1980 y 1988, cuya virulencia se incrementa por la amenaza de lanzamiento de misiles sobre Teherán, pero también una en el hogar de Shideh, en el que las diferencias de pareceres entre marido y mujer amenazan con tambalear el mismo matrimonio. La llamada a filas de Iraj no deja de ser el oportuno sonido de la campana que aplace un enfrentamiento que se estaba convirtiendo en un callejón sin salida. Las llamadas desde la distancia reflejan la escisión entre la nostalgia y la herida abierta en la relación. La caída de un misil que no explota, y que traspasa el techo del último piso, es la espoleta que coincide con el incremento de tenebrosos sucesos fantásticos relacionados con unas criaturas, los Djins, que trae el viento. Su asentamiento, la posesión de un entorno: precisamente, la perdida de la muñeca de su hija Dorsa. Una desaparición que se corresponde con la amenaza de desaparición de sus propios sueños. La muñeca no deja de representar su condición anulada de mujer en esa sociedad. Su hija, campo de batalla de reproches de su marido sobre su labor materna y lastre pasado que impidió poder dedicarse a los estudios, es también el campo de batalla con unos inquietantes seres que primero se insinúan con pasos en la distancia. Un fuera de campo primero, como una infección larvada que se propaga de modo solapado. Un misil no acaba de explotar en la cabeza de Shideh.
Las apariciones parecen relacionarse con la perdida. carencia o no visibilidad de rostro, de identidad, como la que cree que es su marido en la cama, figuras entrevistas en el umbral o que desaparecen en una fisura en el techo, o esa figura femenina cubierta enteramente, incluidos los ojos, por la túnica. El edificio se irá desalojando de inquilinos hasta que ya sólo queden madre e hija, como si ya se confundieran el espacio externo y el interior de la mente de Shedah. Sótanos en los que se dirime la confrontación con el fantasma de la anulación, boquetes de explosiones aplazadas, como amenaza que se cierne sobre la realización de los sueños, representado en ese libro de medicina cuyas páginas se desbocan porque fue truncado su provecho. Cabezas desgajadas que permanecen en el campo de batalla como recordatorio de un espacio íntimo irresuelto. Anvari modula una impecable atmósfera que parte de la lacerante cotidianeidad de las negaciones y anulaciones, de los conflictos que han devenido en infecciones, reflejadas en la deriva fantástica posterior en la que los siniestros espectros reflejan las turbulencias de un viento que no amaina sino que quiebra los cristales, muerde como un rostro extirpado y arrasa como la amenaza de una bomba que no se sabe cuándo explotará.

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