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domingo, 3 de marzo de 2013

Cómicos

 photo Comediantes_Comicos_opt_zps8a6779d8.jpg Cómicos, figuras errantes, en tránsito entre el sueño y la realidad. En la secuencia inicial de ‘Cómicos’ (1954), de Juan Antonio Bardem (autor también del guión), se nos presenta a los componentes de la compañía de teatro, en los compartimentos del tren, en tránsito hacia otra ciudad, para unas nuevas representaciones (mientras el ‘jefe’ viaja en coche), a través de la ‘voz interior’ de la segunda actriz, Ana (Elisa Christian Galvé). Resaltan unos planos del perfil de ésta. Vida sesgada. Reflejan su insatisfacción, su sensación de incompletitud o de no realización, de vida a medias que no acaba de definirse. Una vida en la que resulta difícil conseguir el equilibrio, lograr conciliar ese amor por la interpretación, con los sacrificios que conlleva, con la realización afectiva o con el ansia de la consecución del éxito, como dos cuerdas que tiraran para diferentes extremos, en vez de todas poder conformar un mismo nudo. En el tren de la vida, a veces tienes que desprenderte de equipaje, que no consideras además accesorio, o te endosan otro que no has elegido pero resulta necesario para alcanzar el destino establecido.  photo 21_opt_zps3ae3fcfc.jpg Dos personajes corporeizan ese desequilibrio, ese escenario de sombras pesadas que parece constituir la vida, de encierro vital; abundan los nocturnos, se eluden transiciones, lo que unido a la tensa construcción de los encuadres, la disposición de las figuras dentro del plano, jugando con los términos, y, en ocasiones, la dilatación de la duración, sedimenta esa sensación, que se irá incrementando, de asfixia u opresión, como un escenario cuyas paredes fuera cerniéndose lentamente.Por un lado está Miguel (Fernando Rey), segundo galán, que acaba de unirse a la compañía, y que fuera pareja años atrás de Ana. De nuevo el amor renace entre ambos, pero sus prioridades son diferentes. Miguel desiste de seguir arrastrándose por una vida de penurias en la que no entrevé horizonte, y decide abandonar y buscar otras vías. Pero Ana quiere perseverar en alcanzar ese éxito anhelado, ser una primera actriz. Esa falta de horizonte conjunto está espléndidamente expresada en la conversación en la mesa del restaurante, en la que juegan a imaginar lo que hay en la ciudad más allá de la negrura que impide discernir lo que hay tras esa ventana que parece ciega. Nunca vemos lo que hay afuera, porque para ambos no hay un afuera posible que materializar juntos.  photo Comicos_2_opt_zps365ff0cf.jpg  photo lacompania_opt_zps8d1fc787.jpg Por otro, el empresario teatral, Marquez (Carlos Casaravilla), quien la coloca en la tesitura de optar por una posibilidad, la de ser su amante, que facilite que logre salir de su empantanamiento, que le proporcione alguna salida al túnel camino de ese éxito que parece cada vez menos factible, impedida por primeras actrices que cogen papeles aunque ya no sean las adecuadas por edad, como la de su compañía, Doña Carmen (Rosario Garcia Ortega): demoledor el plano de ésta cuando intenta asimilar, mientras se contempla la piel, que ya no es joven, que se ‘deteriora’. Resulta también admirable la intensidad que extrae de un montaje más fragmentado, conjugado con la ‘voz interior’ de Ana, en la secuencia en la que se le presenta la oportunidad de realizar la sustitución de la primera actriz, enferma (en una secuencia en la que destaca la falta de escrúpulos del empresario o del autor con respecto a la salud de los actores; lo importante son las entradas vendidas o a vender). Cómicos, o figuras cautivas en un escenario en sombras en el que intentan desgarrar el telón para conseguir que les alcance la luz

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