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jueves, 30 de septiembre de 2010
Adiós a Tony Curtis
Otro homenaje, en este caso a un esplendido actor, Tony Curtis, tan dotado para la comedia y el drama, fallecido esta pasada medianoche a los 85 años. En el recuerdo grandes interpretaciones en admirables obras como 'El dulce sabor del éxito' (1957), de Alexander MacKendrick, 'Lo vikingos' (1958) y 'El estrangulador de Boston' (1968), ambas de Richard Fleischer, 'Operación Pacífico' (1960) y 'La gran carrera' (1965), ambas de Blake Edwards, 'Con faldas y a lo loco' (1959), de Billy Wilder o 'Espartaco' (1960),de Stanley Kubrick.
El poder invisible
'El poder invisible' (1951), de Robert Parrish, pertenece a la vertiente, dentro del cine negro, de polícia infiltrado en una banda u organización críminal, como 'La calle sin nombre' (1948), de William Keighley o 'Al rojo vivo' (1949), de Raoul Walsh, no ajenas al ambiente de delación, por la Caza de brujas, que crispaba a la sociedad en aquellos años. Esta estimulante se diferencia en que su protagonista, Amico (Broderick Crawford) no es meramente un cumplidor agente de la ley, como en las otras dos obras. Ya de entrada, está en entredicho por un error. En la primeras secuencias, está intentando convencer a un prestamista, en un juego de puja de lo más distendido y cómplice, de que le baje el precio de una joya para su esposa, ya que los policias no ganan mucho (una precisa forma de, con pocos detalles, transmitir una sensación de cotidianeidad, que no se abandonará, y de definir unas circunstancias). Al salir, oye un tiroteo; un hombre en sombras, que dice ser policia, le dice que el muerto es un gangster que mató a un policia, y tras decir que va a hacer una llamada a la central, desaparece. Sí, era el asesino, y de hecho un personaje misterioso que dirige en la sombra negocios gangsteriles en el muelle. Y ahí tiene que infriltarse Damico, entre los estibadoores del muelle (adelanto ambiental de la 'La ley del silencio' (1954), de Elia Kazan) en parte para compensar su error cara a sus jefes.
La trama se desarrolla con un vibrante nervio que ya quisieran muchos de los realizadores de hoy en dia del thriller que disimulan sus carencias con speedicos ritmos de montaje (fuerzan el dinamismo del que la trama dramática carece), un eficaz dibujo de personajes, hasta los más episódicos, y siempre salpicado con ese sentido del humor genuino del que se enfrenta con templanza a las situaciones más adversas (de nuevo, como en la opera prima de Parrish, 'Grito de terror' (1951), brillan los ingeniosos diálogos de William Bowers). Por otro lado, a diferencia de las obras citadas, se juega, con mucho ingenio con los sorprendentes giros de la trama, nada forzados, sino consecuentes con un universo en el que nadie es lo que parece, y la doblez es moneda de cambio. Al respecto, es sorprendente el diseño interior, con falsas puertas y pasadizos, de la casa del jefe de la organización, que evocan los espacios de obras de Lang, como 'Spione' (1929. Además resalta la crudeza, contudente, ya sea con tensiones latentes o manifiestas, como sus encuentros con uno de los cabecillas, Castro (Ernest Borgnine) y su violento sicario Gunner (Neville Brand), o las dos que tiene con cada uno por separado, sobre todo la pelea con el segundo en una fábrica abandonada. Como implacables son los interrogatorios a los que es sometido Damico por la policía, sosteniendose en un pared sobre sus dedos indices. Por último, destacar el golpe de humor del plano final, tan irreverente como antológico.
'El poder invisible' (The mob, 1951), es un estimulante ejemplo de cine tan vivaz como directo e ingenios, una vibrante obra de cine negro, desgraciadamente poco conocida, con fotografía de Joseph Walker y agudo guión de William Bowers, que trenza una trama en el que identidades y apariencias son hudizas e inciertas.
Audrey Tautou y el fantasma de Amelie
Audrey Tautou (fotografiada por Marcel Hartmann) dífícil será que se desembarace del icono en que se convirtió su personaje protagonista en 'Amelie' (2001), de Jean Pierre Jeunet, una obra que suscitó muy opuestas reacciones, desde la entusiasta admiración al ensañamiento descalificativo más furibundo. Y es que entre los detractores los hay que muestran tal desprecio que supera al horror de un vampiro ante el agua bendita. Estos abundaron entre la crítica que, en general no fue muy receptiva, como contraste a su éxito de taquilla, y calado en el público. Como si gustar algo que parecía tan naif no se ajustara a la pertinente pose intelectual. Claro que entre lo naif y lo empalagoso hay una larga distancia, y verdad es que los criterios de cada uno para calificar una obra de un modo u otro pueden variar mucho. Porque, sin duda, lo empalagoso, en muchas ocasiones, linda con lo capcioso. Es fácil recurrir al concepto de cuento de hada para excusarse, pero todo genuino cuento de hadas tiene sus claroscuros, por muy entrañable o tierno o mágico que sea. Particularmente, me entusiasma 'Amelie', me parece un vivificante canto a la empatía, a la preocupación por el otro ( algo que no vende mucho en nuestros días, porque para sobrevivir hay que preocuparse en la inclemente competitividad de uno mismo, aunque sea con la máscara de una sonrisa), y a la necesidad de descongestionar las propias emociones, de exponerse, algo que le ocurre hasta a la propia Amelie. Y narrado con un jubiloso ingenio apegado a lo excéntrico, en su desarrollo expansivo de situaciones y personajes, en una línea más amable o dulce que el más radical cine de Leos Carax, por no irnos más atrás en el tiempo.
Jeunet volvió a reincidir en línea parecida, de nuevo con Audrey Tautou en la también esplendida 'Largo domingo de noviazgo' (2004), obra que tuvo menos acogida porque a cierto público no seducía, ya de entrada, la combinación de historia tierno-romántica en un descarnado ambiente bélico (lo que revelaba que en la anterior obra no habían querido ver sus aristas, prefiriendo los imaginativos y catárticos algodoncitos), cuando tiene uno de los más emotivos finales románticos de esta década ( aunque los habrá a quienes parezca irritantemente empalagoso).
Tautou posteriormente trabajaría para Stephen Frears en la que me parece su más equilibrada y conseguida obra de esta década, 'Negocios ocultos' (2002), para Alain Resnais en 'Pas sur bouche' (2003), desgraciadamente aquí no estrenaa, y como Emmanuelle Beart, cruzó el Atlántico para pasearse en la anodina 'El código Da Vinci' (2006), de Ron Howard. Con Claude Berri rodó la estimable 'Juntos nada más' (2007) siendo su última, y notable, interpretación para la interesante pero fallida 'Cocó, de la rebeldía a la leyenda de Chanel' (2009), de Anne Fontaine. Tampoco habría que olvidar el primer papel en el que destacó, en la apreciable 'Salón de Belleza Venus' (1999, de Tonie Marshall, que le valió un Cesar a la actriz revelación. Luego, tras que Emily Watson rechazará el papel de Amelie, llegaría su consagración. Y nuestro viaje en esos dulces ojos de acogedora luna.
Minority report
No deja de ser paradójico que Anderton (Tom Cruise), en 'Minority report' (2002), de Steven Spielberg, evite, en su trabajo sostenido en la precognizión, crímenes futuros, cuando está cautivo y atrapado en imágenes de su pasado, la de su hijo desaparecido, y una relación marital quebrada. ¿Acaso no vivimos, proyectamos, un presente,entre imágenes del pasado y del futuro, entre las huellas y lo posible? Lo cuál,como en otras obras de Philip K Dick (la película está inspirada en uno de sus relatos cortos), lleva a preguntas sobre la identidad, quién es uno, y la realidad, ¿es lo que realmente habito o cómo me la presentan?. Por ello,cobran tanta relevancia en la trama las pantallas (la virtualidad que domina la realidad) como la mirada, el ojo. ¿Es lo que veo lo que es o puede ser, o está manipulado? Los ojos, en este futuro,son los códigos de barra con el que se identifica a los ciudadanos (incluso la construcción de las carreteras aereas asemeja la forma abovedada de un ojo).
Por eso, Anderton tendrá que recurrir a extirpárselos e injertarse otros para que no lo reconozcan, que determina a algunas de las secuencias más turbias y más brillantes de la obra de Spielberg: las sórdidas secuencias en el arrumbado apartamento del cirujano, Solomon (Peter Stormare) y, en especial, cuando los robots arácnidos asaltan el edificio para identificar a sus habitantes. El conflicto ha surgido porque Anderton ha descubierto que los precocs (aquellos que tienen las visiones de crímenes inminentes; ya casi siempre pasionales, fruto del momento, porque nadie se atreve ya a planificar un crimen, ya que sería descubierto con mucha antelación) han 'diagnosticado' que va a realizar un crimen, sobre alguien que Anderton desconoce completamente. Su huida es a su vez la búsqueda del por qué, convencido de que no realizará lo determinado. Pero como en otras obras de Dick, el determinismo no es el de un abstracto destino sino el proveniente de la manipulación conveniente e interesada de los otros, las puestas en escenas capaces de crear la sugestión pertinente,como le ocurre a Anderton cuando se encuentra en la habitación donde se ha augurado su crimen, sobre la cama, con centenares de fotos de niños, y entre ellos su hijo, lo que pulsa la tecla de su visceralidad, ofuscando su voluntad, ya que se encuentra ante el que parece secuestró a su hijo e incluso le mató.
Más que su libre albedrío es su consciencia de que es una puesta en escena (el hombre reconoce que le han contratado para simular que es el secuestrador) lo que posibilita que no se vea impelido a realizar el crimen ( que sí se realiza es por accidente; cuando el hombre le agarra, la pistola se dispara; claro que ¿determinismo de un destino?). Hay otro singular espacio que se encarna como mordaz espacio especular: el invernadero de plantas de la doctora que trabajó originariamente con los precocs. Hay una sugerente asociación entre plantas y humanos, como con la idea de los 'implantes' en los humanos, implantes que determinan su percepción de la realidad, que les convierten en sumisos funcionarios vitales que realizan la tarea encomendada en la organización social, sin realizar preguntas sobre quiénes son, y por qué son así, o sobre la realidad que viven, un mundo de apariencias construido como realidad convenientes para quienes la dominan y tejen acorde a sus intereses.
Steven Spielberg realiza en 'Minority report' (2002) una de sus más brillantes obras, con una sutil complejidad,lejos de maniqueismos simplistas de alguna obra previa, y narrada con un vigor admirable. Si en su anterior obra, su obra maestra, 'Inteligencia artificial' (2001), un robot anhelaba ser humano, en ésta un humano descubre su condición de 'robot', de vida manipulada. Extraordinaria fotografía de Janus Kaminzski, y grandes prestaciones actorales de Max Von Sydow, Samantha Morton y Colin Farrell ( la estupenda, y sorpresiva, secuencia de su muerte, recuerda a la muerte del personaje de Spacey en 'LA Confidencial').
Adiós a Arthur Penn
Hay que homenajear a Arthur Penn, fallecido ayer noche a los 88 años, de irregular filmografía, pero en la que hay excelentes obras como 'La jauría humana' (1966), 'Bonnie and Clyde' (1967) y 'La noche se mueve' (1975), a la que pertenece esta imagen del rodaje, con Penn junto al protagonista, Gene Hackman.
Vincente Minelli y Gene Kelly: Rodaje Brigadoon
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Wings of desire library -Jurgen Knieper
Para celebrar que terminé mi artículo para el libro sobre Wim Wenders, 'Entre la apariencia y el cuerpo. Cielo sobre Berlín y los umbrales' uno de los fragmentos más bellos de la película, de sublime conjugación entre imagen, duración y la esplendorosa composición de Jurgen Knieper, la de la biblioteca:La narración se hace modulación musical, tiempo que es deslizamiento en la empatía, y que alcanza su crescendo en el espacio terrestre que representa a los ángeles, la biblioteca, el espacio de mentes con anhelo de saber, de superar muros. Una prodigiosa secuencia que conjuga la bella música de Jurgen Knieper (esas voces del coro mezcla de oración, lamento y protesta, que parecen hervir en una intensidad doliente) con la gestualidad de los ángeles (cómo inclinan sus rostros, entregados a un trance), los movimientos (de personajes y de la cámara) y los detalles (Damiel porta un boligrafo en la mano, que zarandea, cual batuta a la vez que como inquieto gesto que anhela hacer escritura real...
martes, 28 de septiembre de 2010
Emmanuelle Beart, exuberancia y desgarro
Entre 1991 y 1992 Emmanuelle Beart (en la imagen fotografiada por Marcel Hartmann) despuntó con tres interpretaciones muy contrastadas, que daban prueba de su talento, en tres títulos estupendos como La bella mentirosa (1991), de Jacques Rivette, En la boca, no (1991) de André Techiné y Un corazón en invierno (1992), de Claude Sautet, ésta junto a su entonces pareja, el extraordinario Daniel Auteuil. La exuberante sensualidad se conjugaba con la capacidad de expresar las más desgarradas emociones ( a remarcar, en la última, la secuencia en la que reprende, en el bar, con rabia doliente al personaje de Auteuil su incapacidad de amar y su irresponsable modo de jugar con sentimientos ajenos).Admirable también estuvo en la extraordinaria El infierno (1994), de Claude Chabrol, y en su muy sugerente segunda colaboración con Claude Sautet, Nelly y el señor Arnaud (1995). Tras cruzar el atlántico y dar un toque de distinción en la efectista y mediocre Misión imposible (1996), de Brian De Palma, ha proseguido su carrera en Francia, en títulos como Le temps retrouvé (1999), de Raul Ruiz, Los destinos sentimentales (2000), de Olivier Assayas, 8 mujeres (2002), de Francois Ozon o Los fugitivos (2003) y Los testigos (2007), de André Techiné
Roman Polansli y Mia Farrow: La dirección del terror
Anne Bancroft y Dustin Hoffman: Distancias insalvables
Gene Krupa - Drum Boogie (from Ball of Fire, 1941)
Doble número en uno. En 'Bola de fuego' (1941), de Howard Hawks, Barbara Stanwyck (doblada por Martha Tilton en la canción) actúa junto a la banda del batería Gene Krupa. Como postre, interpretan una reducida versión del tema con Krupa utilizando de baquetas y batería, unas cerillas y su caja.
Charles McGraw, secundario de recia presencia
Hay toda una pléyade de grandes secundarios en el cine norteamericano que no han tenido el merecido reconocimiento, ensombrecidos por las llamadas 'estrellas'. Uno de ellos es Charles McGraw, de recia e imponente figura y rasposa voz. Puede ser ante todo recordado por secundarios como el instructor de gladiadores en 'Espartaco' (1960), de Stanley Kubrick o por el padre del personaje de Robert Blake en 'A sangre fría' (1967), de Richard Brooks, pero hay que recordar que fue memorable protagonista de dos estupendas obras de cine negro de Richard Fleischer, 'Asalto al furgón blindado' (1950) y 'The narrow margin' (1952). Con Anthony Mann mantuvo una más que fructífera colaboración, como secundario, en varias esplendidas obras, desde su implacable asesino en 'La brigada suicida' (1947), en la que destaca especialmente la secuencia en la que mata en la sauna al personaje de Wallace Ford, pasando por 'Incidente en la frontera' (1949), 'El reinado del terror' (1949), 'Side street' (1950), hasta su vesánico personaje de 'Cimarrón' (1960). Otros personaje inolvidable, meno siniestro, es el lúcido doctor en 'Más allá de rio grande' (1959), de Robert Parrish. Su presencia era tan imponente que dejaba huella aunque fuera fugaz su presencia como el sicario o el pistolero en las secuencias iniciales de, respectivamente, 'Forajidos' (1946), de Robert Siodmak y 'Más rápido que el viento' (1958), de Robert Parrish, o, el de singular atavío con una chocante pelliza, en la también excelente 'Sangre en la luna' (1948), de Robert Wise. Fue secundario también para Jacques Tourneur en 'Berlín express' (1948), Alfred Hitchcock en 'Los pájaros' (1963), Dalton Trumbo en 'Johnny cogió su fusil' (1971), Abraham Polonsky en 'El valle del fugitivo' (1969), John Brahm, en 'The undying monster', Robert Aldrich en 'Alerta misiles' (1977),Stanley Kramer en 'Fugitivos' (1958) o Jules Dassin en 'Fuerza bruta' (1947). Interpretó en la versión televisiva de 1955 a Rick, el personaje de Bogart en 'Casablanca'. Murió al resbalar en la ducha y caer atravesando la mampara
Plácidas pausas de rodaje: Sam Peckinpah y Susan George
Gary Cooper, Claudette Colbert y los collares del amor
lunes, 27 de septiembre de 2010
Audrey Hepburn y el cervatillo Pippin
Audrey Hepburn y el cervatillo Pippin, o Ip, hicieron muy buenas migas durante el rodaje de 'Mansiones verdes' (1958), de su entonces marido Mel Ferrer, el cual, tras que ella sufrió su segundo aborto, se lo regaló. Inseparables incluso hasta cuando Audrey iba de compras en tiendas de ropa o en el supermercado. Fotografías de Bob Willoughby.
Two for the Road - Henry Mancini / Audrey Hepburn
Una de las más bellas composiciones de Henry Mancini, para la banda sonora de la excelente 'Dos en la carretera' (1967), de Stanley Donen, protagonizada por la magnífica pareja formada por Albert Finney y Audrey Hepburn
Plácidas pausas de rodaje: Montgomery Clift y John Huston
Sylvia Sidney y las armas en las calles de la ciudad
Plácidas pausas de rodajes: El planeta de los simios.
Francis Coppola y Marlon Brando: Rodaje de un atentado.
Jim Jarmusch, poeta del exilio
¡Olvídate de mí!
¡Olvidate de mí' (2004), de Michel Gondry. Las emociones pueden difuminarse en la blanca pantalla de los silencios ya deshabitados. Los recuerdos atraparse como unos cadaveres en el hielo, que aún te recuerda lo que fuisteis cuando aún fluiais con el agua. ¿Es el último aliento de lo que latía en aquellas iniciales olas que bañaban el amor naciente o es el miedo a quedarse emborronado en el olvido y que ya lo que fuisteis sean recuerdos que quemas en la orilla del mar? Si descubristeis que hablabais distintas lenguas, ¿esas brasas que se sienten pueden propiciar que en una segunda oportunidad los pasos de baile sean más acompasados o de nuevo las piedras caerán sobre el tejado antes de que se conviertan en copos de nieve que te hielen con los recuerdos? '¡Olvidate de mí!' es la poco afortunada traducción del más lírico y poético 'The eternal sunshine of a spotless mind' (2004), la estupenda y mejor obra de Michel Gondry, en impecable fusión con el singular guión de Charlie Kauffman, doliente incursión en las fisuras del sentimiento amoroso, o, sobre todo, a ese trance que puede ser fosa abisal que es el asumir que quizás lo que se creía sentir en un principio tenía fecha de caducidad al confrontarse diferencias demasiado grandes entre ambos. ¿O quizás es que no se hace el necesario esfuerzo para saber convivir con otro,y con sus diferencias,sin necesitar que se pliegue a las propias? Lo único cierto es que este puzzle fantástico de peli es un viaje cautivador en esas sombras heladas
Gerard Philipe, príncipe de los actores
Ironías o casualidades de la vida, Gerard Philippe, calificado como 'el príncipe de los actores' por la combinación de su apostura y cualidades interpretativas, falleció a la misma edad, 36, que Modigliani, al que encarnó en 'Los amantes de Montparnasse' (1958), de Jacques Becker, un año después del estreno de ésta, a causa de un cancer de higado. Fue uno de los actores más populares, y considerados, del cine francés en la década de los 50, a partir de su éxito con 'Fanfan el invencible' (1952), de Christia-Jacque. Pero antes había ya destacado en obras como 'El idiota' (1945), de Georges Lampin, según la obra de Dostoyevski, 'El diablo en el cuerpo' (1947), de Claude Autant-Lara, 'La cartuja de Parma' (1947), de Christian-Jacque, según la obra de Stendhal, 'la belleza del diablo' (1948), de René Clair, 'Juliette ou la cle de songes' (1951), de Marcel Carné o la extraordinaria 'La ronda' (1951), de Max Ophuls. Sería D'Artagnan en 'Si Versalles pudiese hablar' (1954), de Sacha Guitry, o Valmont en 'Las relaciones peligrosas' (1959), de Roger Vadim así como protagonizaría otras adaptacion de una obra de Stendhal, 'Rojo y negro' (1954), de Claude Autant-Lara, y rodaría de nuevo con Rene Clair en 'Las maniobras del amor' (1955), y con Sacha Guitry en 'Si Paris nous etait conté' (1955). Con Luis Buñuel protagonizaría su última obra, 'La fiebre sube al Pao' (1959). En 1954 grabó la adaptación radiofónica de 'El principito de Saint-Exupery.
sábado, 25 de septiembre de 2010
Green scene from Vertigo (1958)
Pocas asociaciones entre cineasta y músico más fructíferamente esplendorosas que la de Alfred Hitchcock y Bernard Herrman, en ocho películas. Pocas obras como 'Vértigo' han logrado crear una relación tan orgánica entre música y narración ( la duración de los planos, de las secuencias). El tiempo se hace música y la música tiempo. Una de las secuencias cumbres, y quizás del cine en general, es este prodigio, en la que la música se acompasa a las sucesivas emociones del personaje de James Stewart. Una secuencia, por otra parte, que condensa como pocas cómo a veces eso llamado amor no es más que una proyección, en la que la idea se superpone sobre el rostro del otro, al que no se discierne. Incisiva ironía es que Scottie modele a una mujer como era la mujer que amó (la idea) ignorando que es la misma.
Plácidas pausas de rodajes: Alfred Hitchcock en 'Marnie'
Alfred Hitchcock, durante una pausa de rodaje de 'Marnie, la ladrona' (1964). Fotografía de Bob Willoughby.
Tarea casi odiseica el elegir cinco obras en una de las filmografías más rebosantes de grandes títulos. Pocos cineastas como Hitchcock han desentrañado esta movediza realidad. Probablemente, dentro de un mes igual elegiria otras. Hoy me quedaría con 'Los pájaros' (1963), 'Vértigo' (1958), 'La ventana indiscreta' (1954), 'Encadenados' (1946) y 'El proceso Paradine' (1947).
De postre, otra de las agudezas de Hitchcock: "La televisión ha hecho mucho por la psiquiatría: no sólo ha difundido su existencia, sino que ha contribuido a hacerla necesaria".
Madeleine Carroll, entre esposas y secretos
Madeleine Carroll brilló especialmente en sus dos afortunadas colaboraciones con Alfred Hitchcock, en '39 escalones' (1935) y 'Agente secreto' (1936). Dio el saltó a Hollywood donde protagonizaría obras como 'El general murió al amanecer' (1936), de Lewis Milestone, junto a Gary Cooper, 'El prisionero de Zenda' (1937), de John Cromwell, 'Blockade' (1938), de William Dieterle o 'Policía montada del Canada' (1940), de Cecil B De Mille. Durante la guerra abandonó el cine para involucrarse como voluntaria de la Cruz Roja, entre otras dedicaciones, que determinaron que le concedieran la Legión de honor en Francia y la medalla de la libertad en Estados Unidos. Retornó al cine pero brevemente, destacando 'El abanico de Lady Windermere' (1949), de Otto Preminger, centrándose en su labor en la Unesco, aunque realizaría esporádicas intervenciones en teatro, radio y televisión.
viernes, 24 de septiembre de 2010
George C. Scott, actor imperial
Pese a que sus rasgos de ave rapaz, cual aguila imperial, parecían destinarle a personajes de índole siniestra, este inmenso actor, George C Scott, logró evitar ese encasillamiento. Aunque ciertamente sus primeros papeles marcaban esa senda, como el avieso predicador de 'El árbol del ahorcado' (1959), o su memorable mefistofélico personaje de 'El buscavidas' (1961), de Robert Rossen (pocas veces la abyección sin escrúpulos ha sido tan bien encarnada), o, en menor medida, otro inolvidable personaje, el fiscal en 'Anatomía de un asesinato' (1959), de Otto Preminger, sibilino y astuto, y el inmejorable adversario de envergadura para el abogado que encarna James Stewart. Ya en esta obra, su segunda aparición en pantalla, dio muestras de su magnética presencia, que podía llegar a ensombrecer hasta admirables compañeros de reparto como los de esta película con cada aparición (prodigioso en cierto interrogatorio al personaje de Lee Remick, intentando evitar que ella pueda ver las señas de su abogado defensor). Pocas carreras, además, han comenzado con tal trío de extraordinarios títulos. Su talento, un dechado de sutilidad y economía expresiva, que hacía palpables las corrientes internas de las emociones, brilló en otros estupendos títulos como 'Fuga sin fin' (1971) y 'Los nuevos centuriones' (1972), ambas de Richard Fleischer, o en la áspera y excelente 'Hardcore' (1979), de Paul Schrader. O su protagonista en 'Patton' (1970), de Franklin J Schaffner, celebre por otro lado por su desprecio al Oscar concedido, calificando a la ceremonia como un desfile de carne. También logró ser lo más destacado en obras discretas o irregulares, aunque no carentes de interés, como 'Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú' (1963), de Stanley Kubrick, 'El último de la lista' (1963), de John Huston, o 'Hinderburg' (1975), de Robert Wise, o hasta pretenciosas y fallidas como 'Petulia' (1967), de Richard Lester. Singular es la olvidada 'Un fabuloso bribón' (1967), de Irvin Kershner, curiosa 'Movie, movie' (1978), de Stanley Donen, entrañable 'El día del delfín' (1973), de Mike Nichols, estimulante 'El príncipe y el mendigo' (1977), de Richard Fleischer, y reivindicable la muy sugerente 'La isla del adiós' (1977), de Franklin J Schaffner, mucho menos popular que la discreta 'Al final de la escalera' (1980), de Peter Medak. Sin olvidar el musical de Stanley Donen 'Movie, movie' (1978).
Julie Adams, entre el monstruo y lo forajidos
Julie Adams suele ser recordada ante todo por su personaje, o más bien por lo que conlleva de fetiche de fantasía erótica, de 'La mujer y el monstruo' (1954), de Jack Arnold. Pero a principios de los cincuenta protagonizó varios señeros westerns como 'El desertor del álamo' (1953) 'Wings of the hawk' (1953) y 'Horizontes del oeste' (1952), las tres de Budd Boetticher, 'Historia de un condenado' (1952), de Raoul Walsh y, sobre todo, 'Horizontes lejanos' (1952), de Anthony Mann. También hay que reseñar su protagonista en melodrama 'Bright victory' (1950), de Mark Robson. En la segunda mitad de los 50 las películas en las que intervinó fueron poco destacables, dedicándose a partir de entonces a la televisión, aunque participaía en 'The last movie' (1971), de Dennis Hopper.
Jerry Goldsmith -La hora de las pistolas -Créditos Iniciales
Otra admirable composición de Jerry Goldsmith, en la línea del tema principal para 'Rio Conchos'. En esta ocasión para una obra más estimable de lo que se la ha reconocido, 'La hora de las pistolas' (1967), en la que John Sturges reincide de nuevo en el enfrentamiento de los Earp contra los Clanton, en la que había incidido en la esplendida 'Duelo de titanes' (1957).Como muestra de los méritos de esta obra esta magnífica secuencia de introducción. Qué admirablemente están acompasadas la música y la dirección de los planos, y qué exquisito sentido de la composición, y de la alternancia y contrastes de las composiciones en el montaje.
Georges Delerue (L'important c'est d'aimer)
Los rasgantes, intensos y bellos acordes de Georges Delerue para 'Lo importante es amar' (1975), de Andrzej Zulawski.
Klaus Kinski: la emoción huérfana en 'Lo importante es amar'
Leo Carax, el exilio de lo sublime
Leos Carax. Su cine es puro asombro, un cine que hace de la realidad escenario y sueño, en donde las emociones anhelan cobrar cuerpo. El amor es un espacio de exilio o de indigencia que pugna por habitar le realidad en tres bellas obras como 'Boy meets girl' (1984), 'Mala sangre' (1987) y 'Los amantes de Pont Neuf' (1991), en la que alientan los ecos del cine de Marcel Carné, Jean Cocteau o Jean Vigo, poesía disidente que hacia del estilo transfiguración, celebración del artificio como expansión de la imaginación. Desafortunadamente, por los problemas derivados de la última de las citadas (su fiasco económico, cuando el gasto había sido considerable: Carax exigió construir un puente), este gran realizador francés sólo dirigió un largometraje más, no estrenado aquí, 'Pola X' (2007), y participó con un mediometraje en 'Tokyo' (2008), junto a Michel Gondry y Boon Joon-ho.
Fuego fatuo
En 'Fuego fatuo' (1963), de Louis Malle, Alain (Maurice Ronet) se siente desplazado de la vida, como si ya no pudiera sentir la cosas, como si le separara ya un cristal del fluir de la vida. Por eso, la secuencia en la que en una terraza observa el tráfico de transeuntes, la circulación de rostros a su alrededor materializa con desgarradora rotundidad esa distancia que es separación, ese ahogo que es angustía ya permanente. Una melancolía aguda que le aboca a una sima sin fondo. Por eso decide que será su último dia, en el cual visitará a antiguos amigos o conocidos, como una travesía entre los fantasmas de su vida pasada, y constatación de su presente ya quebrado en los espejos. Su malestar vital que ya es no poder habitar la vida es una fuerza de gravedad que le supera. 'Fuego fatuo' (1963), es una bellísima película que hace de un estado de animo, que es extrañamiento y perdida de paso, narración, haciendo palpable la emoción de exilio vital de Alain. Unos encuentros que son interrogación, quizás una última llamada de ayuda de alguien que se siente atrapado tras un cristal, que ha perdido la fuerza para adaptar su paso al de los transeuntes de la vida que saben amoldarse a su entorno sin la quemazón de unas inquietudes que no se lograron realizar. O quizás que ser adulto es saber conjugar los sueños con la asunción de que la vida también está tramada con concesiones a la mecánica de la mediocridad, al hábito como entumecimiento.
martes, 21 de septiembre de 2010
Bygone Love -Ashes of time (Wong Kar Wai)
Un tema musical de una de las películas menos conocidas de Wong Kar Wai, 'Ashes of time' (1994), que Kar-Wai remontó en el 2008, en 'Ashes of time redux', dado que los negativos se habían perdido y variadas versiones circulaban por el mundo. También realizó un, fascinante, trabajo de coloración digital.
Cate Blanchett y Liv Ullman: Ecos de Persona
Jack Lemmon, el payaso y sus sombras
Jack Lemmon, fotografiado por Stanford H Roth. Una de las grandes presencias de la historia del cine, con un talento superlativo tanto para la comedia como para el drama. Su memorable C C Baxter de 'El apartamento' puede ser su más depurado emblema. Con Wilder creo una fructífera colaboración en obras tan estimables o estupendas como 'Con faldas y a lo loco' (1959), 'Irma, la dulce' (1963) 'En bandeja de plata' (1966), el primer peldaño en la asociación iinolvidable como dúo con Walter Matthau, '¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre' (1972) y 'Primera plana' (1974). Como la que realizó con Richard Quine, especialmente, en 'La misteriosa dama de negro' (1962), 'Me enamoré de una bruja' (1958), pero también en las apreciables 'Cómo matar a a propia esposa' (1965) y 'Operación Mad ball' (1957). Entre sus comedias también hay que destacar 'Prestame a tu marido' (1964), de David Swift, 'La carrera del siglo' (1965), de Billy Wilder, o 'Una extraña pareja' (1967), de Gene Saks. Entre sus interpretaciones dramáticas, magníficas son las 'Missing' (1982), de Costa Gavras 'Exito a cualquier precio' 81992), de James Foley, 'El síndrome de China' (1979), de James Bridges, 'Días de vino y rosas' (1961), de Blake Edwards, o en el estupendo western 'Cowboy' (1958), de Delmer Daves. Fue protagonista, en un momento de transición en su carrera, de una de las variantes de 'Aeropuerto', la de 1977, cuando estaba de moda ese género catástrófico (en su sentido amplio), y dirigió una más que estimable obra, 'Kotch' (1971), que protagonizó Matthau.
La muchacha de la Quinta avenida
Erase una vez cuando la comedia norteamericana era inteligente e ingeniosa. 'La muchacha de la Quinta avenida' (1939), de Gregory LaCava, no es de las comedias más recordadas de aquel pródigo periodo, pero bien merece una revalorización, porque aúna esas cualidades tan ausentes hoy en día en el género como combinar un afinado perfil de variados personajes, situaciones ingeniosas, un substrato de vitriólico comentario sobre la sociedad del momento y mordaces diálogos. LaCava orquesta un jugoso guión con aparente funcionalidad que es más bien equilibrada precisión, dando prioridad a los planos largos, y la relación de los personajes en el encuadre (o expresar el desencuentro dentro del mismo plano con suma habilidad). El comienzo es modélico, y marca tono, y condensa las cuestiones subyacentes sobre las que sustenta la trama. Borden es un empresario, que tiene un negocio de bombas de riego que pasa por cierta crisis, como la sufre él en su día de cumpleaños. Pregunta a su mayordomo que para qué trabajar tanto. Tiene la noción de que no ha vivido la vida. Le pregunta qué incentivo tiene él en su trabajo, y, mordaz respuesta, el mayordomo responde que disfrutar de los privilegios de los ricos sin tener que asumir sus responsabilidades. Por otro lado, le ha dejado intrigado las observaciones de éste sobre sus paseos por el parque (que nunca ha transitado), disfrutando del mero observar de los arces.
Y a allí se dirige, y junto al estanque de focas se encuentra con Mary (Ginger Rogers), desempleada, al borde de perder su habitación (el otro extremo en las posiciones sociales). La relación que establece con ella será el detonante de los consiguientes conflictos que trastornará a la familia de Borden, y sirva, al final, para reajustar el extravío o indefinición vital en el que se encuentran, sea el mismo Borden que ahora se preocupará más de cuidar a sus palomas en el tejado que de sus negocios, la mujer, Martha (Veree Treesdale) que se dedica, sin ocultarlo, a flirtear con otros en sus salidas nocturas, para buscar un estímulo en su vida, el hijo, Tim (Rim Holt), dedicado al polo y que empezará a asumir responsabilidades en el negocio, la hija, Katherine (Katrhyn Tisdale), irreverente con su madre (cuando ésta piensa que su marido se ha vuelto loco por dedicarse a las palomas, incluso llamando a un psiquiatra, la hija replica que Borden ya debería haberse vuelto loca por ella), pero que no logra materializar su enamoramiento con el chofer, Mike (James Ellison), que se dedica más a invectivas contra el capitalismo.
Hay elipsis brillantes como la del despertar al día siguiente de la noche en que Borden conoce a Mary y van a un restaurante a cenar para celebrar su cumpleaños: Despierta con un ojo morado,descubre que Mary ha dormido en el cuarto de invitados, y que el mayordomo tiene un ojo morado también. Su decisión de que ella se establezca en la casa, sin despejar equívocos (la contrata como secretaria, mientras los otros piensan que es su amante, o que quiere sustituir a la madre por ella) desatará un caudal de incisivas y desopilantes situaciones. Otro ejemplo de brillante comedia que sabe aunar el ácido comentario sobre los desajustes sociales con la inyección vital sobre unos personajes perdidos en sus carencias o inconsecuencias, y siempre con sutil y vivaz ingenio.
'La muchacha de la quinta avenida'(Fifth avenue girl, 1939), de Gregory LaCava, rebosante de agudeza, como lo estaban sus más conocidas 'Al servicio de las damas' (1936)y 'Damas del teatro' (1937). Un estupendo guión de Charles S Belden, Allan G Scott y Frederick Stephani, que LaCava sirve con elegancia y una gran dirección de actores. Vitriolo sobre las extremas diferencias de distribución de riquezas y las carencias vitales, servido como un exquisito dulce.
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