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viernes, 13 de febrero de 2015

La última noche del Titanic

En la secuencia inicial de 'Holy motors' (2012), de Leos Carax, el despertar del director, o del soñador, que rasga la pared y cruza el oscuro pasillo que comunica con la sala de cine, se escucha el sonido de sirenas y aves marinas. La habitación del soñador, o del cine, es una nave que surca los océanos de la imaginación. En la secuencia inicial de 'Master and commander' (2002), de Peter Weir, la nave, rodeada, de niebla, despierta. La nave representa a pequeña escalara una sociedad con su distribución de jerarquías y roles. Entre la niebla se avistará al enemigo, que activará el funcionamiento del barco. Sin objetivo o misión que cumplir no se es nada. 'La última noche del Titanic' (A night to remember, 1958), de Roy Ward Baker, es una obra centrada en un hundimiento pero que flota y navega a toda vela, con el exultante dominio del lenguaje que siente el personaje de Michael Palin en 'Un pez llamado Wanda' (1988), de Charles Crichton y John Cleese, cuando al fin deja de tartamudear. El Titanic era un emblema de una sociedad, se regía por las categorías sociales que remarcaban las posiciones en el acceso a privilegios, y esas coordenadas determinaron que la mayor parte de quienes se salvaran de su hundimiento fueran los pertenecientes a las clases pudientes. El iceberg que no lograron entrever a tiempo representó la irrupción de una realidad que comenzaría a resquebrajarse en sus certezas. Al menos, ya no todo parecía seguro, previsible, aunque se haya seguido estableciendo jerarquías y categorías sociales. A este respecto, un contrapunto mordaz, resulta el hecho de que los insistentes envíos de telegramas de los adinerados saturara a un barco en las cercanías, por lo que el capitán al mando decidió cerrar comunicaciones, y que pudiera haber salvado muchas más vidas si no se hubieran 'desconectado': piensan, además, que las bengalas que lanzan deben ser parte de alguna celebración de los ociosos privilegiados.
'Titanic' (1997), de James Cameron, centraba la mitad de su narración, de tres horas, en el dibujo de personajes y de un conflicto que reflejaba, precisamente, a través de una atracción amorosa, esa diferencia de clases. Su elemental substrato se nutría, mediante una hábil mezcolanza, de referentes entre el arquetipo y el estereotipo (en especial, Romeo y Julieta), como suele ser recurrente en el cine de Cameron, entre lo esquemático y lo efectivo de una precisa elementalidad que no neutraliza la emoción (como ejemplifica sus hermosas secuencias finales), y que ha vuelto a combinar con inteligencia en su reciente 'Avatar' (2009). En su filmografía, de la que no he visto su opera prima, 'Piraña II' (1981), y en la que sólo chirría la indigesta 'Mentiras arriesgadas' (1994), no hay que buscar las heterodoxias o complejidades del cine de Apichatpong Weerasethakul, Bertrand Bonello, Terence Davies, Jem Cohen, Jacques Rivette o David Fincher. Sus admirables cualidades como narrador se desplegaban en los pasajes centrados en el hundimiento. Las mismas cualidades se pueden advertir en el cine de Baker, aunque no tenga las ínfulas de autor de Cameron (será una mirada no particularmente compleja, pero tiene una mirada propia, aunque la tendencia a la espectacularización devenga en sembrado de contradicciones, como se refleja en el último tercio de 'Avatar'). Baker, como Cameron, quizá no realizara ninguna obra maestra, aunque diría que '¿Qué sucedió entonces?' (1967), anda cerca, demostró sus dotes como narrador en las notables 'Salida al amanecer' (1950), 'Tiger in the smoke' (1956), 'El único evadido' (1957), 'Fuego en las calles' (1961), 'El doctor Jekyll y su hermana Hyde' (1971), o esta misma.
En este caso, se dedica poco tiempo a la presentación o dibujo de personajes, un cuarto de la narración. Evita ese trámite en el que incurrían casi todas las películas integradas en el llamado 'Cine de catástrofes', que alcanzó su momento álgido de éxito en los 70, porque el perfil de los personajes, además, solía ser poco consistente o sustancioso. Más bien incitaba, únicamente, la intriga de quién se salvaría o no. Sólo adquiere una cierta singularidad el segundo oficial Lightoller (Kenneth More). Ante todo es una película de conjunto, y sus piezas, en su trazo sencillo, no se escoran a lo esquemático. Resultan efectivas tanto la progresivas sombras que dominan el semblante del ingeniero que asume hundirse con el barco, como la desesperación contenida de quien tiene que convencer a su esposa e hijos de que suban a los botes sin él.; el integrante de la tripulación que se desplaza entre pasillos cada vez más ebrio o aquellos que apuran una partida de carta hasta el último momento, o la persistencia de la banda de música pese a que sepan que no lograrán salvarse. El efectivo guión pertenece a Eric Ambler, y desde luego el implacable engranaje narrativo brilla con la misma intensidad que en su excelente novela 'Viaje al medio'. Ambler, aparte de ver adaptada algunas de sus novelas, como en la apreciable 'La máscara de Dimitrios' (1944), de Jean Negulesco, colaboró en guiones de otras excelencias como 'Amigos apasionados' (1949), de David Lean, 'The cruel sea' (1953), de Charles Frend o 'Llanura roja' (1954), de Robert Parrish. Con Baker ya había coincidido en la estimable 'The october man' (1947).

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