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viernes, 11 de junio de 2021

La desaparición (Sexto piso), de Julia Philips

                                

Crees que estás a salvo, pensó. Te cierras en banda y mantienes tus reacciones a raya para que nadie, ni un inspector, ni un padre, ni una amiga puedan entrar. Obtienes un título universitario y un buen trabajo. Tienes tus ahorros en divisas extranjeras y pagas religiosamente tus facturas (…) Crees que has conseguido cierto nivel de protección, pero no es así, al final te das cuenta de que estás indefensa, expuesta a todo el mundo que has conocido. Una niña cuenta a su hermana pequeña un relato sobre un tsunami. No sabe que minutos después sus vidas sufrirán un tsunami que conmocionará y alterará sus vidas. Un hombre les dice que les llevará a casa, pero les conduce a no saben dónde y para qué. La vida está tramada por los imprevistos, por los callejones sin salida, quizá insalvables, quizá solo aparentes, porque quizás los genera nuestra misma sensación de impotencia o confusión. El mismo espacio geográfico en el que transcurre La desaparición (Sexto piso), de la escritora estadounidense Julia Philips (1989), Kamchatka, pareciera su reflejo espacial. Aunque Kamchatka ya no era un territorio cerrado por ley, la región estaba separada del resto del mundo por su propia geografía. Al sur, al este y al oeste solo había océano. Al norte, a modo de muro que la separaba de la Rusia continental, se extendía kilómetros de montañas y tundras. Por eso, todos se preguntan dónde pueden estar esas niñas, a dónde se las han llevado. Y cómo ¿Por barco? Incógnitas e interrogantes sacuden las vidas, definidas por los flecos sueltos, de las vidas alrededor de esa desaparición, porque La desaparición está constituida por capítulos (relatos) que son perspectivas de diversos personajes relacionados con las niñas de modo próximo (una madre) o lejano, como el eco o la resonancia de fondo para la incógnita o fractura vital  irresuelta de un conflicto personal, también definido por el desconcierto o la sacudida de un imprevisto que vuelca su realidad, como la revelación de un tumor, o la decisión de la madre de tu mejor amiga de que no eres la mejor compañía para ella por lo que no puedes verla fuera de la escuela, o la relación que inicias con otro hombre que te atrae, aunque de un modo diferente, a tu novio, uno en una ciudad, y otro en otra, o el hecho de que muera el hombre que  te había rescatado de la pesadumbre que te costaba superar por la muerte del anterior hombre que habías amado, o la desaparición de tu perro por el descuido del novio de una amiga. Estamos expuestos a la aleatoriedad y a las negligencias, veleidades y los caprichos de los demás. Pero también a nuestra propia confusión. La realidad puede no ser cómo imaginábamos pero tampoco nosotros mismos. Lo que sentimos quizá no se defina por la consistencia. Max era adorable, guapísimo, pero no era el héroe que él pretendía ser y en el que ella fingía creer.

La vida es extraña. A  veces sientes que te han abducido, no entiendes tu realidad alrededor. Los primeros días después del secuestro, Katia estuvo nerviosa, susceptible, nerviosa por todo. Sus amigos le parecían alienígenas. No era capaz de encajar a las hermanas desaparecidas dentro de la tipología delictiva que conocía. El soborno era, por ejemplo, algo normal para Katia. Hay quien piensa que las niñas fueron abducidas por extraterrestres; su hermana le mira, como a todos los que componen su vida alrededor como extraños con los que no encaja. ¿Qué ha hecho con su vida? ¿Por qué fue la peor versión de lo que pudiera haber sido?  Cuando Nadia se quedó embarazada, hace años, se prometió a sí misma que se convertiría en una persona mejor. Pero no sabía qué hacer ni por dónde comenzar. No sabes cómo se ha configurado esa realidad en la que te sientes atrapada, y en la que te sientes una extraña, incluso contigo misma. ¿Cómo tu vida se ha convertido en una versión adocenada, un sucedáneo? La historia de su matrimonio: Un poco de amor, alguna que otra rabieta y aguas oceánicas para aburrir. O en una prisión en la que literalmente sientes que has desaparecido, tras tener un hijo, relegada a una mera función como decorado de fondo en la relación marital. Ella no estaba hecha para quedarse en casa y amamantar un bebé. Ella deseaba cosas más oscuras, más extrañas, fuera de los límites. ¿Cómo nos relacionamos o cómo podemos conseguir que se sostenga de modo consistente una relación? Con la distancia todo parece mejor. Todo el mundo parece más agradable cuando no tienes que escucharlo continuamente (…) Querer a quienes tienes cerca…eso es lo difícil. ¿Fue el mundo claro alguna vez? Hay quien echa de menos aquella época, aun una niña, cuando el mundo era claro, olía a humo y hierba, y miles de renos pasaban junto a ella. ¿Cómo se pudo convertir en esa niebla difusa? ¿Surge de una misma?

En ocasiones, también generamos esa niebla, por nuestros prejuicios y las consiguientes discriminaciones. Hemos tendido a categorizar, a afirmarnos frente a otros, que calificamos como rivales o seres inferiores. En Kamchatka es manifiesto en la distinta consideración que dispones si eres ruso o nativo (even). Sus abuelos siempre hablaron con afecto de los pueblos nativos, del modo en que fueron arrinconados, sovietizados. Sus tierras pasaron a ser públicas, redistribuyeron a los adultos en comunidades de trabajo, y en los internados estatales empezaron a inculcar el marxismo-leninismo a los niños. Las dos niñas desparecidas son rusas, y hay quienes se preguntan si nadie se preocupó de la misma manera de la chica desaparecida tres años antes porque era even, hija de un don nadie. Parece que el esfuerzo es otro según quien eres, o a qué escala perteneces. No son los únicos quistes de prejuicio en una sociedad que parece más bien atorada, corrompida. Hay gente a la que le da igual lo especial que seas. Van a castigarte igualmente. Sus vecinos, sin ir más lejos, no dudarían en denunciar a una chica con novia, por muy lista que fuera (…) Como no hagas lo que se supone que tienes que hacer, como bajes la guardia, irán a por ti (…) Tal ver el amor de Lada haya acompañado a Masha todo este tiempo que ha estado fuera, pero eso no bastaba para mantener a nadie a salvo. Por eso, esa atención también parece una forma de disimular otras brechas para una sociedad que, como el espacio geográfico, parece atascada en un callejón sin salida. Qué considerada era la policía poniendo tanto empeño en dar con dos cuerpecitos blancos. Era la excusa perfecta para ignorar el resto de problemas de la ciudad, la corrupción, las injusticias, los conductores ebrios, los infames pirómanos (…) Para la ciudad era como si Lilia no hubiera existido. Los reporteros se comportaban como si las hermanas hubieran inventado este verano el acto de desaparecer. Pero seguramente fue esa invisibilización el motivo por el que Lilia se fue (…) el hecho de que el futuro no va a depararte nada mejor. Sentirte atrapada en tu propia familia. Hay distintas formas de sentirte atrapado (o invisible), en diversas escalas, sea por tu condición étnica, o simplemente de modo individual, en tu familia o relación sentimental, por confusión o indefinición, como si los personajes se guiaran por coordenadas quebradizas, o no las sintieran como las propias, por eso se sienten extraños, criaturas que han sido secuestradas o abducidas, condenadas a vivir una vida, unas relaciones, que sienten como un cautiverio, con unas coordenadas que son errores. Y se preguntan cómo salir, cómo dejar de desaparecer en una vida que no sienten como propia o como pensaban que podría haber sido. ¿Pero no es una misma una península con un callejón de salida incorporado cuando te preguntas a quién quieres realmente o si quieres realmente a quien crees que quieres? ¿No somos territorios desconocidos en los que resulta difícil discernir cuáles son sus coordenadas precisas? ¿No somos figuras que parecen desvanecerse, como si nos escurriéramos con respecto a nosotros mismos, a la vez que intentamos percibirnos de una manera precisa? Nunca sabremos si el tsunami vendrá de fuera o de nosotros mismos.

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