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miércoles, 2 de junio de 2021

Biofilia. El amor a la naturaleza o aquello que nos hace humanos (Errata naturae), de Edward O. Wilson

                               

Biofilia es la tendencia a prestar atención a la vida y a los procesos naturales. Si hay algo que nos defina es la falta de mirada periférica. Del mismo modo que, cuando nos desplazamos por la calle, no suele ser habitual que estemos pendiente de quien circula alrededor (e incluso detrás), así se fundamenta, en un sentido amplio, nuestra relación con la realidad. La parcela de nuestro yo (u ombligo) es el referencial (aún más agudizado con la irrupción del móvil en nuestra relación con la realidad). La relación con el entorno y los otros se fundamenta en lo que nos afecta, no en las consecuencias de nuestros actos, ni en la asunción de que el tejido de la realidad se constituye también con lo que afecta a los otros. En un abrir y cerrar de ojos, mi mente se liberó de cargas inútiles y fui consciente de los esfuerzos del mundo natural, más allá de la periferia de la atención corriente, allí donde las pasiones pierden su significado y la historia entra en otra dimensión, sin seres humanos, de modo que los grandes acontecimientos suceden sin ser registrados ni juzgados. Hay un amplío mundo alrededor, pero también más allá. Además de esa carencia de mirada periférica, también nos define nuestra mirada restringida. Si la realidad es un fuera de campo potencial, con múltiples ángulos o capas que explorar o descubrir, funcionamos mediante el apuntalamiento de un escenario perfilado con unas coordenadas delimitadas que nos sirven como código de circulación. El bosque era un maelstrom biológico del cual, a simple vista, sólo se percibía la superficie. Dentro de mi campo visual, millones de organismos ocultos morían cada segundo. Lo que hay alrededor, o más allá de nuestra percepción (y concepción) es la inmensidad de lo múltiple, de lo posible e, incluso, inconcebible. Y estamos relacionados con esa multiplicidad. Edward O Wilson nos recuerda, en Biofilia. El amor a la naturaleza o aquello que nos hace humanos (Errata naturae), la importancia crucial  de prestar atención a la realidad en toda su amplitud, tanto a su diversidad como a sus procesos. La realidad no es un sistema instituido, como un programa o una cadena de producción (de rutinas y trámites), sino una vida en proceso.  El cazador-naturalista no sabe lo que va a suceder. Se le pide, tal y como se expresó Ortega y Gasset, que desarrolle una atención de un orden diferente y superior, <<una atención que consiste en no fijarse en lo ya presumido, sino precisamente en no presumir nada y evitar la desatención>>. Pero el ser humano parece que aspira, primordialmente, a una normalidad de previsión (de suministro).

Como expone Wilson, esa atención está vinculada con una de nuestras cualidades potenciales más fructíferas y enriquecedoras, el asombro (constante). Como la diversidad de las especies es anterior a la humanidad y evolucionamos con ella, nunca hemos desentrañado sus límites (…) nuestro sentido del asombro crece de modo exponencial: cuanto mayor es el conocimiento, más profundo el misterio y más conocimiento buscamos y más se ahonda el misterio. El asombro, por ejemplo, con respecto a la reconstitución de la vida en la isla de Krakatoa en 1883, tras que fuera arrasada completamente por la erupción del volcán. La vida de flora y fauna se regeneró. La vida puede reconstituirse, sea con las mismas coordenadas, u otras que no consideramos como posibles o concebibles. Hay siempre ángulos o capas que nos sorprenden. El asombro está relación con la progresión o avance, no con el control. Es la consideración de la vida no como una sucesión de territorios desconocidos que conquistar y dominar sino con los que asombrarse, y cuyo conocimiento depara más interrogantes a través de otros inadvertidos ángulos o reveladoras asociaciones y relaciones. Esa perspectiva y actitud implica no concebirse, sea como colectivo o como individuos, como una certeza que se instituye, incluso con su consideración como natural (en nuestra forma de actuar y reaccionar, desear y necesitar) como si fuera irrebatible, sino concebirnos como seres con capacidad de modificación y afinamiento. Seres, como individuos y colectivos, que pueden  modificar o afinar su relación consigo mismos, los demás y su entorno. Pero ¿Acaso el concepto de inteligencia emocional no se ha considerado después de siglos de existencia  definidos por la implantación de concepciones de realidad instituidas como dogmas de fe?. No sería extraño que todos los problemas del ser humano proviniesen, tal y como sugiere Vercors en Les animaux denatures, del hecho de no saber qué somos y de no ponernos de acuerdo en lo que queremos ser. Es probable que esta deficiencia tan notable no se remedie hasta que tengamos mayor conocimiento acerca de la diversidad de la vida que nos creó y que nos sustenta. Queremos, prontamente, como colectivo o individuo, definirnos de modo delimitado, y eso implica afirmarse con respecto a algo diferente, un “otro”. Una concepción, como resorte, desde el principio de los tiempos, que concibe lo diverso como rival (intrusión o amenaza).

Wilson se pregunta sobre nuestra singularidad, que nos diferencia de otras especies, motivo por el que nos hemos convertido en la especie dominante, lo cual implica sentirse superior (tendencia humana instintiva, también cual resorte, como la necesidad de crear rivales y dioses). Pero no ha deparado un equilibrio armónico. Se ha acrecentado el dominio del entorno, mediante la progresiva sofisticación de sus herramientas de dominio, industriales y tecnológicas, pero es una relación de apropiación, parasitaria y virulenta, más que interactiva y armónica.  Los seres humanos no son pecaríes cautivos, criaturas naturales extraídas de un nicho salvaje, y apresadas en un mundo de objetos artificiales. El buen salvaje, una imposibilidad biológica, jamás existió (…) las operaciones únicas de nuestro cerebro son el resultado de la selección natural a través del filtro de la cultura. Nos han colocado entre esas dos ideas opuestas: naturaleza y máquina, bosque y ciudad, natural y artificial; una búsqueda despiadada o en palabras  del geógrafo Yi-Fu Tuan, un equilibrio que no es de este mundo. Por tanto, seguimos nosotros mismos siendo una asignatura pendiente. Conocer la diversidad del mundo alrededor, con el que estamos relacionados (aunque tratamos más bien como suministro de reserva) implica conocernos de modo más preciso (incluidos nuestros potenciales), y por ello mejorar. Cuando abro una colonia de hormigas, es como si abriera la caja de un reloj suizo (…) una maquinaria orgánica. Se supone que nosotros no somos una maquinaria orgánica, pero ¿por qué nuestra forma de relacionarnos, por indiferencia y tendencia a la inercia, se asemeja a la condición maquinal? La verdad es que nunca hemos conquistado el mundo, porque nunca lo hemos comprendido; solo creemos que tenemos el control sobre él.

Por eso, la ética conservacionista no ha cuajado de modo preponderante en la sociedad. Implica tener en consideración al entorno, a las otras especies, confrontarse con las consecuencias de la satisfacción de nuestras apetencias (sean justificadas por la necesidad o el disfrute de lujos o caprichos). Ese es el primer obstáculo. Somos los primeros en la escala (y los primeros en subirse al bote si la realidad se hunde; y entre nosotros, según la posición de clase social que detentemos). Pensamos en el aquí y ahora, en lo que nos afecta en el ya mismo. No hay otro horizonte, no hay periferia ni el más allá de la diversidad y la multiplicidad en el que puedan tener consecuencias nuestras acciones u omisiones (en cambio, la invención de un más allá sobrenatural ha dispuesto de una utilidad más complaciente y confortable, como un contrato de seguros).  La dificultad que presenta la ética de la conservación es que la selección natural ha programado a la gente para que piense en el cuadro de un tiempo fisiológico (…) ¿a qué se debe la resistencia a la ética de la conservación? El argumento más conocido es que las  personas van primero. Después de que se resuelvan los problemas de la gente podremos permitirnos el lujo de disfrutar del entorno natural. Si esa es la respuesta, se ha formulado mal la pregunta. La cuestión importante tiene que ver con el objetivo final. La resolución de los problemas prácticos es el medio, no el fin (…)  A medida que crezca el conocimiento biológico la ética se modificará para que, en cualquier lugar, por razones relacionadas con las propias fibras cerebrales, la fauna y la flora de un país sean consideradas una parte del patrimonio nacional tan importante como el arte, la lengua y esa sorprendente mezcla de consecución y farsa que siempre ha definido a nuestra especie.

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