Desde que se casaron, en el año 2000, el belga Peter Brossens y la estadounidense Jessica Woodworth han realizado algunas de las obras más sugerentes de este siglo, como son Khadak (2006), Altiplano (2009) y La quinta estación (2009), centradas en la conflictiva relación entre el ser humano y la naturaleza, o cómo el reverso del progreso industrial implica la degradación de nuestro medio ambiente. Posteriormente, realizaron una notable sátira política, El rey de los belgas (2016), que dispuso de una continuación, The barefoot emperor (2019). Luka (2023) es una obra en solitario de la cineasta estadounidense. Una adaptación de El desierto de los tartaros, de Dino Bazutti, en blanco y negro, que tiende a una abstracción que conecta tiempos, y no solo porque su planteamiento recuerde al de ciertas producciones calificadas como no comerciales de décadas pretéritas. Ya en la novela no se concreta a qué país pertenece el destacamento militar al que llega un joven oficial. El enemigo, del que no se ha sabido nada en años, es simplemente, el Norte. En Luka, es un joven voluntario, Luka (Jonas Smulders), quien se une a las tropas en una edificación que parece, por sus grandes tuberías y entornos interiores con grandes techados tanto un residuo industrial como un residuo icónico de construcciones de tiempos pasados pero a la vez pareciera una construcción de un futuro indefinido. Todos los tiempos parecen conjugarse en ese espacio. Es un entorno que evoca ciertas escenificaciones del teatro griego; las pruebas de tiro se realizan sobre efigies vinculadas con la cultura griega. Y a la vez parece el reverso de producciones como The Hunger games, o distopias semejantes con jóvenes protagonistas, como si se le hubiera extraído el maquillaje de sus convenciones.
Los primeros pasajes se centran en la dinámica de una disciplina ritualizada militar, como seres primitivos que celebran su condición, como las repetidas veces en las que en círculo se unen y gritan como posesos. O sino, realizan pruebas de resistencia, a ver quién aguanta más tiempo, bajo el sol, con los brazos alzados. O pasan las correspondientes inspecciones, en formación, con la impartición de las correspondientes sanciones a quienes han cometido alguna infracción. Esa es su vida, una vida de espera, por cuanto nada de sabe de los enemigos desde hace años, ensimismada en ese particular teatro que se vive como supuesta realización. Como contrapunto, Luka establece amistad con dos compañeros, con los que, reunidos, ironiza sobre esas inspecciones de oficiales. Aunque sigan asumiendo su papel establecen un enfoque de irrisión sobre su circunstancia, esa dinámica que se congratula en sí misma. Un giro en la rutina se da para Luka cuando es ascendido por sus dotes como francotirador. Ahora es alguien que, apostado, vigila el horizonte, que no es sino un territorio árido, pedregoso. ¿Qué se puede ver? ¿Ve, como comunica, realmente un caballo blanco? ¿Qué es/representa un caballo blanco para quienes nunca ven nada en el horizonte?
A medida que progresa la narración se hará más impresionista; los espacios, como los planos de las nubles en el cielo, se tornan contraplanos de un vacío; fisuras como brechas en un decorado, definido por su falta de fundamento. La duración de los encuadres ejercen de exposición de un tiempo desaprovechado. No esperan nada, no hacen realmente nada. Se quebrara todo un orden, exponiéndose en su absurdo, desde el mismo enfoque de quienes no creen en lo que realizan, y más desde el momento en que un oficial ordena disparar contra uno de los hombres que ha ido a acariciar el caballo, aunque sepa que no es un enemigo. Una misión no servirá más que para constatar el absurdo de una falta de propósito. Quien se encarga de los mapas propicia un desplazamiento que no es sino incursión en el propio eco de su insustancialidad. ¿Qué son más allá de los rituales y ejercicios de supuesta realización? No hay realmente un enemigo que denominar norte porque ellos son el norte. Luka es una nueva incisiva obra que expone cómo el ser humano necesita de enemigos y sustenta el vacío de sus rituales en una mera ilusión, esa ilusión que necesita de rivalidades para poder afirmarse. Y es el trayecto de una inversión, la modificación radical de Luka con respecto a un escenario de realidad que antes sublimaba, y del que, tras ser un actor de esa función sostenida por quienes creen en esa ficción como realidad, toma conocimiento de su inconsistencia.
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