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viernes, 11 de octubre de 2024

Antes era divertido

 

Antes era divertido (I used to be funny, 2023), primer largometraje de la cineasta canadiense Ally Pankiw, es una obra que sorprende por cómo modifica su atmósfera dramática, de la apariencia ligera a la densidad dramática de cariz además bastante turbio. Esa ligereza inicial, engañosa, genera la impresión de que estuviéramos ante otra derivación de ese cine independiente estadounidense de los noventa que tomó relevo al más radical de la década anterior, de la que siguió siendo residuo Jim Jarmusch. Un tipo de obra de estilo funcional, rudimentario, con personajes mundanos y circunstancias que se podrían caracterizar por la excentricidad o extravagancia, y en las que el diálogo era presencia distintiva. En principio, parece el relato de una comediante, Sam (Rachel Sennot), que parece haber perdido la motivación para seguir realizando esa labor, y se ha refugiado en la casa de un par de amigos que la han acogido. Pero ya avanzada la narración se comenzará a comprender que lo han hecho como quienes acogen a una náufraga. Y el por qué, y por qué el título, por qué solía ser divertida (I used to be funny/Yo solía ser divertida), pero ya no, se revelará en la otra línea narrativa, la evocación de su labor como niñera de una chica de doce años, Brooke (Olga Petsa).

Antes era divertido plantea cómo la concepción de la realidad se puede tramar, o enmarañar, sobre apariencias y divergencias de enfoques. La principal cualidad de su proceso narrativo reside en cómo se va modificando la percepción sobre la circunstancia emocional de Sam, según se vaya dosificando la información sobre lo que ocurrió en aquel hogar en el que el padre, separado, varió su concepción sobre sus cualidades humorísticas, y también qué representaba para él esa chica tras no solo una separación sino la muerte de su esposa, y cómo se había creado un vínculo, entre ella y Brooke, de complicidad y hasta de dependencia. La aparente deriva inicial de quien parece tomarse el mundo con desapego se irá revelando como un entumecimiento protector, de acuerdo a las vivencias traumáticas.

La desaparición de Brooke, durante cuatro días, y su reaparición agresiva, desconcertante, se revelará relacionada con un resentimiento que tiene que ver con lo que se omite, así como vinculado con la forma de actuar del padre, verdad que una, Sam, la sufre como una herida no cicatrizada que intenta disimular y la otra, Brooke, como una posibilidad que no logra encajar como realidad. Las heridas colisionan por el distinto enfoque o diferente vivencia (la realidad que superar, la realidad que asumir tras la negación inicial). Por eso, sin aún comprender cuál es el substrato de los comportamientos, el primer tramo suscita las interrogantes, de la misma manera que no hay entendimiento entra una y otra. Esas heridas brotarán a la superficie en la segunda parte de un relato que expone cómo las apariencias pueden engañar o, simplemente, cómo la realidad puede ser difícilmente asimilable. Esa contundente variación de percepción y concepción define al relato y supone su distinción. Por eso, el trayecto de la narración, por cómo se presenta en su primer tramo, es como una sonrisa que se congela.

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