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miércoles, 1 de diciembre de 2021

Un reflejo velado en el cristal (Hoja de lata), de Helen McCloy

                                                                             

¿De dónde surge la idea de los fantasmas? Está vinculada con esa incógnita que es la muerte pero resulta que su raíz son los sueños, que en principio era una desconcertante doble realidad, como si dispusiéramos de dobles que viven cuando dormimos. ¿Y si los límites se quebraran? ¿Y si lo que consideramos realidad es más bien subsidiaria de lo que denominamos sueño? Históricamente, la idea de un doble de los vivos parece preceder a la idea de un doble de los muertos. La mayoría de los antropólogos creen que la idea del doble tiene su origen en las imágenes de nosotros mismos y de los demás que vemos en sueños. Una vez que los primitivos egipcios o los griegos empezaron a creer en el ka o eidolon, el siguiente paso era preguntarse si esas apariciones inmateriales dejaban de existir con la muerte del cuerpo o si tal vez podrían seguir viviendo de manera independiente. Así nació ese miedo a los fantasmas que hizo que los romanos siempre hablasen bien de los muertos y que poco a poco, con el tiempo y con la evolución de las ideas, se transmutó en una esperanza de inmortalidad. Ka era según los egipcios nuestra fuerza vital, que desaparecía con la muerte y Eidolon según los griegos nuestro doble astral fantasmal, una imagen indeterminada residual de nosotros tras nuestra muerte. El ser humano ha tendido a establecer definidos perímetros sobre lo que es realidad y sueño, vida y muerte, pero quizá lo que consideramos certezas son convicciones erróneas, más bien relatos convenientes y cómodos (los límites definidos aseguran las previsiones). En ese territorio inestable de las incertidumbres y las interrogantes la figura del doble, sea el fetch, el doble fantasmal de una personaje vivo o el doppelgänger, que literalmente significa el doble andante, es una brecha de fructífera inestabilidad que pone en cuestión nuestra percepción y concepción de la realidad por cuanto la desnuda como un enigmático territorio de posibles, como apunta Gisela en la excelente novela de intriga Un reflejo velado en el cristal (Hoja de lata), de la escritora estadounidense Helen McCloy (1904-1994), publicada en 1950, octava de las trece novelas protagonizadas por el psiquiatra Basil Walling: A lo largo de la historia de la ciencia, siempre ha habido cierta tendencia a negar cualquier cosa que no se pueda explicar, en lugar de decir simplemente: no lo sabemos.

McCloy se pregunta sobre los límites de nuestro conocimiento y nuestra percepción, pero también sobre nuestra ilimitada sugestión. Del mismo modo que sabemos menos de lo que queremos asumir (y en cambio preferimos establecer coordenadas de certezas) también el ser humano se define tanto por su capacidad para manipular las apariencias como por dejarse engañar con facilidad por las mismas, en parte por ser tendente a las conclusiones apresuradas, por lo que es vulnerable a los equívocos como a las aviesas manipulaciones. El reflejo velado en el cristal puede estar relacionado con la intrincada o difusa naturaleza de la realidad pero también con nuestra ofuscada percepción. El mundo de la materia puede ser un mundo de apariencias, no de realidades. Todo lo que vemos, oímos, tocamos puede ser una ilusión tan engañosa como la imagen reflejada en un espejo o un espejismo en medio del desierto. Eso que Eddington llamaba, según creo, un baile de electrones.

En los primeros pasajes de Un reflejo velado en el cristal se traza con precisión una turbadora atmósfera de inestabilidad. ¿Qué es lo que inquieta a algunas sirvientas y alumnas con respecto a la profesora de arte Faustina Crayle? Unos desconcertantes fenómenos se verán agravados con una muerte que resulta también desconcertante pues no se sabe en principio si es accidente o asesinato. La misma Faustina se encuentra en la inestable posición de ser sospechosa aunque quizá sea la víctima. La única certeza para ella es esa inestabilidad que le hace interrogarse sobre la misma condición de la realidad. ¿Tiene idea de lo que es esto para mí? ¿De la desesperación con la que me hago a mí misma una y otra vez, todas esas viejas preguntas sin respuesta?¿Qué sentido tiene la vida?¿Por qué se creó al ser humano?¿Por qué damos por hecho con tanta seguridad que Dios es bueno , cuando parece mucho más probable que sea malvado? ¿Somos un accidente de la química, sin principio ni final ni propósito? ¿Supercoloides representando una comedia despiadada? (…) solo eres Faustina Crayle en un sitio y en un momento dados. Que podrías haber sido cualquier otra persona. Eso es lo que hace la vida tan ilusoria, el sentido de tu propia irrealidad. Si Faustina se define por su fragilidad y desamparo, Basil y su prometida, Gisela, también profesora en el mismo colegio de Faustina, plantean interrogantes, con respecto a los intrigantes sucesos, que abren brechas en las dos direcciones de la más fructífera dialéctica. Basil está convencido de que tras el intrigante misterio hay una elaborada puesta en escena que manipula arteramente las apariencias para crear la pertinente sugestión. El inicio del hilo es intentar averiguar qué puede ser lo que le beneficia para urdir tal retorcido montaje de apariencias sugestionadoras. Gisela por su parte abre las compuertas de lo considerado como inconcebible o insólito. La realidad es más amplia de lo que consideramos, y quizás no damos por real lo que ignoramos, como denominamos sobrenatural lo que es una manifestación de lo natural que no hemos comprendido. Por eso, la idea de un doble es una compuerta a lo que no imaginamos que pueda ser posible, aunque haya desconcertantes casos en el pasado que podían indicar esa posible explicación para ciertos fenómenos enigmáticos. ¿Qué es el fenómeno cuya causa ignoramos? ¿Qué proyectamos con nuestras especulaciones, o qué obstruimos con las respuestas que se acorazan como certezas? No hay nada que sea sobrenatural. Todo lo que ocurre es natural, sea o no aceptable para la ciencia, Sólo los escépticos dogmáticos como Alice se llevarían un susto así en esas circunstancias, la tremenda conmoción de una súbita brecha entre lo que crees y lo que ves. La narración realiza un cautivador trayecto funambulista entre esas dos actitudes, que no son opuestas, sino emblemas de las mentes flexibles que no se dejan sugestionar ni se conforman con las fáciles respuestas.

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